El excelso camino de la belleza en un mundo secularizado

Acogida calurosa y elegante al Papa en Barcelona

(Juan Rubio – Enviado especial a Barcelona) Cuando Alonso Quijano decidió ir a Barcelona no las tenía todas consigo. Los bulos esparcidos por el falso Quijote de Avellaneda le jugaron una mala pasada. No se echó atrás y desde Zaragoza se puso en camino hasta la ciudad de “luz azul” que le brindó la ocasión de conocer el mar. Roque Ginart fue su mejor anfitrión: “Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante (…) no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel…”. Alonso Quijano quedó impresionado de la ciudad. A Benedicto XVI le ha pasado algo parecido.

Ha ido pese a la campaña en contra que lo pintaba como “inquisidor y  trasnochado, enemigo de todo progreso, con la dureza en el rostro”. La tradicional hospitalidad catalana venció a cuatro voces tópicas, fuertes sí, pero escasas. Cataluña, pese a vivir en momentos de secularismo, como otras partes de Europa, no ha dejado de ser católica. Su fe lo impregna todo, aunque no llegue a calar. Es algo así como los vaporizadores en las terrazas de verano en Las Ramblas. El mismo presidente de la Generalitat, José Montilla, se lo decía al Papa en una carta abierta el mismo día que llegaba, consciente del revuelo organizado con la campaña del Jo no t’espero: “La nación catalana no puede entenderse sin la aportación histórica del catolicismo. A lo largo del tiempo, los valores cristianos han contribuido, entre otros, a humanizar nuestra sociedad”. Desmontada la imagen negativa, se impuso la cordura y el seny asomó en todo su esplendor. Un interesante artículo de Francesc Romeu en Foc Nou presenta una excelente fotografía de las expectativas de la visita, que él esperaba que resultara “simpática y empática”. La ilustración de Eloi Arán le da ese tono simpático. Para conocer la realidad que esperaba al Papa en Cataluña, no hay nada más que ver el esfuerzo informativo, objetivo y plural, del diario La Vanguardia.

El ‘seny’ catalán

El seny es ese sentido común y cierta adustez que acompaña a los catalanes; un sentido que, a veces deviene en rauxa, arrebato, genialidad. El Papa sabía a dónde venía. No era asignatura fácil y hubo que buscar la excusa para convencer sin vencer: el templo inacabado de la Sagrada Familia, símbolo de una Iglesia que peregrina y que no ha concluido aún su camino. Una Iglesia que busca romper el horizonte, mirar al futuro con sólidas bases, con amplias perspectivas aun en medio de la dificultad. Los catalanes han sabido jugar su baza y rentabilizar la visita. Cada uno ha sabido bien lo que tenía que hacer y han sacado el seny a pasear. Tampoco la Iglesia ha perdido comba, y se ha puesto las pilas. Recientemente, los obispos catalanes reflexionaban con motivo del 25º aniversario del documento que puso importantes bases al catolicismo actual en Cataluña, el ya famoso texto Arrels cristianes de Catalunya. Los obispos han sabido estar a la altura de las circunstancias. El Papa ha venido a  confirmarlos en esa tarea ingente que tienen: ofrecer la fe en una sociedad secularizada y ofrecerla como propuesta ilusionante. Han ganado todos, Iglesia y sociedad, y ha crecido la autoestima entre sus gentes.

Un nuevo escenario

Iglesia y sociedad se han beneficiado de esta visita de veintidós horas que Benedicto XVI ha realizado el 7 de noviembre, coincidiendo con la otra que el mismo día de 28 años antes Juan Pablo II hizo a la ciudad en su primer periplo pastoral por una España que había optado por “el cambio” político. El escenario catalán era bien distinto. En aquella ocasión, un auténtico diluvio cayó sobre la ciudad. Ahora el sol se alió con el Papa. Entonces, la lengua catalana estuvo ausente en las intervenciones de Wojtyla, mientras que ahora las intervenciones en la lengua de Verdaguer han formado parte de las claves de la visita.

Entonces, el cardenal era Narcís Jubany, uno de los “derrotados soldados del ejército Montini”, según expresión de Jordi Pujol. Hoy, Lluís Martínez Sistach, el cardenal de Barcelona, catalanista moderado con fuertes enemigos en el conservadurismo de la Iglesia española, es amigo y colaborador directo del Papa, con redes importantes en Roma. En aquella ocasión, el Papa subió a Montserrat, símbolo religioso del catalanismo, mientras que ahora el tiempo no ha dado para más, pero Montserrat sigue teniendo ese atávico símbolo de voz oracular. La fotografía es bien distinta, aunque sigue ese esfuerzo por no dejarse domeñar. La periferia se resiste al centro, cuando el centro quiere ser excesivamente acaparador. Pese a los esfuerzos en algunos lugares de la geografía eclesial española por borrar estas claves, la realidad es clara: en la secularizada Cataluña, es posible escuchar al Papa, levantar un ingente templo en el siglo XXI y abrir foros para el diálogo fe-cultura. El Papa lo ha comprendido y ha facilitado las cosas.

Benedicto XVI llegó a Barcelona a las diez de la noche del sábado día 6 en el Airbus A-321 procedente de Santiago de Compostela. En el nuevo hangar, inaugurado para la ocasión en El Prat, fue recibido por el president Montilla, el delegado del Gobierno en Cataluña, Joan Rangel; el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu; el obispo de la diócesis a la que pertenece el aeropuerto, Agustín Cortés, y el cardenal de la ciudad, anfitrión en esta visita. Acompañó al Papa junto al resto del séquito papal el nuncio en España, Renzo Fratini, y el embajador cerca de la Santa Sede, Francisco Vázquez. Pocas veces, como sucedió en Escocia el pasado septiembre, se le ofrecen a Cataluña para recibir a un mandatario con el protocolo de Jefe de Estado. Ésta ha sido una de ellas. No hay que olvidar que Ratzinger es bávaro y así se define, incluso antes que alemán.

Ya entrada la noche, el Papa se dirigió en un coche cubierto y blindado al Palacio Arzobispal de Barcelona, en donde cenó escudella y carn d’olla (cocido catalán) y panellets (dulces de Todos los Santos). Pero antes quiso saludar a los jóvenes concentrados en la plaza que se abre delante del palacio arzobispal. Desde el balcón, y sin que apenas se oyera por los altavoces, el propio Benedicto XVI los saludó rompiendo el protocolo. El cardenal les pidió paciencia. El Papa andaba cansado. La edad no perdona. Ambiente de fiesta del millar de jóvenes congregados, la mayoría de organizaciones religiosas que dieron la bienvenida al Pontífice con canciones, vítores y banderas vaticanas, españolas y senyeres.

La mañana del domingo fue radiante, una mañana de domingo en el Ensanche barcelonés. Ambiente de fiesta. La atención estaba centrada en el majestuoso e inacabado templo de la Sagrada Familia, obra de Antonio Gaudí, convertida ahora en basílica menor tras la visita. Las altas torres, oteadores de trascendencia se elevan en el cielo barcelonés. Gran proyección internacional. TV3 (televisión autonómica catalana) entendió el mensaje y echó los restos para ofrecer un trabajo serio y profesional. Todos lo sabían y hubo quienes prefirieron no perderse la retransmisión, pero hubo mucha gente, más de lo que se ha dicho en medios interesados. Siete mil asistentes en el interior, a los que se sumaron los que siguieron la ceremonia a través de grandes pantallas, desde las calles adyacentes y desde la Monumental. No da uno crédito cuando lee o escucha derrotismo en las cifras en algunos medios informativos ultracatólicos que nunca apostaron por esta visita. Sistach ha tenido más obstáculos en estas filas de adentro que en las abiertamente contrarias. Algún día debería conocerse quiénes andan detrás de la furibunda campaña contra un cardenal tan moderado.

En el interior del templo, los asistentes procedían de comunidades parroquiales, religiosas o movimientos apostólicos. Se ha cuidado que allí estuvieran representantes de todos los grupos eclesiales, huyendo de esas ficciones protocolarias tan carpetovetónicas. Aunque también en el interior había no creyentes con una visión positiva del papel de la fe en la sociedad. Pensadores, políticos, profesores universitarios, profesionales de la comunicación. Gentes más diversas, como Kiko Argüello. La sociedad civil catalana en pleno, creyente o no. Y los Reyes (la Reina comulgó de pie y en la mano; el Rey se abstuvo y se le vio absorto mirando a la impresionante columnata). Respetuosa acogida al Rey, que optó por esta parte de la visita. Ostenta el título de Conde de Barcelona desde que falleció su padre.

Junto a los Monarcas, una generosa bancada socialista, ruborizada por la ausencia del presidente Rodríguez Zapatero, de viaje en Afganistán. Falta de delicadeza total. En primera fila, con unción y devoción, el presidente del Congreso, José Bono (comulgó previas consultas), y el de la Generalitat, José Montilla (ambos, tocayos de Ratzinger y del santo titular del templo, contestaban a las partes de la misa y cantaban los himnos litúrgicos). También participó de forma activa el embajador Francisco Vázquez, a quien acompañaba el nuevo ministro de la Presidencia y encargado de las relaciones con la Iglesia, Ramón Jáuregui (¿dónde se ha metido el responsable de Asuntos Religiosos, José María Contreras, que un día me dijo en la consagración del nuevo obispo de Guadix que quería estar presente en todos estos actos de la Iglesia que tan bellos le parecían?). Y también estaban políticos en ejercicio como Artur Mas y Carod-Rovira, otros  líderes del PP como Alicia Sánchez Camacho o Jorge Fernández Díaz y ex políticos. “Gaudí bien vale una misa”, como dijera el Enrique IV de Francia refiriéndose a París antes de entrar en la capital francesa. La sociedad catalana ha hecho la cuadratura del círculo y no ha dejado escapar la ocasión. Gaudí ya ha hecho uno de los milagros que necesita para su proceso de canonización.

Un escenario único, bañado en luz mediterránea. Ochocientas voces en varias corales y escolanías interpretaron la parte musical de la ceremonia religiosa. Bella acústica en la parte musical, menor para recibir los discursos. En el interior todo estaba en su lugar y nada se dejó a la improvisación. Un centenar de obispos rodeaba el altar. También los muñidores del programa hicieron hincapié en este detalle, previsto en principio sólo para Santiago de Compostela. Conferencia Episcopal en pleno, obispos eméritos incluidos. Todos absortos ante la belleza de los ritos y la bien preparada ceremonia. No faltaron púrpuras españolas en activo y eméritas, como los cardenales de Curia españoles y los cardenales Bertone, Rodé y Rylko. También se sumó el nuevo cardenal Estepa, a quien el Papa felicitó personalmente por su nuevo nombramiento cardenalicio. En primera fila, los obispos de las diócesis catalanas, el abad de Montserrat y el nuevo obispo de Solsona. Se ha buscado un signo de unidad y bien que se ha logrado. Un amplio escenario en el que se representó una comunión buscada y querida y que el Papa les recordó en el almuerzo del domingo (“quiero que seáis como una familia”, les dijo). Hay un antes y un después en las relaciones de Iglesia con Cataluña, una red de sanas complicidades. Las Iglesias que peregrinan en Cataluña han lanzado un buen mensaje de cara a los retos que hoy tiene planteada la Iglesia en la sociedad. En Barcelona se respiró apertura a la sociedad y un ambiente menos “enrocado”.

Excelente liturgia

La celebración de la Eucaristía comenzó puntual. Una liturgia bien organizada con elementos lingüísticos en castellano, catalán y latín. Generosidad vaticana en el uso de la lengua. Hasta el mismo Credo, que por su significado universal se suele hacer en latín, esta vez se hizo en catalán. No se ha querido pasar por alto el detalle de que en el Credo en catalán, además de decir Creo en una santa, católica y apostólica Iglesia, se añade y romana. No son tiempos para desaprovechar algunos acentos. Una liturgia sobria, sencilla pero solemne. Y no podía faltar el Virolai a la Moreneta o el Nigra Sum de Pau Casals, entonado mientras el Papa se dirigía a rezar el Angelus, casi una hora después de lo previsto, las 12 de la mañana.

Particularmente significativo fue el rito de consagración del altar, una gran piedra procedente de Irán. Con la vestimenta litúrgica adecuada, el Papa ungió con crismas el ara, la roció con agua bendita y puso el fuego sagrado sobre ella. Y en el altar, un pequeño crucifijo, el que Gaudí tenía en su mesa de despacho. La pedagogía de la liturgia. No todos los días se ven celebraciones así. Al Papa, autor de un libro sobre el espíritu de la liturgia, se le veía emocionado. Doce prelados, los de las diócesis catalanas, ungieron las doce cruces incrustadas en las doce columnas. Gestos y símbolos. La Iglesia asentada en la fe apostólica. Un mensaje de trascendencia. Bellas palabras del Papa: “En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma”. Una catequesis viva de cara a la sociedad. Fue eso lo que hizo Gaudí sacando los retablos a la fachada exterior. No es la catequesis para los de adentro. Ha de anunciarse el Evangelio a los de afuera.

Gaudí, un modelo

La homilía no decepcionó. Un primer recuerdo a Gaudí: “En este recinto, quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la Naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia (…). E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna”. La belleza como camino que invita a la libertad y arranca del egoísmo.

Y ahondó aún más en su significado: “Las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar”.

Y antes de marcharse, como gesto del mensaje de ternura que la Iglesia ha de dar, la visita a la obra benéfico-social ‘Nen Déu’. Una visita redonda que ha impulsado la autoestima y ha levantado la esperanza.

En el nº 2.729 de Vida Nueva.

Número Especial de Vida Nueva

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