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El libro del matrimonio


Una obra de José Pedro Manglano (Planeta Testimonio, 2010). La recensión es de Antonio María Calero.

El libro del matrimonio. Esa misteriosa unión

Autor: José Pedro Manglano

Editorial: Planeta Testimonio

Ciudad: Barcelona

Páginas: 384

(Antonio María Calero, SDB) Este libro de José Pedro Manglano se inscribe en el contexto de una sociedad en la que el matrimonio y la familia se encuentran en una verdadera encrucijada, en la que por matrimonio se entienden formas de convivencia muy diversas, y en la que, no obstante, se sigue reflexionando y escribiendo sobre esta institución tan enraizada en la historia humana. Su obra se estructura en cuatro grandes partes: 1ª) Qué es el matrimonio, 2ª) ¡A lo concreto!, 3ª) Breve historia de las bodas, y 4ª) Complementos y curiosidades. En la primera de ellas, el autor se acerca al matrimonio (‘cristiano’, se entiende), presentando diversas formas en las que se ha vivido esta realidad: desde la “edad de oro” (Adán y Eva) hasta una singular pareja de enamorados, Eloisa y Abelardo. La segunda parte –dedicada, según el autor, ¡A lo concreto!– presenta el modelo cristiano, con una amplia exposición de la enseñanza de Pablo VI sobre las relaciones sexuales y su significado (pp. 163-184). En la parte tercera hace una Breve historia de las bodas en seis etapas, recorriendo la historia del matrimonio entre cristianos desde el siglo I hasta el pontificado de Juan Pablo II. El último apartado (Complementos y curiosidades) contiene, además de un pequeño diccionario sobre conceptos y realidades que se refieren a la boda y algunos artículos del Código de Derecho Canónico relativos al matrimonio cristiano, una presentación, en forma pedagógica, de las cuatro variantes que admite hoy el rito del matrimonio canónico.

Una vez descrita en sus líneas generales esta obra, realmente original, he aquí algunas observaciones que surgen de su atenta lectura.

1. Desde el punto de vista formal, la doctrina sobre el matrimonio (‘cristiano’) va siendo expuesta o descubierta, según los casos, por un protagonista –Pipa– que lo mismo habla con total confidencialidad con Juan Pablo II que con Balduino y Fabiola, con Ana Magdalena (segunda esposa de J. S. Bach), o con otros personajes, actuales o de la época prerromana. Particularmente interesante resulta la animada tertulia de distintos individuos que ponen en común sus experiencias sobre la vida conyugal y familiar: algunos con numerosos hijos; otros, sin la rica experiencia de la paternidad.

2. En cuanto al contenido, puede afirmarse que se presenta, de forma íntegra, la doctrina que sobre el matrimonio cristiano se ha ido formando a lo largo del tiempo: desde el inicio mismo de la Iglesia (siglo I) hasta Juan Pablo II. Sin quitarle importancia al Magisterio del Papa polaco, tal vez resulte exagerado afirmar rotundamente que “dos tercios de lo que la Iglesia ha dicho acerca de la sexualidad y el matrimonio viene de labios y pluma de Juan Pablo II” (p. 287). No deja de llamar la atención, por otra parte, que, en el minucioso proceso de elaboración de la doctrina cristiana sobre el matrimonio (cita a León XIII, a Pío XI e incluso a J. Ratzinger), sea Juan Pablo II el que hace ‘la revolución teológica’, el que marca el ‘nuevo epicentro’ de esta doctrina (pp. 287-290, con notas 14 y 15), sin que haya merecido, ni siquiera una breve mención, el Concilio Vaticano II, que se ocupó expresamente de la Dignidad del matrimonio y de la familia (Constitución pastoral Gaudium et Spes, nn. 47-52). Resulta muy extraño que, habiendo citado el IV Concilio de Letrán y el de Trento, haya pasado por alto el Vaticano II, en el que se afirmó, como doctrina conciliar, el carácter sagrado del matrimonio y de la familia, la naturaleza del amor conyugal, la fecundidad del matrimonio, el compromiso de compaginar el amor conyugal con el respeto a la vida humana, así como el crecimiento del matrimonio y de la familia. Como se ve, toda una teología del sacramento del matrimonio en orden a que los cristianos vivan esta “vocación” como un auténtico “camino de santidad” (GS, 49).

3. Hace algunas precisiones, en apariencia baladíes, de gran importancia por las consecuencias que de ellas pueden derivarse: por ejemplo, la distinción entre problema y misterio, entre fecundidad y fertilidad, entre igualdad y asimetría.

4. Algunas afirmaciones del autor son –al menos, para este lector– problemáticas. A mi juicio, el matrimonio es misterio fundamentalmente porque la persona humana (materia prima del matrimonio, si cabe hablar así) es, en sí misma, un misterio. Esta misteriosidad se acentúa si se piensa que el matrimonio está llamado a formar una realidad plural armónica (un ‘nosotros’), sin que cada parte pierda la propia identidad personal (p. 70). No se ve claro, por otra parte, que la relación marido-mujer se levante sobre el suelo que consiste “en el temor de Cristo” (p. 186). ¿No sería un suelo más estimulante el “como Cristo nos amó” o “como Cristo ama a su Iglesia” (Ef 5, 2.26)? ¿Ignora el autor el compromiso de crecimiento como personas y como creyentes, fruto de la convivencia diaria de los esposos? Supuesta la clara distinción entre ‘fecundidad’ y ‘fertilidad’ (p. 222), cabe preguntarse: ¿sólo la procreación buscada justifica la unión sexual de los esposos?, ¿dónde quedan las enseñanzas del luminoso y profundo n. 49 de la Gaudium et Spes?, ¿no llevan las afirmaciones hechas en la p. 301 a entrar en alguna forma de relativismo sacramental dentro de la Iglesia o, lo que sería peor, de arbitrariedad injustificada –hacer o deshacer– por parte de la jerarquía suprema de la Iglesia en el ámbito sacramental? Además, ¿son aceptables las “velaciones” si simbolizan –el velo por el hombro del varón y sobre la cabeza de la mujer (p. 263)– el sometimiento de la mujer al varón?

5. Finalmente, no dejan de ser originales los títulos de algunos epígrafes: De cómo le hincaremos el diente (al tema, se entiende: p. 17), ¡A lo concreto! (p. 147), ¡Y se acabó! (p. 304).

En el nº 2.730 de Vida Nueva.

Actualizado
19/11/2010 | 08:33
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