Una Iglesia que quiere seguir renovándose

(Juan Rubio)

Un año termina. Momento adecuado para mirar atrás en este pentagrama que ofrezco con subrayados cargados de esperanza.

Una esperanza que se atisba en las continuas advertencias de renovación interna que llegan desde Roma. Para Benedicto XVI, este año ha sido un Annus Horribilis, zarandeado por los casos de pederastia en el clero. La firmeza, el ardor y la claridad del Papa han hecho que la Iglesia se asome a su interior e inicie un proceso de renovación interna, primer paso para una evangelización seria. Lo dijo el Papa en su viaje a Portugal. No está el mal ni el peligro en el exterior de la Iglesia, sino en la Iglesia misma. Benedicto XVI ha puesto las piedras para esa profunda renovación eclesial. Aunque no sólo en ese ámbito de los delitos del clero, sino también en otros muchos.

La crisis económica ha marcado la agenda mundial. Los más pobres han sido los que más han sufrido sus zarpazos. Una crisis que más allá de sus connotaciones financieras, económicas y políticas, tiene un componente moral importante. En estas circunstancias, la Iglesia, a través de sus muchas instituciones, como es el caso de Cáritas, está a la altura de las circunstancias. Es el evangelio de las obras. La encíclica del Papa sobre la Caridad es, quizá, uno de los textos más revolucionarios y menos citados. La ingente labor de la Iglesia junto a los que sufren es el mejor aval para la evangelización, otro reto para el nuevo año.

Pero también un año en el que se ha vivido de forma preocupante la persecución en la Iglesia en muchos lugares del mundo, en donde los cristianos son atacados por su fe. Pero también en otros países europeos con una secular tradición de tolerancia democrática se vive un “secularismo agresivo” que  impide que el Evangelio pueda ser ofertado con libertad.

Renovación interna, primacía del amor, libertad para vivir la fe, tres aspectos fundamentales que en este año se han vivido de forma especial. La publicación de la Exhortación post sinodal Verbum Domini viene a dar fuerza a los esfuerzos evangelizadores de la Iglesia, como la creación del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. La Iglesia tiene algo que decir en países de vieja tradición cristiana en donde se ha debilitado el ardor de la fe.

Es hora de ponerse a trabajar, orillando las diferencias y desterrando la política eclesiástica de sacristías, espirales de poder que a nada conducen, para centrar los esfuerzos en la evangelización. Una excesiva potítica eclesial, con su vorágine de poder, hace que no se acierte en los problemas que hay que abordar desde la fe. En muchas ocasiones se gasta pólvora en salvas, triturando opiniones adversas, dándose codazos en la misma Iglesia, jarros de agua fría sobre nobles iniciativas. Y todo para lograr mayores cotas de poder. Mientras tanto, el mundo sigue siendo un erial sin evangelizar, los defectos se ven en el ojo ajeno y el boato barroco se instala de forma alarmante en una Iglesia que ha perdido ardor evangelizador, entretenida en acallar voces con las que no es capaz de dialogar. Una dimesión más abierta podrá ofrecer más posibilidades.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.735 de Vida Nueva.

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