Hooligan

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“La deportividad no puede estar confinada en el campo de juego: debemos apostar por hacer que sea un estilo de vida, pues comporta muchos e importantes valores. Entre ellos, saber que no se puede responder a la injusticia con otra injusticia y recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien”

Aunque la palabra inglesa pueda tener otros significados, lo cierto es que ha llegado hasta nosotros y, lamentablemente popularizado, por el incívico y hasta vandálico comportamiento de algunos acompañantes y seguidores de los equipos de fútbol. El alcohol se une a la violencia y, dentro y fuera del estadio, son tan agresivos como molestos. En más de una ocasión, llegan a provocar, con su deplorable comportamiento, la suspensión del encuentro deportivo.

Durante algún tiempo, parecía una especie autóctona de los equipos anglosajones. Parece ser que ahora se ha extendido, cual plaga vociferante y violenta, por las más diversas latitudes. Toman nombres diversos según el país, pero los síntomas y la agresividad son comunes.

A ese grupo violento y gritón de los hooligan futboleros, hay que añadir muchas otras bandas, más informales que organizadas, que protagonizan innumerables protestas. Son los antisistema, los xenófobos, los ultras de todo tipo y color y los revienta lo que sea. Y los del fondo sur, que eran algo así como la versión hispana de los hooligan anglosajones del norte.

¿Qué decir de todo esto? Opiniones autorizadas son las que nos ofrecerán sociólogos y psicólogos. Pero aquí nos interesa saber el porqué de la violencia y, sobre todo, del comportamiento de indiferencia, primero, y de curiosidad morbosa después, cuando se realiza una agresión pública.

Raro es el día en el que no aparece en el periódico el caso de una persona brutalmente agredida en la vía pública. Allí ha quedado malherida. Pasa uno y otro. Puede ser que también algún buen samaritano. Pero lo que nunca falla es el montón de curiosos en torno a la víctima. Hay un delito, no sé el grado de codificación que tenga en nuestro país, que es el de la omisión de socorro. Lo cierto es que muchos son los que curiosean morbosamente ante la víctima, y pocos los que acuden en ayuda del necesitado.

Agresividad y violencia parecen ya casi algo tan normal como imposible de erradicar. Se piensa en medidas de tipo diferente: control, sanciones, educación… De lo que no puede caber la menor duda es de que, en forma alguna, la sociedad se puede conformar con vivir en un ambiente crispado, y en donde parece que los únicos que actúan con tanta impunidad sean aquellos a los que se ha considerado como antisociales.

Una cosa es la afición apasionada y otra el comportamiento incívico y molesto. Pero la deportividad no puede estar confinada en el campo de juego: debemos apostar por hacer que sea un estilo de vida, pues comporta muchos e importantes valores. Entre ellos, saber que no se puede responder a la injusticia con otra injusticia y recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien.

Ya nos los decía el papa Benedicto XVI: “Debemos acordarnos de no responder a la injusticia con otra injusticia, a la violencia con otra violencia; debemos recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal” (Domingo de Ramos, 2006).

En el nº 2.738 de Vida Nueva.

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