(Editorial Vida Nueva) Esta semana se han reunido en Madrid los delegados de Medios de Comunicación de las diócesis españolas en las jornadas que, anualmente, convoca la Comisión Episcopal. La presencia del presidente del nuevo Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, Rino Fisichella, ha servido para dar el pistoletazo de salida de estos días en los que, además de la formación, se han intercambiado experiencias de trabajo y se ha compartido distintas visiones de la comunicación eclesial.
Las diócesis han venido en los últimos treinta años apostando por este perfil de delegado, si bien es verdad que en unas con mayores medios que en otras, y con un mayor aprecio de su labor.
Hoy por hoy, y gracias al impulso dado sobre todo desde la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social, este tipo de pastoral ha avanzado de manera significativa en España, aun cuando el camino por recorrer sea todavía largo.
El delegado episcopal para la comunicación no es el portavoz del obispo ni el periodista que ha de hacer el trabajo de la propaganda. El delegado tiene como misión fundamental, desde su apostolado cristiano, servir a quienes se dedican a la comunicación en distintos medios, sean éstos creyentes o no. El delegado ha de impulsar y alentar la presencia del mensaje evangélico y eclesial en todas las realidades mediáticas.
Hoy es un reto importante el que tienen las diócesis para hacer oír su voz clara y contundente en medio de informaciones eclesiales sesgadas, interesadas, partidistas y no exentas de prejuicios contra la Iglesia.
El delegado, inmerso en la realidad de la vida diocesana, conocedor de los planes pastorales de cada diócesis, sirve a la comunicación de cuanto sucede y, también, abre ventanas para que en la propia Iglesia se eliminen las sospechas que en muchas ocasiones, aún hoy, hay para con los profesionales de la información generalista. Tarea necesaria la de estos delegados de medios.
Publicado en el nº 2.742 de Vida Nueva (19-25 de febrero de 2011).
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