Editorial

El hambre de los niños, un pecado mayor

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(Editorial Vida Nueva) Son ya muchos años denunciando el hambre en el mundo y poniendo un grano de arena para paliarla. Más de medio siglo lleva Manos Unidas trabajando desde el corazón de la Iglesia, con sus manos extendidas por el mundo, ofreciendo a raudales el don de la gratuidad. Una nueva campaña pone luz sobre este colectivo que trabaja todos los días del año. Esta vez, cuando ya ha superado los cincuenta años, echa una ojeada a la infancia, el futuro de la humanidad.

Es el mejor Evangelio, el de las obras, que la Iglesia puede hoy anunciar: “Porque tuve hambre y me disteis de comer…”. Ahí están denunciando y proponiendo, porque no todo es denunciar cómodamente, sino proponer con esperanza, porque aún hoy es posible devolver el alma al mundo, un alma capaz de vibrar fraternamente desde la misma esencia del Evangelio. Manos Unidas, hoy, es la expresión más genuina de las entrañas de misericordia de una Iglesia con arrugas, pero de una Iglesia samaritana. Vaya nuestra primera reflexión dedicada al agradecimiento y reconocimiento de la gran labor que realiza Manos Unidas desde un genuino servicio de evangelización de los más pobres.

Y, junto al reconocimiento, el ánimo y el aliento que necesitan en estos momentos en los que la crisis financiera, económica y social hace que tengan que multiplicar las ayudas, aunque disminuyan los recursos. Es el milagro de cada día. Curiosamente, a pesar de la crisis, la solidaridad no se ha visto resentida. Es un signo de la bondad del hombre, a quien aún le quedan rescoldos de solidaridad, pese a que una crisis de valores late en la actual situación mundial. En el Evangelio halla el cristiano la fuente más fecunda para su diaria labor a favor de los más pobres.

En su manifiesto de este año, Manos Unidas lo dice con claridad: “La Iglesia, a través de su Doctrina Social, es perseverante en la defensa de la vida de los más indefensos, los niños, y en la promoción de la familia como mejor contexto para el nacimiento y el desarrollo de sus vidas. Dios eligió nacer en una familia y se hizo niño como nosotros. Todo niño es imagen de Dios. La Declaración de los Derechos del Niño, de 1959, proclama que los niños tienen derecho a crecer en el seno de una familia, a la atención médica, a la educación y, en todo caso, a una protección especial”.

Desde esta convicción, Manos Unidas se compromete a “seguir trabajando por un desarrollo humano integral y solidario, y para acortar la distancia entre los países menos desarrollados y los países ricos; a seguir contribuyendo a erradicar el hambre y la pobreza y a mejorar las condiciones de vida de cada vez más personas; a luchar para reducir la mortalidad infantil y por una infancia sana y sin riesgos, a través de proyectos cuyos objetivos sean la protección de los niños, la formación de la mujer, la capacitación del personal sanitario y la creación de condiciones adecuadas para el desarrollo de una vida digna; a seguir reclamando a nuestros poderes públicos y a otras instituciones que adopten políticas de cooperación coherentes con la defensa de la vida desde la concepción hasta el final natural, el derecho a la maternidad sana y saludable y la dignidad de los niños”.

Y es que los zarpazos del hambre se ceban en la niñez. Los niños son los más desvalidos y han de encontrar voz en los cristianos. No se puede escandalizar a los pequeños y, hoy, un sistema de abundancia, está atentando gravemente contra la sagrada vida de los más pequeños. La campaña de este año de Manos Unidas, junto a las muchas acciones de cada día, es el mejor camino para que la Iglesia continúe siendo, ante todo, un recinto de amor.

Publicado en el nº 2.741 de Vida Nueva (del 12 al 18 de febrero de 2011).

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