Una nueva casa para los discípulos de Jesús en Cuba

Medio centenar de seminaristas cubanos inauguran el Seminario

(Alfonso Lucas) A unos 20 kilómetros al este de La Habana, en un trozo de verde campiña a donde llega la brisa marina, se erige la nueva sede del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, que abrió sus puertas el pasado 3 de noviembre. El lugar y la casa estaban en la mente del arzobispo de la capital cubana, cardenal Jaime Ortega Alamino, desde hacía ya muchos años: “Convencido de la necesidad de un espacio más adecuado para la oración, el estudio y el silencio por parte de quienes se preparan al sacerdocio en Cuba, prendió en mí la idea de revivir de nuevo el proyecto original del cardenal Arteaga de tener un Seminario adecuado para una seria formación de los futuros sacerdotes cubanos”.

Según recordó en la ceremonia inaugural –a la que asistieron miembros de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, así como Giovanni Angelo Becciu, nuncio apostólico en la Isla, y el presidente Raúl Castro–, fue Juan Pablo II quien, en 1998, bendijo la primera piedra de la nueva instalación, colocada por el cardenal Ortega el 3 de octubre de 2005.

Un precedente del nuevo centro, en cuanto a idoneidad estructural y ambiental, había sido el Seminario de El Buen Pastor, abierto en 1945 en el suroeste de La Habana, un área apartada del ajetreo capitalino pero que en 1966 fue declarada “zona de defensa”, por lo que se volvió a habilitar la antigua sede –edificada en 1744 frente a la bahía habanera– para acoger a los seminaristas que regresaban del inmueble nacionalizado. “Había que salvar el Seminario –explica a Vida Nueva el actual rector, Tony Rodríguez–, lograr que, sin el edificio, la ‘fábrica de hacer sacerdotes’ continuara. Y esto se debió a una persona a la que la historia trató muy mal, por no ser comprendida: el encargado de la Nunciatura en ese momento, Cesare Zacchi, quien en un gesto extremo, empujado por las circunstancias y sin otra salida, logró que en un edificio no adecuado se salvase la institución”.

Una nueva instalación era, pues, necesaria. “No teníamos, por ejemplo, ni dónde hacer deporte. Hacía falta un nuevo edificio, habitable, no como éste, donde ha habido momentos en que en una habitación debían dormir cuatro seminaristas –en 1972, cuando él lo era, se agrupaban cinco por dormitorio–. Eso no es procedente desde el punto de vista de la dignidad humana”.

En la actualidad, estudian en el Seminario 44 jóvenes –38 diocesanos y seis religiosos–, pero la sede recién inaugurada tiene capacidad para acoger a 100. La edificación ocupa 10.000 m2 y consta de varios cuerpos estructurales, todos interconectados de forma tal que logran un claustro. El conjunto lo integra un edificio principal conformado, a su vez, por otros tres: el de la entrada, un ala que incluye la biblioteca y varios salones de clases, y otra con un salón de conferencias y más aulas. Cuatro edificios de dos plantas con habitaciones funcionales acogerán a los estudiantes de Teología, y otros cuatro a los de Filosofía.

En otro inmueble se encuentran las áreas de servicios, una sala de juegos y TV y el sector de Propedéutica. En el centro del claustro se yergue la capilla, con capacidad para 160 personas y que fue consagrada el 4 de noviembre, fiesta de san Carlos Borromeo, con la colocación en el altar de las reliquias de san Justo mártir. Sencillos canteros con flores, detrás del templo, completan la armonía espacial.

Cuando la vetusta sede del Seminario cese sus actuales funciones (lo que debe ocurrir en enero), pasará a acoger el Instituto de Ciencias Religiosas Padre Félix Varela, así nombrado en homenaje a uno de los precursores de la nación cubana del siglo XIX, profesor del Seminario y representante de la Isla ante las Cortes Generales españolas, a donde acudió para pedir un mejor trato hacia la colonia caribeña y la abolición de la esclavitud. Fernando VII lo condenó a muerte y debió exiliarse en EE.UU., donde murió en 1853.

Otras eminentes figuras cubanas del siglo XIX, como el sociólogo y economista José Antonio Saco y el pedagogo José de la Luz y Caballero, pasaron en su momento por el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cuyos espacios bicentenarios son citados incluso en una obra cimera de la narrativa cubana del siglo XIX: la novela Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde.

“Siempre quedará la nostalgia por esta casa, porque reúne lo que ningún otro edificio en Cuba: es la cuna de la nacionalidad, la ciencia y la mayoría de los sacerdotes en más de dos siglos. Las paredes y escaleras o la capilla hablan por sí solas. Irnos de aquí supone, claramente, una pérdida afectiva, pero comprendemos racionalmente que se necesita un nuevo edificio, para el presente y para el futuro”, refiere el padre rector.

Colocación de la primera piedra, en 1995

En efecto: Rodolfo Loiz, responsable de las vocaciones en la Arquidiócesis, explica que “la Santa Sede y las preferencias formativas actuales recomiendan la formación de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada en lugares apropiados, apartados del estrés y agitación de las ruidosas urbes modernas, precisamente para que los futuros hombres de Dios tengan la experiencia del encuentro personal con Dios en el silencio”.

Un ambiente más propicio

Y es precisamente esto lo que más aprecian los jóvenes seminaristas. Charles Monegal, de 27 años y que cursa 1º de Filosofía, valora la comodidad de tener habitación propia: “Pero, además, hay un espacio para la oración y el estudio que ayuda a evitar la distracción y a concentrarse mejor. Aquí estamos en La Habana Vieja, y allí estaremos alejados de la ciudad. No habrá diferencias en cuanto a la estructura de la formación, pero sí ayudará el ambiente”.

En igual sentido, el seminarista de 1º de Teología Dayron Hernández, de 24 años, subraya la ventaja de poder tener “más tiempo para rezar y estudiar. Pienso en los tres años que Jesús estuvo con sus discípulos, para andar con Él este tiempo, pues los cuatro años que me quedan los pasaré en la nueva sede. Mis mejores momentos los he vivido aquí en el Seminario, y tal vez la vida me regale otros muy buenos, pero éste, aquí, ha sido el tiempo de caer, de levantarme, de conocerme, de amar a Dios”.

Ya cuando está a punto de recibir la ordenación, Yosbel Puentes, de 27 años y en 4º de Teología, estima que cambiarse a la nueva sede justo cuando debe presentar la tesis de Bachillerato implicará un mayor esfuerzo: “Debemos ir con ánimo por el privilegio de ser, en nuestro último año, los que inauguraremos esa nueva casa”.

Un nuevo hogar, en fin, que coopere en el propósito expresado por Benedicto XVI a los seminaristas en su mensaje de bendición: “Identificarse cada día más con los sentimientos de Cristo, Buen Pastor, por medio de la oración asidua, la seria aplicación al estudio, la escucha humilde de su divina palabra, la digna celebración de los sacramentos y el testimonio audaz de su amor como auténticos discípulos y misioneros del evangelio de la salvación”.

Plena colaboración del Estado

Cardenal Jaime Ortega

Durante la apertura de la nueva sede del Seminario habanero, el cardenal Ortega agradeció el inapreciable apoyo de varias organizaciones católicas. La Orden de los Caballeros de Colón fue de las principales en brindar su mano, y en la ceremonia del 3 de noviembre, el arzobispo le hizo patente al caballero supremo, señor Carl Anderson, la gratitud de los fieles cubanos.

La Conferencia Episcopal Italiana, las organizaciones alemanas Kirche in Not (Ayuda a la Iglesia Necesitada) y Adveniat, hermanos católicos de España, Francia y América Latina, así como los miembros de las propias comunidades católicas cubanas estuvieron también entre los que dieron su aporte a la que constituye la primera obra de construcción de la Iglesia católica en la Isla desde 1959.

Raúl Castro y sus buenos deseos

Crucial fue también la cooperación del Estado. El cardenal aseguró que la promesa de apoyo hecha por Fidel Castro en 1998 se había cumplido “fielmente”. Los ministerios de la Construcción, Industria Básica e Informática y Comunicaciones, así como la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, prestaron su colaboración, que fue valorada por la Iglesia. “Las facilidades para las importaciones indispensables, o el pago en moneda nacional, a precio de costo, de materiales y servicios que podían brindarse en Cuba, son algunas de las facetas más importantes”, apuntó ante el actual mandatario, Raúl Castro. Éste, tras recorrer el edificio, expresó en el libro de visitantes “mis sentimientos a favor de que alcance sus nobles propósitos, en aras de la formación de los sacerdotes católicos”.

En el nº 17 de Vida Nueva Colombia.

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