José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

Lecciones de francés y alemán


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(José Lorenzo– Redactor Jefe de Vida Nueva)

“Y para la Iglesia, persistir en enterrar la capacidad de análisis, de reflexión, incluso de crítica constructiva, es empecinarse en alimentar una comunidad viciada, recelosa, a la defensiva, sin capacidad de acogida…”

En la laica Francia, sus ministros no tienen empacho en exigir de los órganos de gobierno de la Unión Europea una condena por los reiterados ataques en los últimos tiempos a las minorías religiosas. Ni en poner apellidos a esas personas martirizadas: cristianos. No se inventan nada. El 75% de los perseguidos en el mundo por su fe son seguidores de Jesucristo.

En Alemania, sus obispos acogen, con prudencia, pero como un paso más en la aportación al diálogo sobre el futuro de la fe y la Iglesia en ese país, herida también por el escándalo de los abusos sexuales, el manifiesto de casi 150 teólogos en el que se reclaman urgentes y profundos cambios, hoy por hoy inasumibles. No hay descalificación episcopal a quienes demandan que la Iglesia sea “un lugar y testigo creíble” del mensaje del Evangelio. Se agradecen las aportaciones –lo que ya es mucho–, aunque no obliguen a nada, vienen a decir.

De estos dos casos, con cierta humildad, podrían extraerse algunas lecciones. Para Zapatero, que una vez que se han aceptado sin rechistar las humillantes imposiciones que en materia de ajuste económico ha recibido nuestro Gobierno, dictadas desde París y Berlín, querer destacar simplemente como paladines de la equidistancia (como ha hecho la ministra de Asuntos Exteriores) a la hora de velar por la libertad religiosa, tan sólo puede impresionar a aquellos que, por ejemplo, tampoco quieren ver que a China, además de nuestra deuda externa, le hemos vendido nuestro silencio ante los derechos humanos. Incluidos los religiosos.

Y para la Iglesia, persistir en enterrar la capacidad de análisis, de reflexión, incluso de crítica constructiva, es empecinarse en alimentar una comunidad viciada, recelosa, a la defensiva, sin capacidad de acogida. “Antes de convertirlo, más aún para convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos y le hablemos”, decía Pablo VI.

Y si esto es así, en general, ¿qué no será para los propios cristianos. ¿Dónde ha ido a parar el diálogo entre teólogos y obispos? La palabra ha sido sustituida por la instrucción pastoral, que pende acongojante incluso de quienes, reputados especialistas ayer, hoy ya ni se atreven a opinar sobre lo que saben.

En el nº 2.741 de Vida Nueva.