Los retos de un hospital de Uganda

La Fundación Manuel Grau financia el centro médico de Kitgum

(José Carlos Rodríguez Soto) Después de cuatro décadas dedicadas a la enseñanza, cuando a Virginia Grau le llegó la edad de la jubilación pensó que delante de ella sólo le quedaban años de apacible retiro. Nada podía hacerle pensar en el cambio brusco que daría su vida a partir de febrero de 1999, cuando su hermano Manolo falleció inesperadamente en Uganda. Manuel Grau, sacerdote y médico, era el hermano menor de un familia de tradición médica de Castellón.

Nada más acabar la carrera, entró en los misioneros combonianos y dedicó toda su vida a trabajar por los enfermos más necesitados en Uganda, República Democrática del Congo y Chad, países en los que inició hospitales rurales nuevos o se dedicó a organizar mejor algunos ya existentes. Tenía 60 años cuando regresó al norte de Uganda, y tenía un aspecto de quien está rebosante de salud.

Por lo menos eso pensaban los que le conocían, pero Manolo –que nunca quiso preocupar a nadie– era muy consciente de que sufría una cirrosis irreversible causada por una hepatitis B contraída en una de sus muchas operaciones realizadas en condiciones precarias. Puesto ante la disyuntiva de quedarse en España recibiendo cuidados médicos que le hubieran alargado la vida, o volver a trabajar por la gente a la que amaba y arriesgarse a morir antes de tiempo, eligió lo segundo. En su tumba, en la misión de Kitgum, nunca faltan flores.

“Tras el choque inicial de su muerte, algunos de sus familiares y amigos pensamos que la mejor manera de seguir unidos a él era dedicarnos a continuar con su obra de atender al hospital de San José, en Kitgum, donde Manolo dedicó 12 años de su vida”, explica Virginia Grau. A esta iniciativa se unieron dos médicos ligados al curso de Medicina Tropical de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia: los doctores José Cano y José Mico, quienes anteriormente habían pasado algunas temporadas ayudando a su antiguo alumno Manuel Grau en Kitgum.

Así nació, en 2000, la Fundación Manuel Grau, una asociación benéfica que, a pesar de sus modestos orígenes, en diez años ha proporcionado al centro de salud de Kitgum fondos para adquirir medicamentos y pagar estudios a dos médicos, además de dotarlo de un autoclave, un grupo electrógeno, una ambulancia y un moderno aparato de rayos X.

Estatua erigida en memoria del comboniano Manuel Grau

Virginia y otros seis miembros de la Fundación visitaron hace pocas semanas el hospital de San José, que celebraba su 50º aniversario. Durante el acto conmemorativo, el pasado 27 de noviembre, el arzobispo de la Archidiócesis de Gulu, John Baptist Odama, inauguró una ampliación del pabellón de maternidad, el último de los proyectos financiado por los familiares y amigos de Manuel Grau. También se descubrió una estatua del misionero español en el patio del hospital.

A tres de los miembros de la Fundación no se les escapó un detalle: “Hace cuatro años visitamos el hospital y nos llamó la atención la cantidad de personas que esperaban durante muchas horas, y a veces días, para hacerse una radiografía. Muchos habían venido desde muy lejos”, explica Montserrat Alsó Cervia, cuñada de Manolo. “Nos explicaron que sólo tenían un aparato de rayos X de más de 40 años de antigüedad y que cada vez que hacían una placa había que esperar casi una hora para que se enfriara la máquina. Decidimos entonces recaudar fondos para ayudarles con un nuevo aparato, y nos da una enorme alegría verlo ahora funcionar a pleno rendimiento, evitando las esperas interminables que los pacientes tenían que soportar”.

“Durante los años de la guerra estuvimos completamente desbordados”, recuerda el actual director del hospital, el doctor Lawrence Ojom. “Desde que comenzó el conflicto en 1986 hasta que hace tres años empezó a remitir, el personal médico trabajábamos hasta el borde del agotamiento por las muchas operaciones que teníamos que realizar, los miles de personas que se refugiaban aquí por la noche y la tensión ante las amenazas de los rebeldes”, rememora Ojom.

Hoy los campos de desplazados se han vaciado y la gente ha vuelto a sus aldeas. Aún así tienen unas 250 consultas externas y realizan unas 30 operaciones a la semana, a veces con ayuda de especialistas venidos de fuera. Durante las tres semanas previas a la celebración de las bodas de oro del hospital, un equipo formado por 15 médicos del Ejército italiano realizó cientos de operaciones gratis. En otras ocasiones acuden oftalmólogos o cirujanos plásticos que durante varias semanas atienden gratis a los pacientes que lo necesitan.

El nuevo contexto de paz que se vive hoy en el norte de Uganda ha reducido problemas endémicos, pero no faltan nuevos retos. “La gente desplazada que ha vuelto a sus casas usa los centros de salud más cercanos, pero ahora que las carreteras están abiertas vienen muchos pacientes de Sudán, que está a sólo 50 kilómetros de aquí y donde la gente no tiene ningún hospital cercano”, explica el doctor Ojom. Otro importante reto es el sida. El hospital cuenta con un centro que atiende a 2.500 pacientes infectados de VIH, de los que sólo 1.300 reciben regularmente medicamentos antirretrovirales, a pesar de lo cual “se ha pasado de tener tres fallecimientos por sida al día, a tener unas tres muertes a la semana”, precisa el doctor Ojom.

Nuevas enfermedades

Amigos y familiares miembros de la Fundación, durante su última visita al hospital de Kitgum

Tampoco faltan los problemas inesperados. Los miembros de la Fundación Grau fueron testigos, durante los días de su visita, de una extraña enfermedad que en apenas dos semanas terminó con la vida de 30 personas que fallecieron entre interminables vómitos de sangre. La epidemia, controlada con rapidez, hizo temer a muchos que podría tratarse de un brote de Ébola, posibilidad que se descartó después de análisis realizados en el centro de control de enfermedades de Atlanta (Estados Unidos).

Pero, como ocurre en innumerables lugares de África, la peor incertidumbre sigue siendo la económica. Sólo un 10% de los gastos del hospital se cubren con lo que pagan los pacientes, que en la mayoría de los casos es muy poco, dadas sus posibilidades. “El Gobierno nos subvenciona con un 17% y el resto, más del 70%, viene de donantes”, precisa el doctor Ojom. Con la crisis económica que vive Europa, estos fondos se reducen cada día. Pero los que trabajan día a día para que las personas del norte de Uganda tengan acceso a la salud no parecen desesperarse: “Estamos muy agradecidos a nuestros amigos de España, por favor no nos olvidéis”, concluye el director del hospital con una gran sonrisa.

Los orígenes bajo un árbol de mango

Las comparaciones entre un pasado difícil y un presente más prometedor podrían extenderse a los orígenes mismos del hospital. Aunque se señala 1960 –dos años antes de la independencia de Uganda– como la fecha en que el centro empezó a tener la consideración de hospital, los hijos e hijas de Daniel Comboni iniciaron sus servicios de salud a la población de Kitgum en 1925, siete años después de su llegada a estas tierras, procedentes del sur de Sudán.

Ese año, las misioneras combonianas utilizaron lo único que tenían a su alcance: la sombra de un frondoso árbol de mangos que estaba plantado a la puerta de su residencia, fabricada de barro y con techumbre de paja. Allí, en una mesita, atendían a diario a cientos de enfermos llegados desde muy lejos, muchos afectados de lepra, que hasta hace apenas dos décadas fue endémica en la zona.

Desde estos modestísimos orígenes, el hospital de San José se ha desarrollado hasta tener hoy 350 camas, pabellones de cirugía, medicina interna, tuberculosis, maternidad, pediatría y centro nutricional.

Donativos: Banco Santander: 0049 0008 71 2316808876. Para recibir el boletín mensual: fundación_grau@telepolis.com

En el nº 2.740 de Vida Nueva.

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