Editorial

La disolución de ETA, esperanza para la paz

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Publicado en el nº 2.737 de Vida Nueva (del 15 al 21 de enero de 2011).

La banda terrorista ETA ha anunciado un alto el fuego. Sería una gran noticia si, tras medio siglo de existencia y con cerca de un millar de víctimas mortales a sus espaldas, además de un gran número de heridos, sin olvidar las secuelas que han dejado en sus atentados, hubiera entregado las armas sin condiciones. ETA sigue presentándose anacrónicamente como la “organización socialista revolucionaria vasca de liberación nacional”, según el comunicado en el que anunciaba “un alto el fuego permanente y de carácter general, que puede ser verificado por la comunidad internacional”.

Lo curioso es que lo asocia a su “compromiso firme con un proceso de solución definitivo y con el final de la confrontación armada”. Reitera de forma sorpresiva, no obstante, que la solución al conflicto pasaría por “resolver las claves de la territorialidad y el derecho de autodeterminación”, apelando, por último, a la “responsabilidad histórica” de las autoridades de España y Francia para que “abandonen para siempre medidas represivas y la negación de Euskal Herria”.

Un comunicado poco claro y con una fuerte carga de incertidumbre. Para ese viaje no hubieran hecho falta alforjas. Se necesita, más que una tregua táctica en la que hay que ver la composición de los nuevos grupos políticos vascos, una decidida apuesta por el fin de las armas. La negociación con ETA no puede darse sin esta premisa. Rendición total y reconocimiento de los delitos. El futuro estaría por escribir de cara a la reconciliación del pueblo vasco. Ahora, lo que toca es rendirse, cumplir con las condenas y seguir colaborando con la Justicia para que quienes han sembrado el terror y la muerte paguen ante ella por sus delitos.

En el comunicado se habla de un alto el fuego permanente y general. No es algo nuevo. También previamente lo habían dicho y nunca lo cumplieron, siguiendo con su macabra carrera de odio y terror. En cuanto al calificativo de “verificable por la comunidad internacional”, olvidan que quienes tienen que verificarla son la democracia y los españoles. Las pretensiones de internacionalización responden a un deseo de reconocimiento exterior que en nada beneficia a quienes son, simplemente, asesinos. Su intención de arrogarse el título de “perseguidos políticos” debe desenmascararse. Por lo tanto, lo que se espera es un simple y breve comunicado. Que digan cuándo y dónde entregan las armas y se rinden sin condiciones. Después, el Estado de Derecho que la democracia –a la que han herido– se ha forjado con no poca sangre, sudor y lágrimas, se encargará de ponerlos en su sitio.

En medio de todo esto, la Iglesia en el País Vasco, a través de sus pastores, a los que se ha unido el arzobispo de Pamplona, ha hablado con un mensaje de esperanza. No todo está perdido. Quizás hubiera que releer ahora muchas de las pastorales de los obispos vascos en estos últimos años para poder hacer justicia a quienes, por razones que algún día se conocerán, no han sido suficientemente comprendidos.

Esta vez, un nuevo elenco de prelados sigue orando para que la paz sea realidad y ofreciendo plataformas para la reconciliación de un pueblo como el vasco, el primero en sufrir a ETA. Ha sido el de los obispos un comunicado escueto, pero rápido y claro: “Manifestamos nuestro anhelo y esperanza de paz, y reiteramos la exigencia moral de su disolución definitiva e incondicional”. Esperanza es palabra clave. Hay que seguir trabajando desde todos los frentes. Y, siempre, con la disolución definitiva como exigencia. Habrá que esperar y unir fuerzas para hacer viable la rendición. La Iglesia seguirá abogando por la paz.

Publicado en el nº 2.737 de Vida Nueva (del 15 al 21 de enero de 2011).

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