“Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo”

El Papa invita al Viejo Continente a recuperar la trascendencia

(Texto: José Lorenzo– Enviado especial) Aunque muchos no las han querido escuchar y otros muchos no las han sabido entender, Benedicto XVI dejó formuladas en el aire de Santiago de Compostela, durante la misa en la Plaza del Obradoiro del pasado día 6 de noviembre, acto central de su estancia de apenas ocho horas en la capital gallega, una serie de incómodas preguntas llenas de sentido que interpelan directamente a una Europa que olvida sus raíces cristianas, cuando no las orilla deliberadamente.

Los Príncipes de Asturias esperan la llegada del papa Benedicto XVI al altar

Con voz suave, casi frágil, y sin apenas errores perceptibles –tampoco en las pocas palabras que pronunció en gallego–, el Papa, que antes, en la misma homilía, había llamado a los fieles al testimonio “claro y valiente” y “a servir a los hermanos”, hizo un llamamiento solemne a “volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela” para interrogarse por sus “necesidades, temores y esperanzas”. Pero también para analizar “la aportación específica” que puede ofrecerle hoy la Iglesia a un continente que, en el último medio siglo, “ha recorrido un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos”.

Fueron todas ellas preguntas de calado, verdaderas cargas de profundidad para la conciencia de una Europa que, como apuntó el Papa, desde el siglo XIX no ha dejado de propalar que “Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”. “¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?”, se preguntó Joseph Ratzinger en la misma ciudad, meta de las peregrinaciones jacobeas que han vertebrado el Viejo Continente, en la que su antecesor, Juan Pablo II, lanzó aquel aviso para navegantes, 21 años antes: “Europa, sé tú misma”.

Núñez Feióo, José Blanco, Francisco Vázquez y Mariano Rajoy, durante la misa en el Obradoiro

Tras esas interpelaciones –que seguro que encontrarán el silencio por respuesta–, y como si fuesen continuación de las del Papa Wojtyla durante aquella Jornada Mundial de la Juventud en Compostela, Benedicto XVI pidió con toda solemnidad: “Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo”. “Es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo”.

Pero a Europa le pidió el Papa algo más. “La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura –dijo–, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión de que ambos se nos ofrece en Jesucristo”.

Pero las demandas del Papa no fueron sólo para los demás. A los miembros de esa Iglesia les demandó cuestiones también concretas: nada menos que “un nuevo modo de relacionarse en la comunidad”. Para ello, les urgió a ser testigos al modo de los apóstoles, entre ellos, el que se venera en la catedral compostelana, ofreciendo “un testimonio claro y valiente de su Evangelio”. “No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos”, dijo. Junto a ello, también les invitó a “servir a los hermanos”, lo cual “ya no es una mera opción, sino una parte esencial de su ser” en cuanto discípulos. “Un servicio –prosiguió– que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y lo vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso en sus gestos más sencillos”. Y quiso dirigirse en ese momento de manera especial a los jóvenes, a quienes indicó que “ese contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza”.

Aunque se había pedido expresamente a los asistentes a esta misa con motivo del Año Santo Compostelano que no interrumpiesen con aplausos ninguna parte de la ceremonia, los alrededor de 6.000 asistentes batieron palmas al finalizar esta homilía, acto que repitieron quienes no pudieron acceder a la Plaza del Obradoiro y se quedaron en las plazas adyacentes a la catedral contemplando la ceremonia a través de las pantallas gigantes de televisión instaladas al efecto. A través de ellas pudieron captar también la solemnidad de toda la ceremonia, la grandiosidad de un marco difícilmente comparable –“espléndida plaza llena de arte, cultura y significado espiritual”, piropeó el Papa a la del Obradoiro–, la cuidada liturgia, en la que se combinaron castellano, latín y gallego, el esmerado repertorio musical, con obras pensadas y ejecutadas para el acompañamiento y gozo espiritual, pero sabiendo también que había un melómano de primer nivel oficiando en el altar…

Avivar la esperanza

El papa Benedicto XVI abraza al Apóstol Santiago en la Catedral

Esos mismos privilegiados espectadores de la Plaza del Obradoiro, “confinados” en el histórico recinto desde las ocho de la mañana, hora en que se permitió su acceso a través de un férreo dispositivo de seguridad, pudieron seguir a través de otra pantalla gigante toda la estancia del Papa en Santiago desde su llegada a las 11:30 de la mañana, la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Lavacolla, en donde le esperaban los Príncipes de Asturias y donde también se reunió unos pocos minutos con el vicepresidente primero del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba. También vieron, gracias al amplio despliegue de la televisión autonómica TVG, el recorrido íntegro del papamóvil desde el aeropuerto hasta la catedral, unos once kilómetros de distancia pensados para que los fieles pudieran ver y saludar a su paso al Papa, aunque ni hubo tantas personas apostadas a lo largo de la carretera ni el vehículo papal fue tan lento como les hubiese gustado a los que le esperaban…

Emocionante fue también la estancia en el interior de la catedral, en donde Benedicto XVI pudo saludar a niños, familias, enfermos y ancianos. Joseph Ratzinger había dicho que venía a Compostela como “peregrino”, y como tal cumplió también con los ritos propios, como vestirse con la esclavina, abrazar la imagen del Apóstol y rezar ante los restos de Santiago. “He querido yo también peregrinar a la Casa del Señor Santiago, que se apresta a celebrar el ochocientos aniversario de su consagración, para confirmar vuestra fe y avivar vuestra esperanza”, dijo en el discurso que pronunció en la catedral, en el que también exhortó a todos los fieles de la Iglesia en España “a vivir iluminados por la verdad de Cristo, confesando la fe con alegría, coherencia y sencillez, en casa, en el trabajo y en el compromiso como ciudadanos”.

Elogios a la caridad

Vista general de la Plaza del Obradoiro

Antes de concluir su intervención, se refirió en términos elogiosos a la generosidad de los católicos españoles con la que “sostienen tantas instituciones de caridad y de promoción humana”. “No dejéis de mantener esas obras –pidió–, que benefician a toda la sociedad, y cuya eficacia se ha puesto de manifiesto de modo especial en la actual crisis económica”, unas palabras que fueron saludadas con una cerrada salva de aplausos desde el Obradoiro. Aplausos que se volvieron a repetir cuando el Papa se asomó a la plaza desde la escalinata de la fachada principal de la catedral para saludar a los que, en medio de cánticos y en un ambiente festivo, le seguían esperando para la misa de las 16:30, aunque ésta (en la que estuvieron presentes desde el presbiterio los Príncipes de Asturias y, desde la primera fila, el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, el ministro de Fomento, José Blanco, y el embajador cerca de la Santa Sede, Francisco Vázquez) se retrasó casi media hora. Al concluir la celebración litúrgica, y en el Palacio de Raxoi, actual sede de la corporación compostelana, y que hacía las veces de sacristía para los celebrantes, el Papa saludó por espacio de unos minutos al líder del PP, Mariano Rajoy, a quien acompañaba su esposa, encuentro retransmitido también en directo por las pantallas gigantes y que pudieron ver los aún congregados en la plaza. Instantes después, Benedicto XVI abandonaba el lugar en coche a través de un pasillo que atravesaba diagonalmente el Obradoiro. Los cánticos y aplausos seguían una vez que el coche se había perdido de vista entre un público que daba por buena la espera, el frío y las incómodas preguntas formuladas por el anciano Papa. Pero, para aquellas alturas, aquella reflexión interpeladora para todo un continente había quedado anulada por las palabras que había pronunciado instantes antes de aterrizar en Santiago, y en las que algunos interpretaron que Ratzinger acusaba al Gobierno de fomentar un anticlericalismo como el de los años treinta que precedieron a la Guerra Civil. Quienes habían decidido entonces qué sería lo que querrían escuchar del Papa, ya no hicieron más esfuerzos por oír nada más.

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LA BARCA DE SANTIAGO, MUY ATENTA Y CERCANA A LA DE PEDRO


Las escasas ocho horas que el Papa pasó en Santiago de Compostela fueron las más intensas que ha vivido nunca su arzobispo, Julián Barrio, a quien le resultaba difícil disimular la satisfacción por haber logrado, contra todo pronóstico, que Benedicto XVI visitase Compostela en pleno Año Santo, aun cuando se le había hecho llegar por distintos canales la invitación a acudir a la Casa del Señor Santiago. “Santidad, gracias a Dios, el deseo de tenerle entre nosotros, se ha hecho realidad”, le dijo en su saludo en la celebración de la eucaristía en el Obradoiro.

Quizás el exceso de optimismo inicial rebajó finalmente el número de asistentes a la capital gallega para acompañar al Papa. Pero eso ya le daba igual al arzobispo. Era una jornada histórica que Julián Barrio aprovechó para agradecerle muy sentidamente al Papa las “palabras de vida” que traía, “que renovarán nuestra esperanza de peregrinos”. Porque Barrio, que no cayó en triunfalismos, y como un hijo que espera el consejo de un padre, le confesó al sucesor de Pedro: “A este lado del Camino de Santiago necesitamos la revitalización de nuestra fe; el ardor y el coraje de una nueva evangelización para anunciar a Cristo en fidelidad y con creatividad pastoral; la fuerza para seguir peregrinando; la conversión porque hay heridas que sanar; la profundidad que nos rescate de la superficialidad anodina y anestesiada que nos distrae y nos hace olvidar que la Iglesia en su misión profética lleva el sello martirial”.

Y también con esa misma devoción filial, Barrio le brindó todo el apoyo que aquella Iglesia compostelana le pueda brindar en momentos de zozobra. “Le queremos y sabemos que nos quiere. Caminamos con Su Santidad y sabemos que camina con nosotros. Cuando salga a faenar por los mares del mundo en la barca de Pedro, recuerde que otra pequeña barca estará muy cerca: la de Santiago, atenta a cualquier señal que la de Pedro pueda hacernos para ayudarle”.

En el nº 2.729 de Vida Nueva.

Número Especial de Vida Nueva

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