Emilio Botía: “En las comunidades tratamos a los cristianos como adultos”

Miembro de la comunidad ‘Encomún’

(José Luis Palacios) No depende de ninguna congregación, aunque estudió con los claretianos; no está vinculado a ninguna parroquia, pero se confirmó en la de Nuestra Señora Virgen del Henar de Madrid y, sin embargo, vive “en comunidad” y “con Dios”. Forma parte de esa generación de católicos que se criaron al calor de una Iglesia de barrio rejuvenecida por los vientos del Vaticano II, hasta que llegó un momento en que se quedaron sin sitio en los planes pastorales.

Tras la separación de la parroquia que le vio crecer, lejos de renegar de la fe y de romper todo vínculo con la Iglesia, Emilio Botía y su mujer se enraizaron en una comunidad de cristianos adultos. Fue en la de ‘Presencia’, en el barrio de la Concepción, en Madrid, uno de los 32 grupos que forman ‘Encomún’, lugar de encuentro nada formal para aquellos que buscan vivir conjuntamente el Evangelio y no encuentran su lugar en las grandes estructuras eclesiales.

‘Encomún’ nació en 1996 por el empeño de unos jóvenes que habían formado varias comunidades y necesitaban, sin un paraguas institucional, compartir experiencias, dificultades y apoyos. Su origen parte del proyecto de la Delegación de Pastoral Juvenil de la diócesis en la década de los 80, cuando varios grupos de catequistas y agentes de pastoral juvenil comenzaron esta novedosa experiencia.

“No querían formar grupos burbujas encerrados en sí mismos” y tampoco se sentían cómodos en otras iniciativas, como las comunidades cristianas populares o la corriente ‘Somos Iglesia’, recuerda Emilio, que hasta el curso pasado ha hecho de coordinador de esta original propuesta. Ésta no reniega de las parroquias. La mitad de las comunidades, como la de los Salesianos de Estrecho, la de Guadalupe en Chamartín o San Basilio en Carabanchel, siguen vinculadas a ellas.

“No queremos ser un movimiento, ni una corriente, sólo somos un lugar de encuentro para comunidades que quieren caminar juntas”, afirma.

En sus 15 años de historia han sido muchas las comunidades que se han sumado a esta red, pero no todas han sobrevivido ni han mantenido la vinculación. Sin embargo, hoy reúnen a 200 adultos y 120 niños que van por libre, pero, en palabras de este ingeniero aeronáutico y padre de tres niños, “nos sentimos Iglesia”. Mantener la relación y organizar actos conjuntos, “da mucho trabajo y no hay mucha rotación en las responsabilidades, por lo que algunos se queman”.

Aunque la vida de las comunidades sigue su propio camino, al menos tres veces al año se convocan actos de confraternización entre todos los miembros: un fin de semana dedicado a la formación, otro encuentro lúdico y un retiro que se corona con una eucaristía. El último ponente invitado por ‘Encomún’ ha sido el fundador del Movimiento Adsis, el sacerdote José Luis Pérez.

Romper con el miedo

“Las comunidades son un intento de poner la Palabra de Dios en manos de los hombres, tratando a los cristianos como adultos y rompiendo el miedo que hay en un sector importante de la Iglesia a perder el control de las almas y el poder político que ha podido tener en el pasado”, explica.

En su opinión, el camino de la Iglesia del siglo XXI pasa por “recuperar el Evangelio en todos los ámbitos y hacerlo asequible a todo el Pueblo de Dios, tratando a las personas como adultos”. “Va a ser duro”, admite quien, en la búsqueda del Dios revelado en Cristo, ha podido contar con sus 18 hermanos de comunidad.

Para Botía, es necesario vivir la fe en comunidad, ya sea dentro o fuera de una parroquia, porque toda persona necesita un lugar para compartir la vida de fe, para madurar en el seguimiento de Cristo y para dejar que el Espíritu ilumine a los creyentes. “Allí donde se vive el Evangelio hay Iglesia”, dictamina esperanzado.

EN ESENCIA

Una película: La misión.

Un libro: El conflicto con Dios hoy, de Javier Garrido.

Una canción: Mediterráneo.

Un rincón en el mundo: Los Nietos (Murcia).

Un deseo frustrado: reconstruir la casa de mi abuelo.

Un recuerdo de la infancia: jugar con mis tres hermanas.

Una aspiración: vivir el Evangelio.

Una persona: Almudena, mi mujer.

La última alegría: la sonrisa de mis hijos.

La mayor tristeza: la soledad de los cercanos.

Un sueño: un nuevo orden económico más humano.

Un regalo: mi relación con Dios.

Un valor: la autenticidad.

Me gustaría que me recordasen por… ser un buen compañero de vida.

En el nº 2.742 de Vida Nueva.

Compartir