Fernando Sebastián: “La evangelización es la verdadera rebeldía ante la situación actual”

Arzobispo emérito y autor de ‘Evangelizar’

(Juan Rubio. Fotos: Encarni Llamas) Eloy, el anciano protagonista de la novela La hoja roja, de Miguel Delibes, tras medio siglo de trabajo, recibe un homenaje de despedida. Siente que tras el adiós llegará el vacío, la sensación de ausencia y, sobre todo, la idea de que las manecillas del reloj no han de seguir girando por mucho tiempo. “Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar”, dice. Al arzobispo emérito Fernando Sebastián Aguilar (Calatayud, 1929) hace unos años que le salió la “hoja roja” y decidió trasladarse a Málaga cuando, el 31 de julio de 2007, el Papa le aceptaba la renuncia por edad, presentada a finales de 2004 en la sede de Pamplona-Tudela. Nada más llegar a la ciudad andaluza, recibió la invitación para reeditar su libro Nueva Evangelización (Encuentro, 1991), una obra que tuvo un gran impacto.

Eran las vísperas de los fastos del 92 y el término acuñado por Juan Pablo II en Haití en 1983, renovado en Santo Domingo en 1985, estaba de moda. El Papa pedía una evangelización nueva por su ardor, sus métodos y su expresión. A ello estaba dedicado el libro, publicado siendo administrador apostólico de Málaga y escrito en 1990, a lo largo de unas semanas de inmovilidad durante su estancia de arzobispo coadjutor en Granada. “El editor me pidió que revisara la edición, pero la honestidad con mis futuros lectores y conmigo mismo me obligaba a preparar una redacción enteramente nueva. Confieso que fue una sorpresa para mí comprobar cómo en menos de veinte años se había modificado tan profundamente nuestro mundo espiritual”.

Ardor evangelizador

Se puso  manos a la obra, con la ventaja del tiempo, estructurando las ideas, contemplando el mundo que le rodeaba y con el ardor evangelizador que siempre lo caracterizó. “Los pastores tenemos que ser capaces de entrar de verdad en el mundo de la incredulidad para entender a los que no creen y para ayudar a nuestros hermanos cristianos a conservar y fortalecer su fe en el ambiente en el que les toca vivir”. Y éste es el objetivo del libro Evangelizar (Encuentro, 2010).

Hay en el libro cierta “rebeldía” ante la situación actual…

El arzobispo Fernando Sebastián y Juan Rubio, director de 'Vida Nueva'

Por supuesto, y creo que la evangelización seria y profunda es la mayor rebeldía ante el panorama de crisis que tenemos. En el origen de todas las crisis, conflictos y sufrimientos que tenemos en nuestra sociedad actual está la incredulidad, el olvido de Dios, con todos los desajustes y las insuficiencias que el olvido de Dios causa en la vida humana, en las relaciones humanas y en la vida social. No podemos quedarnos quietos, con los brazos cruzados. La verdadera rebeldía del cristiano está en no aceptar esta realidad. El proyecto para construir un mundo más justo, más humano y más feliz, se puede hacer desde muchos puntos de vista y mentalidades, pero para el cristiano la postura fundamental y primera es convertirse a Dios y reconstruir la vida humana en comunicación con Él. Es una tarea más radical y más a largo plazo. La del cristiano es más exigente, pues se trata de convertir a los hombres, uno a uno, en plena libertad. La evangelización es la verdadera rebeldía ante la situación actual. Puede haber falsas salidas: el miedo, el conformismo, la condescendencia, el integrismo, la politización de izquierdas o derechas o el deseo de restaurar viejas fórmulas. La única respuesta ante la interpelación de los signos de los tiempos es la evangelización.

Esta idea está en los últimos papas muy clara…

En los tres últimos pontífices existe algo previo y fundamental. Creen profundamente en la valorización del Evangelio y la compasión de los que no lo aceptan como pauta de vida. Tanto Pablo VI como Benedicto XVI y, de forma algo diferente Juan Pablo II, sienten esta valoración junto con una gran estima y amor al hombre contemporáneo. Benedicto XVI se acerca a la humanidad no cristiana no para condenar, sino para comprender y compadecerse, ofreciéndole algo que nosotros tenemos y que consideramos muy provechoso para quienes no lo conocen o lo están rechazando. Ése es el talante de la evangelización del que parto. Y también es lo que se percibe en la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, germen de esta idea. Benedicto XVI lo tiene muy en cuenta. Cuando leí su primera encíclica, me di cuenta. No proclama tanto como el anterior la Nueva Evangelización, sino que recoge la llamada y la acepta como pauta de su pontificado. Entra en el cuerpo a cuerpo con la cultura contemporánea: anunciar el centro del Evangelio de Jesús en una relación muy cercana, muy de igual a igual, intelectualmente muy abierta y sincera. Y éste es el estilo permanente de su Magisterio.

En su análisis se respira cierta desazón…

No he pretendido hacer un análisis rigurosamente científico. He leído estadísticas, he ido reflexionado al hilo de los acontecimientos de cada día. Suponiendo que el análisis sea aproximadamente verdadero, puede resultar un poco aplastante y provocar la tentación de decir que no hay nada que hacer, que está todo perdido. Ni intelectual, ni sentimentalmente quiero alinearme con una postura pesimista. Ante esta situación hay distintas salidas. Una es tirar la toalla, sentirse vencidos pensando que terminó la España católica y empieza otra que hay que aguantar sin más. Un creyente no lo puede aceptar. Hay quienes creen que la respuesta tiene que ser una vuelta a fórmulas caducas. Tampoco creo que sea la solución. También como respuesta está la que da ese mal llamado “progresismo” que trata de  entenderse con la nueva cultura buscando un lugar en ella de forma acomodaticia. No es el camino. Yo me apunto a algo más radical: volver a empezar con un anuncio fresco del Evangelio, construyendo un mundo diferente, partiendo siempre de la convicción de que la causa secreta del malestar está en la pérdida de la relación con Dios y nuestra confianza en Él.

Cambios en la sociedad

¿Tanto ha cambiado la sociedad en este último cuarto de siglo?

La historia de España y de la Iglesia en España en el siglo XX es muy complicada. No podemos pretender decir que la Iglesia no ha tenido responsabilidad. Directamente no, pero la España de la pobreza y de los enfrentamientos de la primera mitad del siglo pasado nos lleva a pensar que algo más podíamos haber hecho. Muchos santos (estoy pensando ahora en el P. Claret) tuvieron la percepción de cómo se estaba erosionando el cristianismo por dentro e hicieron lo que pudieron para evitarlo. Luego llegó el Concilio, y la Iglesia española, con su ayuda, procedió muy honesta y sinceramente para salir del enfrentamiento latente que quedaba aún, contribuyendo a crear una sociedad reconciliada y libre. Hubo una colaboración intensa. Yo mismo participé con el cardenal Tarancón en este trabajo y soy testigo de los esfuerzos y del sufrimiento para abrir camino a una transición tranquila y reconciliadora. Confieso que quienes estábamos en ello, teníamos la ilusión de que si la Iglesia renunciaba a sus privilegios y prepotencia en el orden social, no sólo del franquismo, sino también del viejo orden tradicional, y por otra parte los no católicos se situaban en un talante tolerante, teniendo en cuenta la nueva sensibilidad social y cultural del catolicismo, podríamos llegar a una sociedad reconciliada. Eso se trabajó con ilusión durante algunos años, pero la experiencia demuestra que aquel ideal se ha ido deteriorando, y hoy las tensiones y los conflictos, así como la merma de la tolerancia, son mayores que en los años ochenta. La sociedad hoy está mucho más crispada.

¿Y cuál es su explicación?

Hay que tener en cuenta la configuración del mundo tras la caída del Muro de Berlín. El ateísmo se ha manifestado más en Occidente. Al desaparecer la tensión entre los dos bloques, se ha relajado la fuerza moral de Occidente. Se han ido acogiendo las ideologías de forma poco crítica y se ha ido manifestando un germen relativista, en el fondo nihilista, de la cultura liberal y del pragmatismo de Occidente. Cuando la polarización Este-Oeste nos hacía sentir como herederos de una tradición humanista y religiosa, al desaparecer la tensión,  hemos visto que se ha ido evaporando el sentido de la trascendencia, la responsabilidad moral y la relación con Dios. De esto resulta una nueva antropología, una idea del hombre distinta. A la hora de estudiar la cultura no cristiana en la que nos movemos, hay que tratar de precisar qué idea de hombre hay en este campo. No se contempla al hombre en su vertiente espiritual e inmortal. En su libertad, es un hombre sin grandes aspiraciones, porque no puede aspirar a nada más de lo que ve y experimenta. El valor más alto que tiene es su propio bienestar. Y eso lo hace oportunista y relativista. Hay una antropología no suficientemente formulada, pero que está inspirando la política y el ambiente cultural que nos coloniza. Muchos católicos que están incómodos en la fe, lo están a veces por pretensiones inspiradas en esta cultura. No en incoherencias internas de la Iglesia, sino en apreciaciones de una cultura que quisiera una Iglesia más domesticada y consensuada con sus imperativos. Algunos católicos, sin darse cuenta, entran en esta sensibilidad y reclaman a la Iglesia concesiones que nada tienen que ver con un deseo de renovación eclesial. Siempre pongo un ejemplo para ilustrar esta idea: en una sala hay 20 fumadores y otros 20 no fumadores, al salir, todos huelen a tabaco. En esta mentalidad antropocéntrica y secularista, si no estamos alerta, al final todos nos dejamos impregnar.

Responsabilidad estatal

Dice usted en su libro que “caminamos a la desaparición de la sociedad española actual y al aniquilamiento de nuestra identidad histórica y cultural con la colaboración decidida de este Gobierno”…

Es realmente preocupante. Cuando se redactó la Constitución se buscó un camino original y valioso que nos abría a una verdadera laicidad positiva. El Estado tiene obligaciones para con el bien común. No hace falta que se alíen con una religión concreta. En nuestra Constitución está la idea clara de que cada ciudadano puede expresar sus sentimientos religiosos con libertad; esta libertad forma parte del bien común secular y el Estado debe protegerla, porque las instituciones están al servicio de la sociedad, de una sociedad concreta, no de la sociedad que el gobernante sueñe para un plazo de veinte años, sino al servicio de la sociedad tal y como es en el momento de legislar. Hoy, la sociedad en buena parte es cristiana. El Estado tiene que crear un clima en el que todos los españoles puedan vivir según su conciencia, no en plan beligerante, sino tutelando la libertad religiosa. Esto es el sentido de una  laicidad abierta que sabe respetar y valorar la libertad de los ciudadanos que practican una determinada religión.

En este sentido, hay un ejemplo claro con la Ley del Aborto. Se dice que ésta no obliga a abortar, pero olvidamos el carácter pedagógico de toda ley. La gente tiene derecho a que lo legislado sea justo y bueno para no perder la confianza en sus legisladores, que están elegidos para fomentar el bien en la sociedad. La gente tiene derecho a pensar que lo que se legisla es bueno. Hoy hay mucha gente que no se atreve a decir que el aborto es siempre malo y que hay que procurar que no haya ningún aborto. Con motivo de la reciente modificación de la ley, aparece prácticamente aceptado que el aborto es bueno, por lo menos tolerable, y lo que se discute son detalles secundarios. Lo que hay que poner en cuestión es el tema central, porque el debate del aborto no está concluido, como muchos se encargan de decir. Las leyes y la práctica de las cosas cambian poco a poco la forma de pensar de la gente. Así, lentamente, se va configurando una mentalidad, un nuevo estilo de vivir que hace difícil a los cristianos compaginarlo en sus vidas. Se está implantando desde el poder una nueva cultura. Los cristianos tenemos derecho a intervenir en la vida cultural. Es la sociedad la que tiene que ir creando y modificando su propia cultura, con sus mejores hombres y mujeres, creyentes o no. La Iglesia católica de España tiene mucho que aportar a la cultura y a las futuras generaciones. Ahora se quiere hacer desde el poder, provocando una ruptura cultural, negando legitimidad a un noventa por ciento de lo que ha sido España.

Autocrítica eclesial

Usted se presenta especialmente crítico también con la Iglesia en esta encrucijada…

No he querido alzarme como maestro de los demás. Es verdad que hago un confiteor, pues, aun sin entrar a juzgar a las personas, es evidente que en la situación histórica en la que hemos vivido los cristianos españoles, hemos perdido vigor y fuerza y hemos caído en los defectos de una Iglesia dominante que se puede permitir el lujo de cultivar rencillas entre sus miembros, aficionarse a los honores, como si no tuviéramos un trabajo importante que hacer en el exterior de la Iglesia. Ha habido momentos históricos en que hemos olvidado nuestras fronteras y nos hemos entretenido demasiado en nuestros gustos de sacristía. Hemos perdido mucho tiempo glorificándonos a nosotros mismos; disfrutamos celebrando aniversarios para proclamar nuestras grandezas, centrados en cosas que pueden ser verdaderas pero que no deben ser el fin de nuestras actividades. Lo nuestro ha de ser vivir para servir la fe y anunciar el Evangelio de la salvación a quien no lo conoce o no lo acepta. Todo lo demás es secundario.

¿Se ocupa en el libro de los obispos y de los sacerdotes?

Pues sí. Son parte importante en la Iglesia. La preocupación principal de un obispo es atender la vida personal, espiritual y misionera de los sacerdotes. El obispo es uno, pero su ministerio se multiplica por la acción de un presbiterio unido y vibrante. Sabemos que hay un ambiente hostil. Nunca fue fácil evangelizar. Todos tenemos que vivir en un contexto cultural muy agresivo. Se necesitan personas muy consistentes y muy convencidas en su fe y en sus formas de vida. Se necesita una vida cristiana piadosa y fuerte. Urge una confianza, un gusto y una estima especial de lo que uno es y de lo que hace y que no siempre la sociedad te reconoce. Eso se compensa con una fuerza de vida interior y unas buenas relaciones de amistad y fraternidad con los demás sacerdotes, viviendo felices en la tarea y en el trabajo que se hace. Pero la verdad es que se ha rebajado el listón en los candidatos al sacerdocio y a la Vida Religiosa. Hay un déficit en la formación filosófica dentro de los estudios eclesiásticos. Hoy, en el ministerio hay que dedicar un espacio grande a la reconstrucción mental de las jóvenes generaciones en temas claves de antropología como son la libertad, la responsabilidad, la existencia de Dios. Son temas que suponen una buena carga de filosofía. Y, junto a esto, se va madurando no sólo afectivamente, sino también intelectualmente. Hay que preparar agentes evangelizadores capaces de ponerse ante el mundo con talante evangelizador.

¿Y qué opina respecto a la Vida Religiosa?

La Vida Religiosa es una entrega a perpetuidad y con una radicalidad grande, pero como todo, si se lleva bien. Los religiosos son como las tropas de élite de la Iglesia. Basta con estudiar la historia para apreciarlo. Se equivocan los que piensan que los movimientos laicales pueden desplazar a la Vida Religiosa. Veo con tristeza en España cierta tensión y enfrentamientos, cierta falta de confianza entre obispos y responsables de la Vida Religiosa. Es una desgracia. Lamento que no esté suficientemente reconocida y  que muchas veces, en un sentido o en otro, no haya suficiente confianza en la comunicación. Algo de esto ocurre en nuestra Iglesia española, y lo estamos pagando caro. Los colegios católicos, por ejemplo, son un gran potencial evangelizador. Hay que estar cerca apoyando, alentando, dialogando con paciencia, con acercamiento personal para que la presencia de la Iglesia sea más efectiva y evangelizadora, pues en muchas ocasiones no hemos dado con la clave adecuada.

¿Qué papel han de tener los nuevos movimientos?

Son un instrumento importante para promover un cristianismo coherente y apostólico, pero veo el peligro de que se centren demasiado en sí mismos o por el interés de cuidar sus bienes, o con una cierta complacencia en su trabajo. El peligro está en cerrarse y no desembocar en la Iglesia común. Si los nuevos movimientos han de renovar la vida cristiana y potenciar la misión, tienen que desembocar en la comunidad, ponerse a disposición de los obispos y de los párrocos, colaborar tranquilamente con otras realidades de Iglesia, con los fieles comunes, con respeto mutuo, poniendo por delante lo común de la vida cristiana, que es siempre lo más importante.

En el nº 2.737 de Vida Nueva.

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