¿Salvar el sentido común?

(+ Ciriaco Benavente Mateos– Obispo de albacete)

“Comprendo que los motivos de mi alteración no son limpios, que es que me obliga a preguntarme si no seré yo uno de los pocos imbéciles que, parapetados en eso que se conoce como sentido común, andan descolocados. Me pregunto, ¿qué pensarán los promotores de tan sabios engendros cuando sus hijos empiecen a balbucir el consabido pa-pá o ma-má. ¿Les obligarán a que les llamen progenitor A o progenitor B?”

Créanme que procuro respetar a quien discrepa ideológicamente, que acepto con serenidad a quien piensa de manera distinta a la mía. Pero tengo que confesar que hay quienes me alteran hasta casi sacarme de quicio: un día te encuentras con una entrevistada que dice haber hecho “misión de su vida dinamitar el binomio hombre-mujer”; otro día es la noticia de la sustitución en el registro civil de las palabras padre y madre por las de progenitor A y progenitor B; en una ocasión es la indignación porque desaparezca el libro de familia si prospera la propuesta de turno, para quedarnos, supongo, con un código individual donde ya no conste la pertenencia a esa realidad de una familia de la que recibimos ser e identidad; en otra, en fin, es la noticia de un programa destinado a eliminar el lenguaje sexista y en el que, por ejemplo, no se habla más que de relaciones chicos-chicas o viceversa.

Comprendo que los motivos de mi alteración no son limpios, que es que me obliga a preguntarme si no seré yo uno de los pocos imbéciles que, parapetados en eso que se conoce como sentido común, andan descolocados.

Me pregunto, ¿qué pensarán los promotores de tan sabios engendros cuando sus hijos empiecen a balbucir el consabido pa-pá o ma-má. ¿Les obligarán a que les llamen progenitor A o progenitor B?

¿Tan dañinas son las sagradas palabras padre-madre, esposo-esposa? ¿Se pretende acabar con la familia y con la diferencia de sexos como si ello no fuera más que una construcción cultural? Uno añora a los grandes antropólogos del pasado siglo, que afirmaban que la familia era el único, el perenne modelo humano en toda la historia capaz de garantizar los elementos esenciales para crecer humanamente.

En el nº 2.744 de Vida Nueva.

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