Berlusconi, un problema complejo para la Santa Sede

El primer ministro Berlusconi con el subsecretario de Presidencia, Gianni Letta (centro), y cardenal Bagnasco (dcha.)

(Antonio Pelayo. Roma) Para los que vivimos en Italia desde hace ya algún tiempo, las últimas noticias sobre la vida privada de Silvio Berlusconi han sobrepasado con creces los límites de la decencia y del respeto a las instituciones. No vamos a entrar en cuestiones ni políticas ni jurídicas. Nos atenemos al plano ético y moral. Desde que salieron a la luz pública las escuchas telefónicas relativas a las francachelas del presidente del Gobierno italiano –que deberán ser analizadas y valoradas por la magistratura– muchos se preguntaron qué pronunciamiento debería hacer sobre estos presuntos hechos la Iglesia y, en particular, la Santa Sede.

Las primeras respuestas llegaron con un editorial del diario de la Conferencia Episcopal Italiana, Avvenire (18 de enero), en el que su director, Marco Tarquinio, pedía claridad sobre el “tornado devastador” que se ha abatido sobre toda Italia.

Días antes, L’Osservatore Romano había publicado íntegra en primera página una nota del Palacio del Quirinal en la que el presidente Giorgio Napolitano expresaba la turbación del país sobre las noticias traspapeladas.

El mismo sentimiento de turbación

Por fin, el 20 de enero el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, afirmaba que la Santa Sede compartía este mismo sentimiento de turbación y añadía: “La Iglesia impulsa a todos, especialmente a los que tienen responsabilidades públicas de cualquier tipo y en todos los sectores administrativos, políticos y judiciales, a asumir el compromiso de un sentido de justicia y de legalidad”.

El Papa no se ha referido explícitamente a tan delicada cuestión, pero se sabe que le ha entristecido profundamente el bochornoso espectáculo de esas revelaciones. Algunas frases de Joseph Ratzinger pronunciadas estos días sobre las “actitudes morales personales” de los servidores de la cosa pública no dejan de ser pronunciamientos generales, aplicables, por supuesto, al caso concreto de Berlusconi.

El cardenal Bagnasco, delicado pero claro

Al abrir los trabajos de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, su presidente, el cardenal Angelo Bagnasco, abordó  este tema con delicadeza, evitando el enfrentamiento directo pero con una claridad que no deja tampoco lugar a dudas: “Es necesario que nuestro país supere, de modo rápido y definitivo, esta fase convulsa en la que se mezclan, cada vez de forma más amenazadora, la debilidad ética con la fibrilación política e institucional, con la cual los poderes no sólo se miran con desconfianza, sino que extienden trampas en una lógica conflictiva que dura ya demasiados años. (…) La colectividad mira desconcertada a los actores de la escena pública y respira un evidente malestar moral”.

Para la Santa Sede el problema es complejo. No puede ser aceptada como suya esta síntesis de Vittorio Messori en una entrevista mantenida con Andrea Tornielli (Il Giornale del 19 de enero): “Mejor un político que se va de putas pero que hace buenas leyes, que un notable catolicísimo que después hace leyes contra la Iglesia”.

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