La verdad y la libertad son esencialmente compatibles

(Xosé Luís Barreiro Rivas– Profesor de la Universidad de Santiago de Compostela y analista político) Como reacción tardía a una larga Dictadura, la sociedad española está encandilada por la idea de consenso, que, además de redimirnos del compromiso con la verdad, nos instala en una moral relativa que sólo exige su validación mediante el acuerdo. En la actual cultura de la libertad, cada cual, en su ámbito privado, puede hacer lo que quiera. Y cuando nuestras acciones trascienden al ámbito social, no tienen más límites ni requisitos que el consenso. Verdad y consenso son, para la mayoría, conceptos muy próximos o equivalentes. Y por eso molesta la invocación del Papa a la verdad, a su búsqueda y a su condición orientadora, que implica el supuesto filosófico y moral de que el consenso no es la verdad ni está por encima de ella.

Hay que reconocer, sin embargo, que esa deificación del consenso tiene algunas explicaciones históricas, y que será muy difícil que la verdad se conforme como un principio ético esencial si no reconocemos que hubo un tiempo en el que también la Iglesia empañó –con graves connivencias políticas– el puro testimonio de la verdad. Porque, más allá de la injusticia que eso pueda suponer, quizás esa carencia esté dando amplia cobertura al laicismo activo y a la deformación mediática con la que se presenta y analiza en España el papel de la Iglesia y sus mensajes fundamentales. El distanciamiento entre sociedad e Iglesia, que es intelectual y afectivo, convierte a España, en palabras del Papa, en tierra de evangelización, lo que imputa en igual medida a los que olvidan su ser y su historia como a los que no aciertan a reconciliarse y a presentarse como aliados de un pueblo en honda y procelosa transformación.

La peregrinación papal a Santiago y Barcelona queda suficientemente justificada por la proclamación solemne de la compatibilidad entre libertad y verdad, y por la llamada a la Iglesia de España a una tarea que en todo le compete y en parte la responsabiliza. Pero ese hecho no puede hacernos olvidar algunos problemas que el modelo de viaje elegido puso en evidencia. Porque, salvando la liturgia de la consagración y la eucaristía celebradas en la Sagrada Familia, que considero un acierto total, el resto del viaje estuvo trabado por la necesidad de cubrir al mismo tiempo dos aspectos –el pastoral y el liderazgo de masas– que se anulan entre sí.

Mientras el Papa habló desde la iglesia y para la Iglesia, y dejó que los ecos de su mensaje llegasen a la sociedad a través de los medios, su presencia fue vivificadora para los fieles, orientadora para toda la comunidad cristiana e irreprochable en su intento de reponer el papel que tuvo la Iglesia en la construcción de España y Europa. Pero cuando los organizadores quisieron demostrar que Benedicto XVI también es líder de masas para una sociedad que ya se caracteriza por su indiferencia, los cálculos fallaron, y las televisiones debieron suplir con generosa habilidad los efectos de un cálculo estrepitoso.

La otra cuestión por debatir es si el Papa, como los políticos, debe asumir el rol de un comunicador, que lo lleva a hablar –como hizo en el avión– sin las protecciones propias de su rango y su alta misión pastoral, o si tiene que regresar al magisterio ejercido no sólo desde su reconocida condición de intelectual y teólogo excelente, sino también desde las formas y rituales que garantizan la buena información y contextualización de sus alocuciones.

La peregrinación del Papa deja la sensación de que España necesita y desea el mensaje firme y estable que, frente a un relativismo moral disfrazado de progresismo, ofrece la Iglesia. Pero, para que la reevangelización tenga éxito, también necesitamos hacernos algunas preguntas y autocríticas a las que la Iglesia española sigue renuente. Porque algo debimos hacer mal los cristianos españoles para que los cuantiosos talentos que hemos recibido estén dando frutos tan magros. Y ese algo debemos identificarlo, para que, como vino a decir el Papa, nadie confunda la verdad con el consenso.

En el nº 2.729 de Vida Nueva.

Número Especial de Vida Nueva

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