Editorial

Autoestima y solidaridad, recetas para 2011

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Publicado en el nº 2.735 de Vida Nueva (del 25 de diciembre de 2010 al 7 de enero de 2011).

Se marcha la década del nuevo milenio. Acaba 2010. Y se marcha con graves problemas que solucionar y con dificultades que aún no se han despejado en el horizonte. No será un año para ser recordado con agrado. La crisis económica, financiera y laboral, anclada en una fuerte crisis de valores más global, ha acarreado otras crisis paralelas que,  en España, han afectado a la misma vida política. En el camino para la salida de la situación se van quedando muchos temas por resolver y ya hay quien opina que la actual crisis va a devenir en un nuevo modelo socioeconómico que marcará un nuevo ritmo histórico.

Un año que acaba y uno nuevo que empieza, y en el que desde todos los sectores se anda a la búsqueda del hilo que nos saque del laberinto. Tres aspectos fundamentales entran en liza en este año que empieza. De su solución tendrá que dar cuenta el futuro. Y, en su solución, todos hemos de poner las manos con esfuerzo, tesón y mucha y buena dosis de imaginación realista. Tres aspectos parecen urgentes en esta tarea de cara al futuro: recuperación de la autoestima, la gestación de un nuevo sistema económico más justo y la formación de los jóvenes en una base moral en la que la acumulación y el tener cedan paso a un perfil más ético y de compromiso con la humanidad.

En primer lugar hay que reconocer que estamos en una hora en la que hay que recomponer la confianza y la autoestima como personas y como pueblo. Es fundamental para el desarrollo de proyectos y para seguir adelante. La autoestima es prioritaria para encarar nuevos afanes. Es como la brújula interna que necesitamos para saber por dónde caminar en medio de la niebla y la oscuridad. En España, el desvalimiento en el que muchas familias se ven, así como las situaciones de precariedad laboral, han hecho que muchas de las expectativas de los años pasados queden truncadas. Fueron muchas las familias –gran parte de ellas procedentes de la inmigración– que pusieron sus ahorros en un bienestar que pintaba ser sólido. Hoy, muchas de ellas, sacudidas por el desempleo, se encuentran en camino de perder todo lo que tienen, logrado con tanto esfuerzo. Una desconfianza en la clase política, un recelo del mundo empresarial y bancario, así como un cada vez mayor recelo de algunas instituciones que se han visto lastradas por la crisis, hace que se resienta la autoestima, como si en España no supiéramos hacer las cosas mejor, como si fuéramos dependientes de otras potencias que juegan con nosotros en un juego de intereses, en un pulso de fuerzas de poder. Es una sensación de incertidumbre con un sentimiento de vértigo por la celeridad de los acontecimientos y la precariedad temporal de las decisiones que se toman. Lo que por la mañana es aconsejable, a mediodía deja de serlo. Así la cosa, es difícil prever las soluciones sujetas a otras decisiones que se realizan en centros de poder cada vez más alejados. Van faltando paradigmas a los que apelar. Urge, por tanto, que recuperemos la confianza, la autoestima y que la clase política, alejada de intereses personales y partidistas, haga un ejercicio de servicio al bien común por encima de lo normal, un servicio extraordinario.

En segundo lugar se plantea la necesidad de un nuevo modelo económico que no sólo se ajuste a los conceptos de bienestar social, sino también de justicia. Aún permanecen de forma escalofriante los datos de hambre, miseria y de familias que viven muy por debajo del umbral de la pobreza. No se puede entender un sistema económico que no contemple la solidaridad como elemento inspirador. Sólo la justa solidaridad será capaz de acabar con las bolsas de pobreza que, también en nuestro país, han aumentado recientemente y que se prevé seguirán creciendo en algunos lugares, como son los grandes cinturones industriales de las ciudades, la población de inmigrantes, los jóvenes que no han logrado aún un primer empleo, las mujeres que permanecen aún, en un alto porcentaje, en condiciones laborales de clara injusticia, y, también, para un sector de población de jubilados con pensiones que rozan la miseria. No ha logrado el Estado de Bienestar, pese a sus esfuerzos, nivelar a estos sectores de la población. La necesidad de un nuevo modelo económico mundial es cada vez más urgente para evitar que, tras un desarrollo ficticio, vaya creciendo una masa de pobreza alarmante.

Y en tercer lugar, queda el reto de ir creando un nuevo perfil de hombre para el futuro con una apuesta clara en la formación de los niños y los jóvenes. En la tarea educativa ha de ponerse todo el esfuerzo necesario. De lo contrario, todo serán cataplasmas para las enfermedades, pero no auténticos remedios de futuro. Está claro que el nuevo milenio trae una nueva época y va emergiendo un modelo de hombre al que se está formando para amoldarse a las circunstancias de forma inexorable y pasiva. Formamos ciudadanos para la sociedad que tenemos, y que se nos ha echado encima como una avalancha de tierra en el camino histórico. No hemos pensado, y en ello nos va mucho, que es el perfil de hombre el que ha de cambiar para que conforme un nuevo mundo, una nueva civilización. No contentarse con lo que tenemos. Una buena dosis de rebeldía debe plantarse en el corazón de los planes educativos para que el nuevo modelo de hombre que vaya surgiendo esté más fundamentado en la ética de la solidaridad, la justicia y la dignidad de la persona por encima de los sistemas.

Éste es el mejor de los deseos para el nuevo año que comienza. La Iglesia tiene la responsabilidad de seguir trabajando para que sea una realidad el hombre nuevo que el Evangelio propone. Unas veces, tendrá que hacerlo desde el profetismo; otras, desde la labor samaritana; y en muchas ocasiones, desde su labor docente. Así estaremos sirviendo a la humanidad.