Editorial

¿Nadie quiere rescatar también a Haití?

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Publicado en el nº 2.731 de Vida Nueva (del 27 de noviembre al 3 de diciembre de 2010).

Una mortal epidemia de cólera en Haití va a evitar que muchos votantes puedan concurrir a las urnas en las elecciones del día 28, pero postergar o cancelar los comicios podría amenazar la estabilidad nacional. El mensaje es alarmante, pues hay signos de un desmoronamiento del país, azotado el pasado año por el terrible terremoto que destruyó lo material y que ahora, como consecuencia, lucha para que otro terremoto, éste de índole más profunda, no acabe con el país en sí mismo, como si de una isla que se hunde en el océano se tratara.

La epidemia, que surgió hace un mes, ha causado ya más de un millar de muertos. Algunos candidatos a la presidencia han pedido que se posterguen las elecciones, mientras la cifra de fallecidos no deja de aumentar. El brote de la mortal enfermedad diarreica, que afecta a ocho de las diez provincias del país, ha profundizado la miseria entre los 10 millones de habitantes que aún luchan por recuperarse del seísmo del 12 de enero, que dejó más de 250.000 muertos.

El panorama es preocupante y la comunidad internacional, que en una cura de urgencia se volcó de forma asombrosamente positiva para ayudar al país tras el terremoto, no debe dejarlo ahora a la deriva. Haití tiene derecho a subsistir y a no ser asumido por potencias extranjeras de forma más o menos larvada. Tiene el derecho a su futuro soberano.

Cuando tantos esfuerzos hace la comunidad internacional para sanear el sistema económico que la llevó a la grave crisis actual –o la Unión Europea para con países en especiales dificultades financieras, como Irlanda y Grecia– no se puede callar ante el escándalo de Haití, que necesita un rescate y en múltiples dimensiones.

La Iglesia, como gesto y después de haber contribuido con medios y personas a la recuperación del país, podría empezar nombrando al arzobispo que sustituya al fallecido. Un gesto de cara al futuro.

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