El clamor no dejó hablar al Papa

Miles de catalanes recibieron a Benedicto XVI anoche a las puertas del Arzobispado

(Miguel Ángel Malavia – Enviado especial a Barcelona) Dos horas antes, no cabía un alfiler en la Avenida de la Catedral, en la puerta al Arzobispado, adonde Benedicto XVI, tras un día en Santiago, llegaba sólo para dormir. Parecía una escala técnica, pero una marea conformada por miles y miles de catalanes tenía claro que iba a ser otra cosa. Fue un torrente de pasiones.

Prolifereban banderas de todo tipo (aunque la enseña vaticana se imponía sobre todas las demás, por encima de la propia ‘senyera’), gentes de todas las edades y condición (niños, jóvenes, familias, ancianos, sacerdotes, monjas…) y el modo de animar variaba según las zonas: unos rezaban el rosario, otros formaban las típicas montañas humanas (la ovación principal se la llevó una conformada por unos siete chavales, que culminaron su acción elevando al cielo un crucifijo) y, los más, gritaban desaforados ‘vivas’ al Papa. Hasta la tuna se hizo presente, ofreciendo un surtido recital que incluyó el “Clavelitos”…

Alberto, de mediana edad, que había venido con su familia y sus amigos, reflejaba a la perfección el sentir general: “Queremos demostrar al Papa que estamos con él, que somos una mayoría silenciosa que refleja el sentir general de la sociedad catalana, que es tolerante y abierta con el pensamiento de todos”.

María José, pese a sus muchos años, también estaba allí para decirle a Benedicto XVI “que le queremos y estamos muy felices de que venga a vernos”.

Benedicto XVI con el cardenal Sistach en el balcón del Arzobispado, anoche

Cerca de ella, otro anciano no se perdía el acontecimiento, pese a venir con el oxígeno puesto. César y Elena, padres de tres hijos, grababan un video a los chicos para “entregárselo al Papa”: “¿Qué le queréis decir?”, preguntaban. “¡Que le queremos!”, contestaban eufóricos.

Una plaza desatada

Finalmente, cerca de las diez de la noche, tras haber aterrizado casi una hora antes en el aeropuerto del Prat, Benedicto XVI llegaba a una desatada plaza. En ese instante, todas las pancartas saltaron, elevándose al cielo cientos de velas.

El clamor fue tal, que el Papa, junto al cardenal Sistach, y aunque no estaba previsto, se asomó al balcón del Arzobispado para que todo el mundo le viera. Así estuvo unos cinco minutos…, aunque no pudo hablar. Lo intentó, pero era tal el ruido ensordecedor que no hubo forma de sosegar los ánimos.

Con una sonrisa, se despidió de los catalanes. Hasta esta mañana. Cuando hará historia al hacer de la Sagrada Familia un templo para el culto. Los millones de turistas darán paso, también, a los fieles.

Protestas orquestadas

Aunque lo intentaron, no lo consiguieron. Antes y después de que el Papa llegara al Arzobispado, algunas personas (nada representativas del mayoritario sentir general) buscaron caldear el ambiente, elevando pancartas y críticas al Papa.

El objetivo no era otro que los ‘mossos’ los apartaran de la masa (que les respondía elevando el tono de los cánticos y no con insultos), para que los reporteros gráficos fotografiaran el momento en que los apartaba la Policía, clamando por la “libertad de expresión”. Aplicaron esa estrategia con reiterativa tozudez, consiguiendo la tan buscada foto.

Pero lo cierto es que todo quedó opacado por el entusiasmo de miles y miles de personas que, simplemente, venían a ver a su Papa. Aunque no le escucharan….

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