El esplendor del Románico deslumbra en Madrid

El Museu Nacional d’Art de Catalunya expone, por primera vez fuera de Barcelona, 59 de sus obras maestras

La 'Majestat Batlló'

(Juan Carlos Rodríguez) Una exposición excepcional. En toda su dimensión: irrepetible, exquisita, didáctica, espiritual y luminosa. El esplendor del Románico muestra en Madrid (Fundación Mapfre, 10 de febrero-15 de mayo), por primera vez, las joyas de la colección de arte románico del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), considerada “la más importante de Europa”, según la describe su directora María Teresa Ocaña. “Ésta es una exposición excepcional –afirma–. Únicamente, en el año 37, durante la Guerra Civil, algunas de las piezas del museo se expusieron en una muestra de románico en París”.

Aquella histórica exposición, como ocurrió con los tesoros del Museo del Prado, fue sobrevenida, provocada por la necesidad imperante de poner las joyas del arte medieval conservadas en Barcelona lejos de las bombas y la ira de la Guerra Civil.

Ahora, las obras de reforma del Palacio de Montjuic, sede del museo barcelonés, han hecho posible el sueño del director general de la Fundación Mapfre, Pablo Jiménez Burillo: exponer 59 de las obras maestras del románico catalán –la gran mayoría proceden de iglesias y monasterios catalanes, aunque también hay piezas gallegas y castellanas– en el corazón de Madrid.

“Desde la fundación nos preocupa el patrimonio. Y con esta exposición no sólo contribuimos a dar a conocer fuera de Cataluña estos fondos, sino también ayudamos a un museo a poner en valor sus colecciones. Es nuestra responsabilidad con museos tan serios y ejemplares como el MNAC”, dice Jiménez Burillo, que admite que la Fundación Mapfre ha donado 900.000 euros para que la exposición pudiera celebrarse, y para financiar las obras de remodelación de las salas de arte románico del MNAC, cerradas hasta junio.

La muestra de Madrid adelanta cuál va a ser la nueva museografía que el MNAC ha aprobado para su colección. Así, en la Fundación Mapfre sorprende al visitante la exquisita iluminación; espléndida en cuanto que, como sugiere Jordi Camps, conservador jefe del Área de Románico del MNAC y comisario de la exposición, no sólo realza el color y la calidad de las piezas, sino que provoca que la exposición sea toda una experiencia de “espiritualidad, trascendencia y recogimiento”.

Ejemplo máximo es cómo irradia una pieza tan especial como la Majestat Batlló (mediados del s. XII), procedente, con toda probabilidad, de una iglesia de la comarca de la Garrotxa o del entorno de Olot. Las majestades, desarrolladas en el medievo catalán, eran tallas con imágenes de Cristo en la cruz que simbolizan, geométricas y solemnes, su triunfo sobre la muerte. Aquí, de algún modo, sigue evangelizando.

“El símbolo es una conjunción de formas visibles destinadas a mostrar las invisibles”, escribió Hugo de San Víctor (1090-1141). El mensaje sigue siendo válido para un arte que, casi un milenio después, “sigue siendo enigmático, austero y contundente”, como recuerda Camps.

Ésa es la razón, entre otras, por la que el comisario ha intentado trasladar a Madrid una selección de piezas (pintura mural, escultura en piedra, pintura sobre tabla, escultura sobre madera y orfebrería) que pretenden dar una semblanza completa del románico tal como lo pudieron vivir los fieles en los siglos XI, XII y XIII, comenzando con la réplica del ábside de Sant Quirze de Pedret –la única–, un espacio intensamente evocador que sirve, a la vez, de pórtico para la exposición, organizada en cinco escenarios: El color de la arquitectura, La escultura monumental, Un espacio para la narración, El poder de las imágenes y El tesoro de la Iglesia.

En cada uno de ellos, Camps ha querido recuperar citas de autores contemporáneos sobre el esplendor del románico –Honorio de Autum, Hugo de Foulloi, Hugo de San Víctor, san Bernardo de Claraval, Suger de Saint Denis– para explicar didácticamente el poder evocador del arte sacro medieval.

Recreación en 3D

Este itinerario arranca en El color de la arquitectura con una de las piezas restauradas para la ocasión: la Lapidación de San Esteban (1100), fresco traspasado a lienzo procedente de la Iglesia de Sant Joan de Boí (Lleida), en el que Dios reconforma a san Esteban en un gesto típico del Románico: la mano protectora.

Luce también la Disputa y arresto de Santa Catalina (1241-1255), que ocupó la antigua capilla de santa Catalina en la Seo de Urgell (Lleida) y un Grifo de San Pedro de Arlanza (Burgos) que protege los lugares y tesoros sagrados.

La escultura monumental exhibe una selección de capiteles, como los procedentes de Santa María de Besalú (Lleida) y del antiguo hospital de peregrinos de San Nicolás (Barcelona).

El MNAC ha incluido en esta sección una recreación en 3D de la portada del monasterio de Ripoll, que avanza el infinito campo de posibilidades que abre la convivencia de tradición y nuevas tecnologías.

Es en Un espacio para la narración, donde se exponen los frontales de la Seo de Urgell, de la Iglesia de Santa María del Castillo de Besora (Barcelona), o de la Iglesia de San Andrés de Baltarga (Girona). En ellos es donde se aprecia más a fondo el porqué de la fascinación que estas mismas obras causaron en Pablo Picasso, Joan Miró o en Antoni Tàpies: el poder del color, la originalidad de la composición y el juego de simetrías.

Los baldaquinos –como el de San Martín de Tots (Lleida)– no sólo eran parte del altar sino que, como mobiliario litúrgico de las iglesias se usaban para la narración evangélica, a partir de la figura central de la Maiestas Domini o Cristo en majestad. Aunque las iglesias más pudientes tenían frontales de orfebrería, las tablas eran muy apreciadas, como el de la antigua iglesia benedictina de Sant Serni de Tavèrnoles (Girona), del que se conserva el altar completo.

Un prolegómeno pictórico introduce El poder de las imágenes, el cuarto capítulo, el más impactante, gracias a la singularidad concedida a la Majestat Batlló, aislada en una sala circular donde se ha conseguido enfatizar la fuerza simbólica de la pieza y el recogimiento. A partir de esta figura, prolonga este apartado otras tallas en madera policromada en las que “más se admira la belleza, que se venera la santidad” (san Bernardo de Claraval), como son la Virgen de Santa Coloma de Ger (Girona) o las figuras del Descendimiento de la Iglesia de Santa Eulalia de Erill la Vall (Lleida), únicamente la Virgen y san Juan, ya que las otras cinco figuras de la composición original se conservan en el Museo Diocesano de Vic.

El epílogo lo pone El tesoro de la Iglesia, en la que se han colocado piezas de orfebrería y esmaltes que cumplían una función litúrgica y patrimonial. Los más valiosos procedían de Limoges (Francia), como la denominada Paloma eucarística (primera mitad del s. XIII), custodia de cobre repujado, grabado y dorado; el Copón de la Cerdaña (finales del s. XII), la Cubierta de Evangelio con la Crucifixión (primer tercio del s. XIII), y el Báculo de Mondoñedo.

En el nº 2.742 de Vida Nueva.

MÁS INFORMACIÓN

Compartir