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Dios sí, pero, ¿qué Dios?


Un libro de Vicente Borragán (San Pablo, 2010). La recensión es de Tomás de la Torre.



Dios sí, pero, ¿qué Dios?

Autor: Vicente Borragán Mata

Editorial: San Pablo

Ciudad: Madrid

Páginas: 224

(Tomás de la Torre) La presentación de este libro es trinitaria. Lo ha leído un ateo, un increyente y un cura, firmante de estas líneas. El interés por hacerlo así hay que buscarlo en la importancia del tema central de la obra: Dios. Los tres hemos llegado a conclusiones similares por caminos diversos. En opinión del ateo, sus páginas le han ayudado a dar pasos hacia la búsqueda de Dios, a quien niega su existencia desde la juventud revoltosa que vivió en torno a aquel Mayo del 1968. El increyente admite que le parece bien como herramienta de trabajo para reencontrarse con aquel Dios al que dejó en la cuneta de su vida cuando, estudiando ciencias en la universidad, le dijeron que solamente existía aquello que se puede pesar, medir y contar.

Mi valoración es que se trata de una obra maestra, sencilla, profunda, singular, corta y propia de un libro de bolsillo para leer en el metro, en el autobús o en la sala de espera de alguno de los profesionales que nos curan de las dolencias corporales.

La búsqueda de Dios reside en la intimidad del ser humano. El autor deja constancia claramente de que ese Dios a quien buscamos se nos ha presentado saliendo al encuentro del hombre bíblico, entablando una Alianza en el Sinaí, confirmando ese pacto a lo largo de toda la historia de salvación. Una historia que está llena de luces, como la salida de Egipto, la llegada a la Tierra Prometida o la vuelta del exilio en Babilonia, y de sombras, de pecados del pueblo elegido, yéndose detrás de dioses extranjeros.

La riqueza de lenguaje del autor, sobre todo en los términos hebreos, pasando por la traducción griega y latina, apoya mucho más esa búsqueda de un Dios que pacta con el hombre para revelarse a él. Una religión, la bíblica, que de este modo es diferente a todas las demás y a las posteriores, en las que los hombres buscan dioses para cada menester metiéndose en el politeísmo de hoz y coz.

El monoteísmo judío es clave para entender cómo debemos conocer a Dios por sus palabras, obras y gestos, antes que por los conceptos. Lo cual otorga a todo el Antiguo Testamento una importancia capital para comprender cómo ese Dios Salvador envía a su Hijo en el Nuevo Testamento, quien nos hablará de Dios Padre, Amor, Misericordia, Perdón, haciéndose hombre en Jesús de Nazaret, igual en todo a nosotros menos en el pecado. Él, con su Pasión, Muerte y Resurrección, salvará al género humano del pecado y de la muerte. Antes, nos ha prometido la presencia del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, quien será el Abogado, el Consolador, el Guía de la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro y los Apóstoles.

Este Dios, Uno y Trino, será asumido, explicado y defendido por la teología de los Padres de la Iglesia y la misión de los primeros Concilios contra los ataques de la herejía, esa cizaña entre el trigo anunciado por Jesús.

El libro del dominico Vicente Borragán Mata busca, además, una vertiente pastoral esencial en nuestros días de ateísmo militante, de increencia creciente, de relativismo dominante, de ignorancia supina; busca –repito– ofrecer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la posibilidad de buscar a Dios, de reencontrarse con Él, con ese Dios a cuya imagen y semejanza fuimos creados para vivir como hijos del mismo Dios, dentro de la Iglesia de Cristo, y con la efusión de los dones del Espíritu.

Acabo, y lo hago con una conclusión también trinitaria, porque en la obra que comentamos la nueva y eterna imagen de Dios, Uno y Trino, propuesta al hombre de hoy desea rastrear su presencia en la historia y en el mundo actual buscando la luz divina. Aunque sea en las luciérnagas que pueblan los campos, también obra creadora del mismo Dios.

En el nº 2.731 de Vida Nueva.

Actualizado
26/11/2010 | 08:34
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