Payasadas mayores

Balada triste de trompeta

(J. L. Celada) Atrevido para unos, irreverente para otros, excesivo casi siempre… Cuando un director suscita juicios así entre el público, suele significar dos cosas: que a nadie deja indiferente y que lleva camino de acuñar un estilo fácilmente identificable con un golpe de vista. De lo primero, Álex de la Iglesia viene dando razón desde Mirindas asesinas (1991), aquel siniestro corto de su debut; y en cuanto a lo segundo, Balada triste de trompeta certifica y eleva a su máxima expresión lo que no pocos intuimos en El día de la bestia (1995) y La comunidad (2000), sus dos mejores producciones hasta la fecha: un cine con una impronta poderosa y reconocible, algo que no está al alcance de cualquiera.

En su último trabajo, el realizador vasco nos traslada a la España de los 70 para ajustar las cuentas a todo el que pasa por allí (incluidos el almirante Carrero Blanco o el mismísimo Franco), en un intento de volcar y exorcizar sus obsesiones, temores y demonios al hilo de dolorosos episodios de la historia patria. Tal es el caso de la Guerra Civil o la construcción del Valle de los Caídos, postrero destino de la huida –siempre hacia arriba, como ya acostumbra– de sus protagonistas: dos payasos y una trapecista, metáfora transgresora de esos bandos enfrentados en lucha fratricida por el control del país (la joven que ambos se disputan si reparar en las consecuencias).

Aun concediendo que en la escritura –primera sin su inseparable Guerricaechevarría– se le ha ido la mano, queda fuera de toda duda que De la Iglesia ha entonado esta Balada triste de trompeta con algunos de los instrumentos que mejor maneja: una tenebrosa puesta en escena con el circo como eje y trampolín de un universo decadente y aterrador; la potencia visual de unas imágenes que, desde los abrumadores créditos iniciales, nos suben a una imprevisible pero hipnótica montaña rusa de caos y violencia; y una nómina de intérpretes muy familiar, capaz sacudirnos las entrañas por igual con el salvajismo que con el desvalimiento de los personajes que encarnan.

Son las lúcidas perversiones de un cineasta que juega a reinventar el pasado, purificándolo a base de sangre y fuego por amor: el que profesan dos bestias, desfiguradas y ocultas bajo las máscaras de su derrota (Carlos Areces y Antonio de la Torre), a la bella compañera de carpa (Carolina Bang), o el suyo propio por este oficio.

Una pasión que al artífice de esta inclasificable cinta (¿una farsa con pretensiones históricas?, ¿una tragedia disfrazada de comedia negra?…) le arrastra a un cierto descontrol, aunque sin perder nunca la brillantez y la verdad de las grandes películas. Ésas de extraña vocación poética, que convocan a la risa y al miedo con una única arma: la locura inteligente. En dos palabras, payasadas mayores.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Balada triste de trompeta.

GUIÓN Y DIRECCIÓN: Álex de la Iglesia.

FOTOGRAFÍA: Kiko de la Rica.

MÚSICA: Roque Baños.

PRODUCCIÓN: Vérane Frédiani, Gerardo Herrero y Franck Ribière.

INTÉRPRETES: Carlos Areces, Antonio de la Torre, Carolina Bang, Manuel Tafallé, Alejandro Tejería, Santiago Segura, Sancho Gracia, Manuel Tejada, Fernando Guillén Cuervo.

En el nº 2.737 de Vida Nueva.

Compartir