¿Acaso no existe la BAC?

(Joaquín L. Ortega– Sacerdote y periodista)

“Ya sé que acaba de editar la Biblia de la Conferencia Episcopal. Pero es esa edición la que, precisamente, desata mis perplejidades. Veo en el hermoso volumen que ni el presidente ni el secretario de la Conferencia Episcopal, en sus respectivas presentaciones, dedican el menor elogio ni hacen la más leve alusión a la BAC”

Ya sé que acaba de editar la Biblia de la Conferencia Episcopal. Pero es esa edición la que, precisamente, desata mis perplejidades. Veo en el hermoso volumen que ni el presidente ni el secretario de la Conferencia Episcopal, en sus respectivas presentaciones, dedican el menor elogio ni hacen la más leve alusión a la BAC, que ha cargado durante lustros con la tarea de poner esta Biblia felizmente en la calle. Viví los primeros años de este proyecto y sé lo que ha costado darlo por concluido.

Siendo la BAC propiedad de la CEE, no cabe discutir de quién es oficialmente la nueva Biblia. Pero tampoco es discutible el trabajo de la BAC, que ha gestionado la difícil edición, adelantando pagos y coordinando la labor de los muchos escrituristas que han puesto sus manos en esta Biblia.

Sé, además, por haber intervenido en ello, que fue la propia BAC la que convenció a la Conferencia para lanzarse a esta edición y confiársela a la editorial. No todos los obispos estaban conformes. Hubo que superar no pocos obstáculos. El arzobispo Yanes, como presidente, y el obispo Sánchez, como secretario, fueron los que más apoyaron la pretensión de la BAC, que no era más que abundar en lo que ha sido la tradición bíblica de la editorial. Es bien sabido que la primera obra en la producción de la BAC, allá en el año 1944, fue la Biblia Nácar-Colunga.

Así las cosas, mi perplejidad consiste no sólo en que en las presentaciones oficiales y escritas no se haya nombrado a la BAC. Tampoco me cuadra que el director de la editorial no haya tomado parte en la presentación escrita de la obra, como editor efectivo de la nueva Biblia.

¡Claro que, a lo mejor, todas estas perplejidades no son más que estériles devaneos de un jubilado.

En el nº 2.738 de Vida Nueva.

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