Llorar de emoción

(Junkal Guevara – Biblista, profesora adjunta al Departamento de Sagrada Escritura de la Facultad de Teología de Granada)

“Parece que los cristianos nos hemos acostumbrado (o nos hemos tenido que acostumbrar) a que la Palabra se proclame, pero no siempre se explique, o no se explique con suficiente claridad y oportunidad como para ‘calentar nuestro corazón’, sino que se pierda a veces en divagaciones, discursos moralizantes o, simplemente, nada”

Aunque a un biblista le cuesta inclinarse por un texto bíblico concreto, estos días he recordado uno que a mí me gusta mucho: el capítulo 8 de Nehemías. Recuerda una lectura pública de la ley que tuvo lugar en Jerusalén en la época posterior al exilio.

Explica cómo el pueblo estaba congregado junto a la Puerta del Agua y cómo Esdras, el escriba, entró solemnemente y subió al estrado construido para la ocasión. El pueblo, con la mirada fija en él, acompañaba la introducción a la lectura con gestos: levantar los brazos en señal de alabanza, postrarse en el suelo en señal de reverencia… Esdras leía y “aclaraba y explicaba el sentido, para que comprendieran la lectura” (v. 8). Y dice el texto que los escribas tenían que animar al pueblo y exhortarle a que no llorara, porque “todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley” (v. 9).

No faltan en la Biblia textos que muestran la importancia de “interpretar y aclarar el sentido” de la Palabra y la necesidad que tenemos de ello. Parece que los cristianos nos hemos acostumbrado (o nos hemos tenido que acostumbrar) a que la Palabra se proclame, pero no siempre se explique, o no se explique con suficiente claridad y oportunidad como para “calentar nuestro corazón”, sino que se pierda a veces en divagaciones, discursos moralizantes o, simplemente, nada.

El Sínodo de la Palabra dio la oportunidad a muchos obispos de expresar su preocupación por la ausencia o poca calidad de las homilías, y en el Aula se recordó su importancia pastoral.

Verbum Domini, de Benedicto XVI, ha recogido la cuestión: “Debe apuntar a la comprensión del misterio que se celebra, invitar a la misión, disponiendo la asamblea a la profesión de fe, a la oración universal y a la liturgia eucarística” (VD, 59). Ahí es nada.

¡Ojalá podamos rememorar los tiempos de Esdras! Los fieles queremos, como entonces, llorar de emoción cuando nos expliquen el sentido de la Palabra. Que más vale llorar de emoción, que de pena.

En el nº 2.743 de Vida Nueva.

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