El lenguaje cifrado de China

(Alejandra Peñalver– Corresponsal en Asia) Ningún camino conduce a Roma desde los despachos de la cúpula del Partido Comunista Chino. Esta realidad, que viene perpetuándose desde hace décadas, parece que ha empezado a cambiar en los últimos meses a tenor de algunos gestos simbólicos de singular calado. En concreto, el hecho de que, desde el pasado mes de abril, la Iglesia de China ha ordenado a un total de seis obispos con el beneplácito explícito de ambas partes, es decir, del Vaticano y el Partido.

¿Podemos decir, sin miedo a caer en un optimismo idealista, que estamos ante una nueva era en las relaciones entre Pekín y la Santa Sede? La respuesta, no exenta de peros, resulta evidente. Y, aunque sólo sea por motivos de fuerza mayor, contrarios al deseo de los dirigentes comunistas, a China no le queda más remedio que aflojar el puño. Y no sólo en asuntos estrictamente religiosos.

El quid de la cuestión, que los países occidentales no acaban de comprender, es que China está inmersa en un proceso de apertura, y seguirá haciéndolo, pero sólo bajo una premisa: los chinos marcan sus propios tiempos y adaptan cualquier influencia externa –pongamos por ejempo, un sistema democrático– a su propia filosofía y modo de entender el mundo.

En base a esto, casi tres años y medio después de la Carta que Benedicto XVI envió a los católicos chinos, el Vaticano debería analizar detalladamente cada paso que da Pekín respecto a la propia doctrina de la Iglesia.

Pocos asuntos pueden interesar menos a la clase dirigente china que las creencias religiosas de sus gentes, si no fuera por un factor de vital importancia, como es la innegable influencia política que desde siempre ha ejercido la Iglesia católica en los gobiernos de los países occidentales. Más allá de la libertad de culto, ésta es la única razón por la que el comunismo chino ha perseguido incansablemente a los cristianos dentro de sus fronteras. Para China, no se trata tanto de un problema religioso como de un asunto de confrontación política entre dos Estados.

No obstante, también hay quien ve con recelo estos supuestos movimientos de aperturismo. Entre ellos, el controvertido obispo emérito de Hong Kong, Joseph Zen, para quien “todavía hay un largo camino que recorrer en las relaciones entre Pekín y la Santa Sede”.

Y no le falta razón. Baste como muestra un botón de hace algunas semanas, cuando la Iglesia Patriótica China nombraba obispo –sin consentimiento papal– al ampliamente reverenciado José Guo Jincai, persona de máxima influencia del aparato religioso del gigante asiático. Benedicto XVI lamentó “profundamente” dicha ordenación y China cargó contra el Vaticano, acusándole de “restringir la libertad”. Así pues, como ha quedado en evidencia, el entendimiento entre unos otros va a ser mas fácil sobre el papel que en la práctica.

No en vano, el arzobispo emérito de Hong Kong se ha preguntado públicamente, y con visible malestar: “¿Tienen nuestros obispos en China alguna oportunidad de diálogo? ¿Entre ellos mismos? No. El Gobierno los vigila de cerca para prevenirlo. ¿Diálogo con el Gobierno? ¡Por supuesto que no! Los obispos chinos sólo pueden escuchar y obedecer”.

En un reciente artículo, el cardenal Zen denunciaba también el hecho de que “los obispos chinos son tratados como esclavos, o incluso peor, como perros guiados con una correa”. Una lamentable situación que, en su opinión, se produce tanto en la Iglesia Patriótica (reconocida por el Partido) como en la clandestina (la que es fiel al Papa).

En respuesta a otro artículo publicado recientemente y titulado “Pekín quiere obispos ordenados por el Papa”, el prelado emérito considera que “traiciona un optimismo no justificado por los hechos”, si bien reconoce que las recientes ordenaciones de obispos chinos han sido aceptadas por ambas partes –la Santa Sede y el Gobierno de China– y se felicita por la reciente liberación del obispo Julius Jia Zhiguo, encarcelado durante años, o la inminente puesta en libertad del obispo James Su Zhimin.

Aunque la política de apertura china es constatable a todas luces, desde el Vaticano no deberían dejarse seducir por cantos de sirena oriental porque, pese a todo, persistirán la persecución y la vigilancia, si bien, matizadas.

En el nº 2.733 de Vida Nueva.

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