Julián del Olmo: “Soy misionero del Tercer Mundo en el Primero”

Sacerdote y director de ‘Pueblo de Dios’ (TVE)

(Miguel Á. Malavia. Foto: Luis Medina) La suya es una pasión coherente, mantenida a lo largo de toda una vida. Julián del Olmo, sacerdote, escritor y periodista, es conocido por miles de españoles a través del programa Pueblo de Dios, en La 2 de TVE, donde cada semana, desde hace ya más de 18 años (los diez últimos como director del espacio), muestra el rostro de la Iglesia misionera. Tanto en España como en todo el mundo, ofreciendo el compromiso por la justicia –“que no simple solidaridad”– de tantos y tantos hombres y mujeres de Iglesia en países de África, América Latina o Asia.

Y es que su pasión consiste en testimoniar a quienes entregan su vida, “no a tiempo parcial, sino por entero”, en beneficio de los que sufren. De este modo, sigue una máxima de Pablo VI que le sirve de guía: “El mundo no necesita maestros, sino testigos”. Algo que Julián ha aplicado en su caminar.

Nacido en 1942 en Yela (Guadalajara), sus tres  hermanos y él recibieron en los duros tiempos de la postguerra la influencia de la Alcarria, “una tierra austera, independiente y luchadora”. Pero, sobre todo, estuvieron marcados por sus padres: “La nuestra era una familia humilde. Mi padre era herrador, además de un gran lector, por lo que yo soñaba con escribir en los periódicos que él leía. Mi madre fue la maestra en la fe, transmitiéndonos una ‘teología de la vida’. Desde la sencillez y la normalidad, nos hizo ver la importancia de ayudar a la gente, haciéndolo con los más pobres”.

Así, el testimonio de su tierra y de sus padres fue parte imprescindible en su vocación sacerdotal. Como comprobó el día en que fue consagrado, allá por 1966, cuando su madre le dio un consejo que nunca olvidaría: “Si estás cerca de los ricos, te adularán, pero si estás cerca de los pobres, te querrán”.

Una vez más, aplicó la lección a lo largo de quince años de párroco. Primero, como cura rural, siendo uno más con la gente de “su” Alcarria, y luego como sacerdote volcado en las necesidades de sus fieles, en un suburbio en el norte de Madrid. En dos realidades muy distintas, que comprendían desde el sosiego del campo hasta la convulsión de la capital en la etapa final de la dictadura, supo conectar con quienes se ponían en su camino, dentro y fuera de la iglesia.

Fue en esa época cuando desarrolló su vocación por la información. ¿Qué mejor que los medios para testimoniar un modo de ser en la Iglesia? Animado por el cardenal Tarancón, inició estudios de Periodismo en la Complutense. Luego llegaría su colaboración en medios escritos y en radiofónicos, como la COPE. También dejó su sello en Vida Nueva, de donde fue redactor jefe entre 1984 y 1987: “Aquí viví una experiencia increíble. Fueron años muy vivos, apasionantes y convulsos, tanto para la vida del país como para la de la Iglesia. En ese tiempo fui consciente de la responsabilidad que tenía ante los lectores. Y eso me infundía un gran respeto”.

En minoría, sin poder ni dinero

Por aquel entonces llegó a la televisión, participando sucesivamente en los programas religiosos de TVE: El Día del Señor (Misa del domingo), Últimas Preguntas y Pueblo de Dios. En este espacio refleja el valor de la misión quien fuera misionero. Y es que Julián estuvo durante dos años en plena selva, en la Amazonía. Hasta que un día alguien le dijo: “‘Tú, que has visto la alegría con la que vivimos la fe, ¿no harías mucho bien si lo transmitieras en tu mundo?’. Le respondí que sería un misionero del Tercer Mundo en el Primero”.

Así, desde su privilegiado púlpito –“en un solo programa llego a más personas que en todas las homilías de mi vida”–, enseña cómo la “vieja y burocratizada” Iglesia en Europa debe ser “reevangelizada” por quienes saben lo que es “vivir en minoría, sin poder y sin dinero, pero con la vitalidad y la autenticidad del Evangelio”.

En esencia

Una película: El gran silencio.

Un libro: El profeta, de Khalil Gibran.

Una canción: Himno a la Alegría.

Un rincón del mundo: África y la India.

Un sueño: que acabe el “genocidio” del hambre en el mundo.

La mayor tristeza: ver morir a un niño de hambre en brazos de su madre.

La mayor alegría: que Dios no es exclusivo de ninguna religión, sino Patrimonio de toda la Humanidad.

Un valor: el amor.

Una persona: mi madre (“santa Julia García”).

Que me recuerden por… haber creído en el ser humano, en los amigos y en Dios.

En el nº 2.738 de Vida Nueva.

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