Del laicismo agresivo a la laicidad positiva

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“La separación entre el Estado y la Iglesia nada quiere decir de enfrentamiento ni de una cohabitación, poco menos que obligada, entre enemigos declarados. Los católicos, por muy católicos que sean, no dejan de ser ciudadanos de un Estado libre y democrático en el que, gracias a Dios, hay unas garantías constitucionales para poder vivir en libertad y profesar aquella religión que a cada cual Dios le inspira. También la libertad de no estar afiliado a credo alguno”

Viajaba el Papa a España. Santiago de Compostela y Barcelona eran el objetivo de su viaje. Venía como peregrino y como sacerdote que consagra el altar y dedica el templo. Pero, como nada de aquello que afecta a la vida de los hombres es ajeno al buen pastor, que de todos se ha de cuidar, y no sólo de los que están bien metidos y guardados en el redil, el Papa respondía a las preguntas que los informadores querían hacerle.

¿Cómo ve el Papa la situación de la Iglesia en Europa? Naturalmente, España forma parte de esta gran familia europea, y Benedicto XVI se refiere al momento de no poca dificultad en el que se encuentra la Iglesia, en gran parte debido a un laicismo fuerte y agresivo. Y se desencadenó la tormenta. Prueba más que evidente de que la agresividad y el anticlericalismo no eran invención alguna del Papa.

Después vinieron las amenazas y hasta la posibilidad de represalias. Que si había que denunciar los Acuerdos con la Santa Sede, que si el Vaticano gobernaba en España, que si condicionar la libertad religiosa, que si continuaban los privilegios, que ya está bien de que mandaran los curas en España… En fin, una serie de despropósitos que indicaban poco conocimiento de lo que son las relaciones entre los Estados, de la auténtica libertad religiosa, y de lo que es un Estado aconfesional en el que la mayoría de los ciudadanos son católicos.

La separación entre el Estado y la Iglesia nada quiere decir de enfrentamiento ni de una cohabitación, poco menos que obligada, entre enemigos declarados. Los católicos, por muy católicos que sean, no dejan de ser ciudadanos de un Estado libre y democrático en el que, gracias a Dios, hay unas garantías constitucionales para poder vivir en libertad y profesar aquella religión que a cada cual Dios le inspira. También la libertad de no estar afiliado a credo alguno.

El Estado laico no puede ser un perseguidor de la religión. Sin embargo, lo parecería si no ofreciera los instrumentos legales y los medios necesarios que garanticen el ejercicio de ese derecho de libertad religiosa. Mucho peor sería que esos mismos poderes públicos, veladamente, impusieran el laicismo casi como religión obligada y sustitutoria.

Decía Benedicto XVI: “Parece legítima y provechosa una sana laicidad del Estado (…). Una laicidad positiva que garantice a cada ciudadano el derecho a vivir su propia fe religiosa con auténtica libertad, incluso en el ámbito público (…). Que la laicidad no se interprete como hostilidad contra la religión, sino, por el contrario, como un compromiso para garantizar a todos, individuos y grupos, en el respeto de las exigencias del bien común, la posibilidad de vivir y manifestar las propias convicciones religiosas” (Libertad y laicidad, 11-10-2005).

En el nº 2.737 de Vida Nueva.

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