Publicado en el nº 2.734 de Vida Nueva (del 18 al 24 de diciembre de 2010).
La noticia sobre la nueva situación jurídica de las religiosas clarisas de Lerma, en Burgos, ha levantado no pocas reacciones en diversos tonos. El fenómeno de este monasterio, que ha tenido que abrir un nuevo centro en otro convento cercano, no deja indiferentes a quienes, preocupados por el descenso de vocaciones religiosas, ven en ese modelo una de las soluciones a la crisis, mientras que otros prefieren esperar para tener un juicio más adecuado. Se trata, de todas formas, de una realidad desconcertante por la juventud de las religiosas que ingresan, muchas de ellas con estudios universitarios concluidos e, incluso, abandonando sus profesiones. “El fenómeno de Lerma”, como es conocido, es una interpelación a la Iglesia, a la Vida Consagrada y a la pastoral vocacional en su conjunto.
No obstante, hay dos aspectos sobre los que conviene reflexionar. Por un lado, si este nuevo instituto ‘Iesu Communio’ seguirá la espiritualidad franciscana –que tantos frutos ha dado a lo largo de la historia– o no. Por otro, se advierte en él una referencia especial para jóvenes procedentes de los nuevos movimientos y nuevas realidades eclesiales. Hay quienes piensan, con todo, que esta iniciativa puede propiciar una peligrosa fracción en la Iglesia, creyendo que estas religiosas podrían haber enriquecido los muchos claustros de clarisas con claro declive vocacional.
De todas formas, queda patente una realidad que no se puede juzgar con ligereza, sino que habrá que seguir con atención, con discernimiento auténtico, con un periodo de prueba en el que habrá que estar atentos al desarrollo de esas vocaciones. Aún es pronto para juzgar. La Iglesia deberá estar atenta, como demuestra el seguimiento hecho desde la Santa Sede. A ella le corresponde tutelar esta importante oportunidad, sin ahogar la voz profética, pero sin alentar tampoco un camino con errores. Recientes experiencias de otras instituciones pueden servir de referencia.
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