Jóvenes: haberlos, haylos… y de todo, como en botica

(Guzmán Pérez Montiel, SDB) Se calcula que el verano próximo unos dos millones de jóvenes participarán en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. La mitad de éstos serán españoles. Son datos que chocan con las estadísticas y con la percepción muy extendida de que los jóvenes se alejan cada vez más de la Iglesia. En todo caso, y sin entrar en polémicas innecesarias, diremos que hay en nuestra España jóvenes –¡existen, sí!– que verdaderamente podemos considerar como cristianos. Eso sí, no esperemos encontrarlos en cantidades industriales. Ya no. Podemos decir –como de las meigas– que jóvenes cristianos, “haberlos, haylos…”. Y el colectivo es de lo más variopinto. Hay de todo en la viña del Señor.

Los hay que llevan “toda la vida” metidos en esto, bien porque lo han “mamado” en familia, bien porque han estado desde hace años en contacto con la comunidad eclesial a través de su parroquia o de una institución religiosa. Y dentro de éstos, los hay más afines a su carisma específico –a veces tanto que parece que su fundador es más importante que el mismo Señor– o los que no están en ningún “club” concreto, los cristianos “sin apellidos”. Éstos últimos son los más, y por desgracia muchas veces los más… olvidados.

Están, por otra parte, los “fichajes recientes”, fruto de conversiones más o menos extraordinarias. También los hay que vuelven a la fe después de un tiempo de alejamiento. Esa “vuelta” es esencial para un verdadero seguimiento de Cristo, y tarde o temprano –en unos y otros– tiene que llegar una auténtica opción que transforme nuestras prioridades, actitudes y sentimientos. Hay ejemplos admirables en este colectivo. Pero confieso que me dan un cierto “miedo” quienes, tras su conversión, se comportan con poca naturalidad, como si creer en Dios significara hablar con palabras extrañas, radicalizarse y demonizar todo lo que no sea cristiano.

¿A dónde quiero llegar con esto? ¿Por qué esta “tipología” –seguramente muy simplista– de los jóvenes cristianos españoles? Al clasificarlos, no he pretendido encasillarlos. Entre otras cosas porque la realidad es más profunda que todas esas “etiquetas”. Pero sí me sirve para constatar dos realidades que convendría tener en cuenta en la pastoral juvenil hoy. En primer lugar, la diversidad de circunstancias y experiencias –personales y comunitarias– en las que se “fragua” hoy un joven cristiano. De ahí la necesidad de la personalización, que, unida a la vivencia comunitaria, es la única dinámica que pone en funcionamiento una auténtica experiencia de Dios que pueda dar sentido a la vida de un joven. Sin personalismos, por supuesto. Sin hacer una fe “a la carta”. Pero ayudando a que el Dios de Jesucristo llegue al corazón de cada joven y lo transforme.

En segundo lugar, son esenciales los procesos. Las actividades extraordinarias sólo tienen sentido como “hitos” de un camino de fe. Porque a Cristo se le encuentra y se le sigue –sobre todo– en lo cotidiano, en lo más prosaico de la vida. Habrá que adaptar nuestros itinerarios, cambiar esquemas y acompañar procesos que no son “cuadriculados”. No aspiremos a engrosar cifras, sino a formar cristianos de calidad. Eso no se improvisa.

En el nº 2.735 de Vida Nueva.

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