El ritual de la dedicación y su sentido

(Lino Emilio Díez Valladares, sss- Asesor del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia) Ante la dedicación del templo de la Sagrada Familia por Benedicto XVI, hace falta decir, desde el comienzo, que el ritual de la dedicación de las iglesias es uno de los textos cuya revisión ha sido realizada con más fortuna por el sentido pedagógico de los ritos, por la fidelidad a la tradición más profunda, por la riqueza de las imágenes bíblicas y, a la vez, por la belleza y la novedad exitosa de algunos escritos. Se ha dicho, con razón, que este ritual es una joya de la reforma litúrgica.

¿Qué sentido tiene la dedicación de un edificio material a Dios? El edificio material nace de una necesidad práctica. La comunidad cristiana, para poder reunirse en asamblea litúrgica, busca un terreno y allí edifica una casa; de hecho, será una casa de la Iglesia –a la que, abreviando, llamamos iglesia–, una casa donde se reunirá la comunidad para alabar a Dios y celebrar los misterios de la fe, proclamar la Palabra de Dios, celebrar los sacramentos y vivir los servicios a la comunidad y a todas las personas que se acercarán, en especial el servicio de la caridad.

Cuando se acaba la construcción, aquella iglesia se dedica a Dios nuestro Señor y se le hace ofrenda de aquella obra construida por manos humanas, pidiéndole que su presencia llene aquel espacio, que así ha empezado, ya desde ese momento, a ser un espacio separado de lo profano para convertirse en lugar sagrado privilegiado para el encuentro de Dios con las personas y, también, imagen del templo espiritual hecho de piedras vivas, obra de Dios, donde habita el Espíritu Santo.

Así que, si se ha dedicado a Dios aquel edificio, no podrá ser usado para cualquier actividad, sino que, en principio, sólo ha de servir para aquello que lo define: su santidad y el testimonio que da, con su visibilidad, de la presencia cristiana en medio de este mundo.

El ritual de la dedicación expresa con toda claridad el destino que se otorgará a este nuevo  espacio consagrado: “Es el edificio en el que se congrega la comunidad cristiana para escuchar la Palabra de Dios, orar comunitariamente, recibir los sacramentos y celebrar la Eucaristía” (cf. Decreto de aprobación y Prenotandos n. 1).

El rito actual sobresale por su estructura modélica, dentro de la celebración eucarística, con una línea litúrgica muy clara, sobria y lógica, según la tradición romana y conforme a la renovación litúrgica del Vaticano II. Se ha querido destacar que la iglesia-edificio representa y significa la Iglesia-asamblea, formada por “piedras vivas” que son los cristianos, consagrados a Dios por su bautismo.

Simbolismo sacramental

El ritual sigue los pasos de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, reforzando el simbolismo del templo cristiano como representación de la comunidad y de cada uno de los fieles, templo del Espíritu Santo, que se reúnen en ella: la aspersión, en recuerdo del Bautismo; la unción del altar y de los muros de la iglesia, por la Confirmación; y la cremación del incienso sobre el altar, revestimiento e iluminación de éste, por la Eucaristía.

El ritual de la dedicación se compone de las siguientes partes:

a) Entrada en la iglesia. Hay dos ritos que sobresalen: 1) La entrega de la iglesia: los delegados de aquellos que han trabajado en la edificación de la iglesia se la ofrecen al obispo (en este caso, al Papa). 2) La aspersión de la iglesia: el Papa bendice el agua y con ella rocía al pueblo, que es el templo espiritual, y después las paredes de la iglesia y el altar.

b) Liturgia de la Palabra. Se proclaman las lecturas, escogidas entre las que propone el Leccionario para el rito de la dedicación de una iglesia, y se desarrolla la homilía. A continuación, se hace la profesión de fe, el “Credo”. Y después, las letanías de los santos –que sustituyen la tradicional “oración de los fieles”–, que son una invocación a la Iglesia del cielo en momentos de especial significación en las celebraciones cristianas.

c) La oración de dedicación y la unción del altar y de los muros la iglesia. Los ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos visibles algo de aquella invisible obra que realiza Dios por medio de la Iglesia, que celebra los sagrados misterios, sobre todo el de la Eucaristía.

Tras el canto de las letanías, mediante el cual la oración se dirige a Dios Padre y se pide la intercesión de la Virgen María y de todos los santos, se pueden colocar las reliquias de algunos santos –mártires o no–, como es tradicional en la Iglesia, debajo del altar, no en él. La celebración de la Eucaristía es el rito principal y único necesario para la dedicación de una iglesia. Sin embargo, según la tradición común de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente, se hace una oración de dedicación, con la que se manifiesta el propósito de dedicar la iglesia para siempre al Señor y se pide su bendición. Se trata de un texto bellísimo, de hondura lírica y denso contenido.

Seguidamente, tiene lugar la unción del altar y de las paredes de la iglesia. Por esta unción, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es y se le llama el Ungido por excelencia, ya que ofreció, en el altar de su cuerpo, el sacrificio de su vida para la salvación de todos los hombres, ofrenda que –renovada en las celebraciones de los santos misterios–, continúa la redención del mundo por medio de la Iglesia. El altar es el centro local y espiritual de toda iglesia, en el que confluye todo el sentido de la dedicación.

La unción de la iglesia significa que ésta es dedicada por completo y para siempre al culto cristiano. Se hacen las unciones, doce (doce columnas) o cuatro (cuatro pilares), para significar que la iglesia es una imagen de la Jerusalén celestial cimentada sobre los Doce Apóstoles del Cordero (Ap 21, 14), construida con las piedras vivas que son los fieles.

En cuanto a la incensación del altar y de la iglesia, esto se hace para significar el sacrificio de Cristo, que allí se perpetúa sacramentalmente y sube hacia Dios como ofrenda agradable y propiciatoria con las oraciones de los fieles (cf. Ap 8, 3-4). La incensación de la nave de la iglesia indica que ésta, por la dedicación, se convierte en casa de oración. Pero se inciensa, en primer lugar, el pueblo de Dios, que no es otro que el templo vivo, en el que cada fiel es un altar espiritual.

A continuación, se llega al revestimiento del altar. Con la colocación de los manteles sobre el altar y el encendido de las velas para la celebración se quiere indicar que ésta es ahora la mesa del Señor, recordando el momento fundacional de toda celebración litúrgica cristiana: la Cena del Señor. El altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y, al mismo tiempo, la mesa del banquete del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma oración pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. El altar se adorna como para una fiesta y una comida, en la que los fieles reciben el alimento divino, que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo inmolado.

La iluminación del altar, seguida de la iluminación de la iglesia, recuerda que Cristo es la “Luz que se revela a las naciones” (Lc 2, 32) y que la Iglesia brilla gozosa con esa luz.

d)
Celebración de la Eucaristía. Esta es la parte más antigua y más importante de todo el rito de la dedicación. Con la celebración de la Eucaristía se manifiesta el fin principal de la edificación de una iglesia y de la erección del altar. La Eucaristía consagra el altar y el lugar de la celebración, tal como los padres antiguos afirman repetidamente: “Este altar es admirable porque por naturaleza es una piedra, pero se convierte en santo después de que ha sostenido el cuerpo de Cristo” (San Juan Crisóstomo).

En la plegaria de la dedicación se pide, casi al final, que aquél sea un lugar donde los pobres encuentren misericordia y solidaridad en sus necesidades. Por el mismo ser cristiano, la dimensión de la caridad no puede estar ausente en ninguna casa de la Iglesia.

En el nº 2.730 de Vida Nueva.

Especial Vida Nueva

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