Magreb: una Iglesia minoritaria, pero muy viva

(Javier F. Martín) Se podrían contar con los dedos de la mano los católicos autóctonos que manifiestan públicamente su fe en Marruecos, Argelia, Túnez o Libia. No, no se trata de una metáfora. Los seguidores de Jesús en estos países viven en la clandestinidad, bajo nombre, cultura y tradiciones musulmanes…, o fuera de la tierra en la que nacieron. Aunque las leyes garanticen la libertad religiosa, en muchas ocasiones, se impone la tradición: las comunidades católicas son toleradas, pero el anuncio explícito de Jesús, las catequesis o las celebraciones en medio de la sociedad son algo inconcebible. Esta realidad se traduce en obstáculos y dificultades para aquellos que quieren vivir su fe fuera del islam, tal y como recoge Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) en su último Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo (ILR). Con matices, el marco social y legal es el mismo en estos cuatro países norteafricanos.

En Marruecos, el artículo 6 de la Constitución reconoce que el Estado garantizará la libertad religiosa. Sin embargo, en el informe de AIN se detalla que “en realidad, sólo los cristianos extranjeros pueden ejercer esta realidad. (…) Cambiar de religión abandonando el islam es imposible por principio y está penado por la ley”.

Ghaleb Bader, arzobispo de Argel

A pesar de esta presión, hay marroquíes que se han convertido al cristianismo. “Si quieren rezar, los marroquíes conversos tienen que reunirse en domicilios privados y nunca más de 20 personas a la vez para evitar llamar la atención de quien no conviene. Algunos han perdido el trabajo a causa de su fe. Básicamente, estos cristianos están condenados a una especie de muerte social”, se detalla. También aquí se habla de marroquíes bautizados que tienen que casarse según la ley islámica y ser enterrados siguiendo los ritos del islam.

Prohibido evangelizar

Argelia, igual que su compañero de frontera, garantiza la libertad religiosa en su Constitución. El islam es la religión del Estado y se toleran la Iglesia Católica y las comunidades protestantes. Aquí tampoco se contempla la conversión. En 2006, entró en vigor una ley que castiga cualquier tipo de evangelización, ya sea mediante la difusión de textos religiosos o cualquier iniciativa que “pudiera perturbar la fe de un musulmán”. Los católicos no pueden poner nombres cristianos a sus hijos porque, normalmente, en el registro se niegan a ello. Para los entierros, son idénticos a sus vecinos del oeste.

El arzobispo de Argel, Ghaleb Bader, ha manifestado que “Argelia es, probablemente, la nación árabe musulmana más respetuosa con los derechos de los argelinos que se acercan a Cristo, aun cuando se considere enormemente desestabilizador para la sociedad y haya suscitado fuertes y, en ocasiones, violentas reacciones entre la población y los medios de comunicación”. Sin embargo, el arzobispo no ha dejado de denunciar que, “si se deniega el visado a los sacerdotes y a las monjas, la vida de la Iglesia se irá extinguiendo gradualmente a medida que el clero vaya cumpliendo años”.

Sobre Libia, el ILR subraya que el Gobierno es tolerante con las religiones y que el clero católico opera en las principales ciudades, donde presta su servicio en hospitales, orfanatos y con colectivos desfavorecidos como ancianos o discapacitados. En Túnez, el país donde la presión puede ser algo menos intensa, “algunos de los conversos han decidido dejar de ocultarse y se han empezado a organizar”, según AIN.

La película De dioses y hombres ha descubierto, para muchos, la presencia de católicos en tierras donde, en la actualidad, el libro sagrado más leído es el Corán. Sin embargo, el norte de África es un territorio donde los cristianos han escrito una gran historia. San Cipriano, san Agustín o las santas Perpetua y Felicidad preludiaron a los contemporáneos mártires de Thibrine o a Charles de Foucauld. También, grandes acontecimientos en la historia de la Iglesia, como los concilios de Cartago, se desarrollaron al otro lado del Mediterráneo.

De una forma muy explícita, el islamólogo Justo Lacunza, misionero de África y rector emérito del Instituto Pontificio de Estudios Árabes e Islamistas (PISAI), subraya que “los cristianos no son intrusos en África del Norte”. La expansión del islam en el siglo VII generó un doble efecto: la arabización en lo cultural y la islamización en lo religioso. Lo que hoy se mantiene. Lacunza lo resume de forma clara: “El islam es la referencia religiosa y cultural y, al mismo tiempo, la base de la legislación” de estos países.

Para los católicos, esta realidad se traduce en una Iglesia minoritaria formada, casi en su totalidad, por ciudadanos no nacionales de Marruecos, Túnez, Argelia o Libia. Esto no significa, en opinión del rector emérito del PISAI, que estemos hablando de una Iglesia ‘extranjera’, porque “la Iglesia no es nunca extranjera, en ninguna parte del mundo. La Iglesia católica es la Iglesia de todos, tiene dimensión universal y se dirige, en estos países, a aquellos que son emigrantes y que han ido allí a trabajar”.

Dificultades pastorales

Nítido el mensaje, esta realidad enriquece y dificulta la labor pastoral a partes iguales. El enriquecimiento viene de compartir las experiencias y distintas tradiciones y formas de religiosidad que llevan consigo los católicos que viven en el norte africano. La dificultad se encarna en la imposibilidad, en muchas ocasiones, de organizar una pastoral conjunta para gente de tan diversa procedencia.

Sirva el ejemplo de Libia, donde conviven cuatro grandes comunidades lingüísticas: coreana, filipina, francesa y subsahariana. En el libro Cristianos en tierras del Corán, de Michele Zanzucchi, el vicario apostólico de Trípoli, Giovanni Martinelli, señalaba que “esta masa de subsaharianos venida de improviso es una bendición para nosotros: por fin se acabará la creencia de que la Iglesia es colonial. Filipinos, indios y africanos juntos muestran el rostro de una Iglesia afroasiática. Los libios comprenden así que se trata de una realidad universal, sin rostro de colonialismo”.

En Túnez, de alguna manera, también se vive esta realidad. Mikel Larburu, padre blanco y misionero en el norte de África, subraya que, en los últimos años, un grupo de funcionarios del Banco Africano de Desarrollo se han convertido en un reto, “porque, de la noche a la mañana, han coloreado la pastoral de la Iglesia de Túnez y han requerido una atención pastoral y litúrgica particular”.

Junto a ellos, están los universitarios africanos becados en distintas universidades tunecinas, agrupados en la Juventud Católica Africana, “que animan toda una serie de grupos de reflexión, y que también animan las liturgias con sus corales”, apunta Larburu.

“Nunca, nunca, nunca hablamos del Señor. En año y medio, no he hablado de Jesús a nadie”. La autora de esta afirmación es una misionera española que durante ese período ha trabajado en Argelia, y que prefiere que no se ponga rostro a sus palabras. Cualquier sacerdote, religioso o seglar que haya estado en uno de estos cuatro países habría respondido lo mismo. Sin embargo, la Iglesia sigue muy viva, como una minoría anclada en un pueblo acogedor, religioso y cercano.

Otra religiosa española, Teresa Moreno, de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón, con siete años de trabajo en Marruecos, reconoce que “aquí no hay poder ninguno, pero hay vivencia del Evangelio. Vivir el cristianismo en un país musulmán tiene sentido porque aportas la salvación que ofrece Jesucristo”. Aunque no se pueda hablar de Jesús de forma clara o no se lleve una cruz sobre el pecho, ellos no dudan: merece la pena estar. “El objetivo de la Iglesia es la vida, y después viene la palabra, la predicación. Primero es el testimonio de Cristo, y el testimonio –señala Lacunza– se puede dar en todas partes”.

Teresa Moreno, que llegó a Marruecos después de cerca de dos décadas en Colombia, reconoce que tuvo que afrontar “otra manera de evangelizar. Eso no quiere decir que no sea anunciar a Cristo, con unas características muy especiales: la gratuidad y la amistad. Una vez que le encuentras sentido a eso, te lo pasas en grande. En América Latina encuentras eficacia a lo que haces desde el principio. Aquí es diferente. Aquí hay que ser muy respetuosos con su manera de creer. Se trata de vivir de Jesús sin nombrar a Jesús”.

Y unos hombres que mantienen vivo su encuentro con el Padre, a través del rumor de la oración en común, son los trapenses de la comunidad de Nuestra Señora del Atlas, en la localidad marroquí de Midelt. Allí vive un religioso español, José Luis Navarro, quien se queda más en lo que les une con sus vecinos que en lo que teóricamente les separa: “Nos acogen como a uno de ellos; nos sentimos como orantes en medio de orantes, y eso ya es un motivo para estar allí. En muchos momentos, se juntan los sonidos de la campana con la llamada del muecín. Siempre que la oración es motivo de concordancia, es bueno”, señala este fraile valenciano, que forma comunidad con uno de los supervivientes del martirio de Thibrine. En Midelt también están las Franciscanas Misioneras de María. Esta congregación, con ochenta años de historia allí, ha llevado un orfanato, un dispensario y ha tenido un centro de alfabetización.

Teresa Moreno, con la mente puesta en Marruecos, subraya que “ser negro, mujer o cristiano significa ser ciudadano de segunda. Aquí, la Iglesia se presenta como una institución de gran poder humanizador”. “Jesús, antes de la predicación, vivió en el anonimato ¡durante 30 años! Lo importante es el testimonio, es lo más importante. No podemos agobiarnos con que no podemos evangelizar. ¿Qué hacemos con la vida? Si la fe es tu motor, no tienes que preocuparte de lo demás”, dice Justo Lacunza. Mientras, la religiosa del “nunca, nunca, nunca” espera (con ilusión, según percepción de quien esto firma) poder volver a tierras argelinas a hacer presente a ese Jesús que la ha llevado hasta allí.

Egipto: de la Plaza de Tharir a la libertad religiosa

En Egipto, la quinta nación norteafricana regada por el Mare Nostrum, los católicos sufren una presión que ha sido recogida por Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) en su último Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo (ILR): “Los cristianos siguen siendo objeto de una discriminación oficiosa. Se les excluye de los puestos más altos de las fuerzas armadas, de la policía y de las universidades”.

Según este informe, en las últimas tres décadas “han sido asesinados unos 1.800 cristianos y se han perpetrado 200 actos de vandalismo contra propiedades de los cristianos, sin que nadie haya sido juzgado por ello, y mucho menos castigado”.

Sin embargo, aquí, en el país de la ya famosa Plaza de Tharir, a diferencia de sus vecinos norteafricanos, sí encontramos católicos que enarbolan con orgullo su credo. Egipto, católico antes que musulmán, es el hogar de unos 800.000 coptos católicos, apenas el 10% del total de cristianos que habitan en el país.

Las revueltas, focalizadas en el rais Mubarak y en el futuro político egipcio, trasladan el debate a las consecuencias sociales, políticas y económicas que tendrá este movimiento ciudadano y político. Sin embargo, en pocos foros alguien se pregunta cómo vivirán las comunidades creyentes en ese futuro por el que todo el mundo pregunta.

En este sentido, Justo Lacunza señala que “la religión no puede ser un elemento que condicione los derechos y los deberes de los ciudadanos. La religión no puede ser un elemento que trasmoche los derechos de la ciudadanía. Si esto sucede, es una aberración”.

Y hasta ahora sí ha sido un factor condicionante de la vida de los egipcios, de forma muy especial de aquellos que no han abrazado el islam, o aquellos que han querido abandonar las filas del credo musulmán. El escritor Michele Zanzucchi, en su libro Cristianos en tierras del Corán, recoge el testimonio de Mona, una joven copto-ortodoxa que señala que “las jóvenes formalmente convertidas al islam siguen siendo cristianas en su corazón, pero no pueden volver al cristianismo, so pena de caer en un ostracismo social.

Además, en las aldeas más pobres del sur, Arabia Saudí ofrece sustanciosas ayudas en dinero a los cristianos que se conviertan al islam. Sin embargo, la mayor parte de las veces son las presiones indirectas las que llevan a la conversión, como la marginación en el puesto de trabajo o la imposibilidad de desarrollar una carrera en la administración pública”.

Un sacerdote copto de la diócesis de Giza-Fayun-Beni Suef, reconoce que “no estamos bien. ¿Dónde estamos bien? ¿Podemos construir una capilla? ¿Tenemos libertad para rezar, hacer una procesión a la Virgen o al Santísimo Sacramento en la calle? ¿Podemos poner en la capilla o en una casa cristiana una cruz en el tejado? ¿Dónde trabajan los cristianos? Se despide a muchos cristianos de sus puestos de trabajo, tan sólo por ser cristianos. Mentiría si dijera que todo está bien”.

En el nº 2.741 de Vida Nueva.

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