NUEVOS VIENTOS PARA LA IGLESIA EN EUROPA

Texto : Pedro Aliaga.

Tras la reciente victoria electoral de CiU en Cataluña, el dirigente Duran i Lleida ha concedido una entrevista para un diario en la que, preguntado por los primeros pasos del nuevo Gobierno catalán, tras señalar los principales desafíos de la sociedad (paro, fracaso escolar y crisis financiera), la mayor parte de la respuesta se centra en la crisis de valores profunda: “Cataluña, como toda España –afirma–, tiene una crisis de valores profunda. Hay un afán de amparar y promover el laicismo, de expulsar el hecho religioso de la sociedad. Angela Merkel dice que el problema de Europa no es que haya mucho Islam, sino que hay poco cristianismo”.

En el Reino Unido, los tories del joven y ecologista David Cameron han hecho uno de los puntos focales de su programa de gobierno el We do God (Dios nos importa), lema en claro contraste con un no muy lejano We don’t do God de Tony Blair en sus tiempos de primer ministro. La nueva presidenta de los tories, Sayeeda Warsi, afirmaba hace dos meses que Dios juega un rol importante en las políticas de su Gobierno. En vísperas de la visita del Papa a su país, Warsi decía públicamente: “Si alguien insinúa que este Gobierno no comprende, no aprecia, no defiende a las personas con fe, es más, si alguien afirma que ‘no se ocupa de Dios’, espero que mi programa de esta semana podrá hacer algo para borrar este mito”.

En cierta manera, y al menos cronológicamente, se puede dar a Nicolas Sarkozy la primacía entre la reciente generación de mandatarios europeos que se han puesto manos a la obra para hacer de la laicidad del Estado un concepto positivo. Cuando era ministro del Interior, en su libro-entrevista La República, las religiones, la esperanza y expresando su acuerdo con las tesis de Tocqueville, afirmaba que quienes atacan las creencias religiosas siguen sus pasiones y no sus intereses, pues es el despotismo quien puede pasar de la fe, pero no la libertad. Convertido en primer ministro, Sarkozy y su Ejecutivo han mantenido una línea de interés de primer orden hacia la religión, con hechos tan insólitos en la política de la laica Francia como incorporar religiosos a los asesores de gobierno o proclamar que los sacerdotes tienen un rol más importante que los mismos maestros en la educación de una sociedad. La búsqueda de entendimiento con el Vaticano es suficientemente elocuente en la presente era política gala. Esta nueva línea que comienza a abrirse paso en Europa se podría sintetizar con las palabras de Marcello Pera, presidente del Senado italiano, dirigidas a Benedicto XVI: “Hacemos nuestra la idea de que el Estado laico, a diferencia del Estado laicista (ideológico y árido por la secularización), no es hostil hacia el sentimiento religioso de los hombres, sino que colabora con él”.

La Iglesia en Europa se encuentra en los comienzos de una nueva encrucijada histórica o,  al menos, eso parecen indicar los políticos. Habrá que ver en qué consiste esa colaboración auspiciada por los gobiernos, y habrá que estudiar qué precio hay que pagar, en contribución de trabajo y en situación libre y autónoma de los creyentes en el conjunto de las fuerzas sociales.

La aportación de Ratzinger (antes y después de su elección pontificia) a este nuevo horizonte para la Iglesia europea es, a todas luces, de un valor y tempestividad excepcionales. Da razón a los geopolíticos, que reconocen a la Iglesia católica la capacidad de impostar estrategias sobre tiempos muy largos, garantizándose dos resultados principales: jugar con mucha anticipación sobre cuestiones que aparecerán más tarde, y tener amplia comodidad para formar adecuadamente los cuadros que deberán actuar cuando llegue el momento (M. Graziano). La creación de un dicasterio para la Nueva Evangelización, que mira precisamente a Europa, y a cuyo frente se ha puesto a un prelado familiarizado con los entresijos de la política (y de los políticos), confirma la oportuna sagacidad católica.

Como cristianos, no podemos mirar sin esperanza un horizonte al que se nos llama para construir una Europa mejor. Como europeos, no podemos sustraernos a ese deber común de ciudadanos responsables que trabajan por lo que, según María Zambrano, nos resulta irrenunciable en el común proyecto europeo.

Futuro activo

Se abre un futuro muy activo para las mentes, los corazones y las manos de los cristianos europeos. Y para la oración, tarea más noble de los creyentes. Puestos a orar, yo rezo para que Dios libre a esta nueva etapa de la Iglesia de una ingerencia clerical en asuntos que, por su ubicación, competen a los laicos, cuya madurez debe mostrarse y demostrarse en el tiempo presente. Hay que rezar para que no se vuelvan a entonar rancios himnos de quienes añoran y confunden la presencia cristiana en el foro público con una política confesional, la de quienes pudieran sentir la tentación de sentirse triunfadores después que arrinconados, perspectiva que se demostraría fuera a la postre.

Rezar, sí, para que la actitud de los cristianos, como la de Jesús, sea clara y abierta en proyectos y acciones, pensando no tanto en glorias cuanto en el servicio de Dios manifestado en los hombres y mujeres de nuestra Europa.

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