Las leyes del presidente

(+ Fernando Sebastián– Arzobispo emérito)

“Los católicos no le pedimos que legisle según nuestra moral específica. Le pedimos que legisle respetando la moral de la razón y el patrimonio moral común de la sociedad española. (…) Este patrimonio es el tesoro espiritual de cada pueblo. Los gobiernos no tienen competencia ni misión ni autoridad para alterarlo por su cuenta”

Nuestro presidente no quiere legislar al dictado del Papa. Hace bien. Nosotros tampoco queremos que lo haga. El presidente dice que él tiene que legislar como quiera el Parlamento y como quieran los ciudadanos. Lo dijo a gritos, como enfadado. Pero no es verdad.

El presidente legisla de acuerdo con su propia ideología y a gusto de los grupos radicales de izquierda que le apoyan. Y que son poquitas personas. Más de la mitad de los españoles somos católicos de verdad, y no estamos de acuerdo con algunas leyes promulgadas por el presidente (disolución del matrimonio, divorcio exprés, adoctrinamiento pansexualista, aborto, eutanasia). Pero la opinión de los católicos le tiene sin cuidado. Él legisla a gusto de los suyos, no para el bien común de todos los españoles.

Los católicos no le pedimos que legisle según nuestra moral específica. Le pedimos que legisle respetando la moral de la razón y el patrimonio moral común de la sociedad española. Cada pueblo tiene su patrimonio moral común que va elaborando y perfeccionando poco a poco con la colaboración de los mejores. Este patrimonio es el tesoro espiritual de cada pueblo. Los gobiernos no tienen competencia ni misión ni autoridad para alterarlo por su cuenta. El alma de los pueblos no está bajo la autoridad de los políticos. Vale más que ellos.
La vida moral y espiritual de un pueblo es patrimonio de todos y tiene su propia dinámica, su vida propia. Nuestro presidente tiene que recapacitar. Él no es dueño de las conciencias ni de la vida moral de los españoles. Querer manipular la cultura y la vida moral de un pueblo es autoritarismo, dictadura cultural, pura desmesura. Un pueblo serio, que se estime a sí mismo, no puede tolerar este atropello.

En el nº 2.733 de Vida Nueva.

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