ARCO también busca a Dios

La Feria de Arte Contemporáneo de Madrid cumple 30 años, y nunca faltan las irreverencias “kitsch”

Pintura de Arnulf Rainer

(Juan Carlos Rodríguez) André Malraux dijo en 1975 que “el siglo XXI será religioso o no será”. Según su propia confesión, no quería afirmar otra cosa que la relación del hombre con Dios es cíclica y que quizá al siglo que vendría le tocaría volver los ojos hacia una espiritualidad que el siglo XX despreció con argumentos materialistas. Los recorridos por las últimas ediciones de ARCO, especialmente 2008, 2009 y 2010, demuestran que cada vez son más los creadores que vuelven a exponer la religión como temática artística, como un escape estético que, de nuevo, busca convocar reflexiones espirituales o místicas, como, por citar a algunos grandes, Anish Kapoor o Bill Viola.

Si bien convive también, no es menos cierto, con una presencia de obras plásticas que se sirven de iconos religiosos tratados de forma irreverente para mezclar a Dios con sexo y política. Éstas últimas obras, utilizadas de modo exhibicionista y propagandístico, han capitalizado ciertas polémicas que, sin duda, simbolizan últimamente cierta estética anticatólica contagiada del impulso ateo que llega a los espacios públicos. Y que reclaman, por parte de sus autores, un interés de los medios de comunicación que de otro modo no tendrían.

Escultura de Óscar Seco

No es nada nuevo tampoco que, más allá de la ofensa, en algunos casos también hay obras que presentan, detrás de su apariencia, una intensa reflexión, con la que se podrá o no estar de acuerdo, sobre la fe. Otras se dejan llevar por el simple escándalo. Aunque, afortunadamente, ha desaparecido ese tipo de irreverencia pueril con la que en otros momentos el arte se relacionaba con la religión.

Todavía hay hueco para el “kitsch”, como en la edición de 2006 –justo después del escándalo de la caricaturas de Mahoma publicadas en por el diario danés Jyllands-Posten–, cuando el escultor Óscar Seco (Madrid, 1964) exhibió en la galería Ferrán Cano una pieza titulada Nazis y Jesucristo, en la que aparece una figura de Cristo sosteniendo  en la mano un misil junto a un campo de batalla sembrado de soldaditos de plomo nazis.

“Hice esta pieza –dijo Seco entonces– en parte inspirado en el principio de 2001, Una odisea del espacio, de Kubrick, sólo que sustituyo el monolito de la película por una imagen de Cristo que representa en cierta manera todas las religiones. Es una metáfora, en clave irónica, de cómo el fanatismo religioso puede provocar el enfrentamiento entre las personas. Respeto todas las religiones y en ningún momento tenía intención de ofender”.

Más polémicas

Aún más escándalo, sin embargo, hubo el año pasado con otra obra escultórica, en este caso de Eugenio Merino (Madrid, 1975), que presentó dos obras en la galería ADN de referencia judía. La primera, Stairway to Heaven –vendida a un coleccionista belga por 50.000 euros–, mostraba a tres religiosos (un musulmán, un católico y un judío, en este orden) rezando uno subido encima del otro.

La segunda pieza, This is not a Philip Starck, tenía como base una metralleta Uzi que se proyecta hasta convertirse en un candelabro hebreo. La embajada israelí pidió su retirada. “Mi obra se ha entendido de otra manera a como la concebí. En ella hablo de la Alianza de Civilizaciones, del respeto entre religiones que tienen a un mismo Dios. Con la religión, cualquier cosa es impactante y, cuanto más simple es una interpretación, más peligro tiene”, reconoció en su día Merino.

La escultura, junto a la fotografía, han sido los géneros en los que quizás más ha estado presente en ARCO el desencuentro religioso; como ocurrió en 2009 con la Santa Cena del fotógrafo indio Vivel Vilasin, obra que tituló Gaza y en la que mujeres musulmanas con el chador y el rostro oculto, representaban a Cristo y los doce apóstoles. Mientras que el vídeo y la pintura, tradicionalmente, han reinterpretado de modo más cercano la espiritualidad y el presente religioso.

Es el caso, por ejemplo, del vídeo de la vienesa Irene Andessner, que en 2008 expuso su obra Maternoster, y el portugués Vasco Araujo, que proyectó su videocreación O percurso (El camino) en 2009, en donde la Macarena encarna la idea de la maternidad. Mientras que, en pintura, ese año se pudo ver el retrato de un niño con una corona de espinas sobre su cabeza, obra de la holandesa Katinka Lampe, con la que pretendía reflexionar sobre la pérdida del simbolismo católico en algunos de sus iconos más reconocidos.

En treinta años de ARCO, por tanto, hemos podimos ver obras que “utilizan” la referencia al cristianismo de un modo más inocente o, en cambio, lleno de provocación. Pasó en la edición del año 2000, con un Cristo-robot del artista Chimo Lizana, o un lienzo de Julian Schnabel, Christ’s last day (El último día de Cristo), en el que se adentraba en la fragilidad del cuerpo humano con una serie de pinturas realizadas sobre radiografías.

'Stairway to Heaven', de Eugenio Merino

La imagen repetida por excelencia es la cruz, que Antóni Tàpies –como lo hizo Saura– tantas veces emplea y que tanto adoró, por ejemplo, la pintura pop, con Warhol al frente. De Tàpies y Saura se han visto en repetidas ediciones algunas de sus cruces expresionistas y profundas, como también del alemán Arnulf Raifner (galería Elisabet & Klaus Thomas, 2008) o de Joel Meyerowitz (galería Thomas Zander, 2008), que presentó una inquietante cruz sumergida en un estanque.

Nada que ver con las del fotógrafo norteamericano Andrés Serrano, habitual en la galería Juana de Aizpuru, sumergida en orina. “Yo me considero cristiano y, como artista, creo que tengo derecho a usar los símbolos de la Iglesia como quiera. Son míos, es mi religión”, es la explicación que da Serrano a su polémica serie.

La pregunta, en cualquier caso, sigue siendo la misma que nos llevamos más de una década haciendo: ¿no hay arte contemporáneo cristiano de calidad como para que sea expuesto en ARCO? El artista José Cosme respondió a esta misma cuestión hace años: “Claro que sí. Existen propuestas católicas y contemporáneas, por lo que no se justifica la ausencia de éstas en ferias que pretenden ser referentes de la pluralidad actual”.

El arte no sólo es provocación. Poco a poco se va corrigiendo. Aunque en los medios siempre se liga ARCO a la religión cuando aparece un Maurizio Cattelan o un León Ferrari de turno. Y no, por ejemplo, como en el caso de la instalación de Carlos Schwartz, Juan 1,1 (2008), cuando el arte se transforma en un afán de encontrar un cauce de comunicación con Dios.

Rusia, país invitado

Treinta años cumple ARCO con esta edición. Nacida en 1982 bajo la dirección de la galerista Juana de Aizpuru, la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid se ha venido caracterizando, frente a otras como las de Basilea, Colonia, Chicago o Berlín, por la gran atracción de público y la entusiasta atención de los medios de comunicación.

ARCO ha conformado una red de coleccionismo privado e institucional antes prácticamente inexistente en nuestro país. En estos treinta años, no todas las ediciones han sido iguales.  Fueron las primeras de señoreo de la pintura, y con la década de los noventa, se fueron imponiendo las instalaciones, la fotografía y el vídeo, al mismo tiempo que la escultura se iba diluyendo.

Ha llovido mucho, por consiguiente, desde las 90 galerías presentes en 1982, hasta las 197 procedentes de más de 30 países –después de un polémico proceso de recorte de galerías para rescatar una mayor calidad– que protagonizarán esta edición, entre el 16 y el 20 de febrero.

El director de ARCO, Carlos Urroz, se estrena este año con Rusia como país invitado. Uno de los actos principales será la exposición, coordinada por Andrés Mengs y con la colaboración del Ministerio de Cultura, que ofrecerá un recorrido por los treinta años del certamen a través de las imágenes más representativas de cada edición.

En el nº 2.740 de Vida Nueva.

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