La Cruz de la JMJ

(+ Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)

“En la cruz, en efecto, nos encontramos con un acontecimiento salvador que nos afecta, sea como sea la situación de nuestra vida. No hay nada en nuestro corazón que se le resista, si damos el paso de ponernos en su camino”

Es cierto que en las diócesis se prepara con esmero la llegada de la Cruz de las JMJ y del Icono de la Virgen; pero nada de lo que se hace sería suficiente para provocar el cálido y piadoso recibimiento que se le suele dar. Esos benditos maderos, cruzados y elevados, llegan con una fuerza arrolladora al corazón de niños, jóvenes y mayores.

De hecho, son muchos los sorprendidos de que la cruz reúna a tanta gente: a creyentes convencidos y a otros con una fe quizás escondida, adormecida o disimulada y que no desaprovechan esta oportunidad. Son muchos, en efecto, los que se preguntan por qué se renueva con tanta fuerza en este siglo XXI el atractivo de aquella amada y primera cruz de hace veinte siglos.

Los jóvenes dicen que es porque al mirarla, tocarla o besarla se siente la presencia de Cristo Crucificado, que, como dice san Pablo, “me amó y se entregó por mí”.

n la cruz, en efecto, nos encontramos con un acontecimiento salvador que nos afecta, sea como sea la situación de nuestra vida. No hay nada en nuestro corazón que se le resista, si damos el paso de ponernos en su camino, aunque sólo sea con el discreto interés del pequeño Zaqueo.

La cruz con Jesucristo, y con “los cristos” que llevan su dolor y su esperanza, recoge el amor que va dando, cuando pasa entre nosotros y no le volvemos la mirada.

Pero me arriesgo a una hipótesis, que no desmiente la anterior, y que también apunta a la verdad de lo que está sucediendo ante esta cruz de las JMJ. Estos sencillos tableros tienen un toque de santidad que despierta la nostalgia divina del corazón humano. Esta cruz partió, en su primera entrega, de las manos de un testigo de la valentía de la fe.

La valentía de abrir el corazón a Jesucristo Crucificado y de dejarse amar por Él. “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas al Redentor”. Ese testigo no es otro que el siempre joven Juan Pablo II. Los valientes son los jóvenes del mundo que la acogen y aprenden a vivir de su verdad y de su fuerza. Es la “juventud” de esa cruz lo que la hace tan atractiva.

arodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.743 de Vida Nueva.

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