Normalidad expectante en Barcelona

Dos operarios trabajan en la fachada de la Gloria de la Sagrada Familia

(Miguel Ángel Malavia– Enviado Especial a Barcelona) Mucho ha llovido desde que Juan Pablo II, en 1982, fuera el primer papa que visitaba España en lo que supuso un hito histórico para la Iglesia en nuestro país. Algo, lo de la lluvia, que recuerdan muy bien los catalanes. Ese 7 de noviembre, el pontífice polaco arribó a una Barcelona ilusionada, expectante y asolada por un fuerte temporal, que no impidió, ni mucho menos, que miles y miles de personas se congregaran en las etapas que compusieron la visita, de un día de duración: Montserrat, Motjuïc,  el Nou Camp (las gradas del estadio barcelonista se llenaron en un mosaico de colores y emociones) y, en el acto principal, la Sagrada Familia. Mañana, también 7 de noviembre, pero casi tres décadas después, el Papa vuelve a la Sagrada Familia.

Pero ahora el que viene es Benedicto XVI, quien hará historia al convertir al fin en templo de culto (con el rango de basílica) el edificio que mejor simboliza lo que es Barcelona para el resto del mundo: modernidad, impulso y fantasía.

La “catedral de los pobres”, que imaginó la inagotable genialidad de Antoni Gaudí, tras más de un siglo de trabajos (y aún con una indeterminada perspectiva por delante hasta alcanzar su conclusión definitiva), verá culminado su objetivo primigenio: ser casa de Dios.

Pero eso será mañana. Porque ya hoy, sólo dentro de unas horas, una vez que Santiago de Compostela (primera escala del viaje de fin de semana del pontífice alemán a España) retorne a la tranquilidad del ciclón que supone toda visita papal, éste se instalará, con toda su fuerza, en la capital catalana.

A las 21:00 horas está previsto que Joseph Ratzinger llegue al aeropuerto del Prat, dirigiéndose directamente (y de un modo visible, en su ‘papamóvil’) hasta el casco histórico de la ciudad: dormirá en la sede del Arzobispado, justo al lado de la catedral.

Fuerte dispositivo policial

A mediodía, este enclave estaba literalmente tomado por una veintena de coches oficiales y un fuerte dispositivo policial, sobrevolando la panorámica un ruidoso helicóptero. Era el ensayo de lo que será primer acto de lo que se espera una gran fiesta.

A unos pasos, el silencio del interior de la catedral (cuya fachada está culminada con una inmensa tela con el lema Tú eres Pedro) contrastaba con la vorágine de la última hora. En la misa, que tenía lugar en una de las capillas laterales, se pedía por el Papa y los frutos de su viaje.

Los fieles tenían por seguro que dentro de otros treinta años se recordarán, y mucho, estos dos días.

‘Senyeras’ y banderas vaticanas

A unas horas de que Benedicto XVI llegue a Barcelona, la sensación que impera entre sus calles es la de una tranquilidad expectante.

Al habitual bullicio que caracteriza su condición de gran capital cosmopolita, se unen gestos y detalles significativos: senyeras y banderas vaticanas aparecen ya, tímidamente, en las inmediaciones de la Sagrada Familia (de un balcón colgaba la única con el tan mediático “Yo no te espero”) o en la Avenida de la Catedral; la venta de camisetas del Papa junto al habitual merchandising deportivo en los centros comerciales de las Ramblas; la fuerte presencia policial (desde la medianoche del viernes) en los lugares por los que discurrirá la comitiva papal; y, sobre todo, los comentarios de la gente: en el metro, en los kioscos de prensa, en las cafeterías…

Son muchas las conversaciones (y diversos los tonos, aunque en una gran mayoría, positivos) que dejan el eco de la referencia a un hecho histórico: proveniente de Roma, llega un hombre vestido de blanco, de sonrisa tímida y acento alemán (que se expresará en catalán y en castellano), que hará aún más universal la Sagrada Familia.

El icono de la Barcelona vertebrada entre finales del siglo XIX y el inicio del XXI será al fin lo que soñó Gaudí: una sencilla iglesia, pero revestida de arte con mayúsculas.

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Especial Visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona

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