Abraham Desta: “El enemigo a combatir es la pobreza, no las personas”

Vicario apostólico de Meki (Etiopía)

(José Carlos Rodríguez Soto– Fotos: Luis Medina) Tenemos que recordar siempre que somos una Iglesia misionera”. El obispo etíope Abraham Desta sabe bien de lo que habla porque predica con el ejemplo. Este hombre jovial de 59 años, que transmite serenidad, dejó hace años su región natal de Adigrat, en el norte del país, para trabajar en Meki, un extenso territorio de 156.000 kilómetros cuadrados  (tanto como la superficie combinada de las dos Castillas) del que desde hace seis años es vicario apostólico. “Es un lugar de primera evangelización”, señala monseñor Desta, mientras desgrana los datos de su  diócesis: seis millones de habitantes, la mayor parte musulmanes de etnia oromo,  de los que sólo 25.000 son católicos; nada raro para un país donde la Iglesia católica representa sólo el 1% de sus 78 millones de habitantes, aunque dentro de una población que profesa mayoritariamente el cristianismo ortodoxo, un 60% según las estadísticas oficiales.

Llama la atención que en Etiopía ustedes tengan lugares de primera evangelización, a pesar de que el cristianismo esté presente desde hace muchos siglos…

Así es. Etiopía es un país que recibió el cristianismo durante los primeros siglos de la historia de la Iglesia, pero en diócesis como la mía estamos aún intentando atraer a los jóvenes para enseñarles los rudimentos de la fe con el Catecismo. La nuestra es una Iglesia muy rica y muy  peculiar. Por ejemplo, tenemos los dos ritos litúrgicos: el oriental y el latino, éste último seguido en las diócesis del sur. En nuestra Conferencia Episcopal intentamos promover los dos ritos para que la gente los aprecie y entienda bien la universalidad de la Iglesia católica. Los católicos somos pocos, pero nuestra intervención en el campo social y del desarrollo es muy significativa, porque entendemos que un pájaro no puede volar sólo con un ala, sino que necesita las dos. En la Iglesia tenemos que trabajar en la pastoral y también en el desarrollo.

¿Qué tipo de labor social realizan en su diócesis?

Nuestra prioridad es empoderar a los pobres por medio de la educación, y para ello construimos aulas, formamos a maestros y buscamos apadrinamientos para que los jóvenes puedan estudiar. La educación es la única manera de terminar con la pobreza. Además de esto, tenemos un hospital rural, proyectos comunitarios de agua potable y de riegos para los campesinos, prevención del sida, y también organizamos cursillos de justicia y paz en los que enseñamos la Doctrina Social de la Iglesia, los derechos humanos y cómo prevenir los conflictos.

Etiopía sigue siendo uno de los países más pobres del mundo. ¿Por qué?

En Etiopía tenemos mucha superficie de suelo apto para el cultivo: el 80% del territorio. Pero la mayor parte de la gente sigue un sistema tradicional de cultivo de la tierra que es muy anticuado. Para poder alimentar a toda la población de forma adecuada haría falta mecanizar las labores agrícolas e introducir más tecnología.

Además de esto, no hay que olvidar que durante muchos años hemos tenido guerras y sequías; es decir, unas veces calamidades naturales, y otras provocadas por las personas. Hemos de convencernos de que el enemigo contra el que tenemos que luchar es la pobreza, no otros seres humanos. A pesar de todo, yo tengo esperanza y creo que en Etiopía las cosas están cambiando. En mi diócesis había conflictos armados hace unos 15 años, pero ahora hay seguridad, la gente puede desplazarse sin problemas y por todas partes se construye mucho, lo cual es un signo de que cuando la gente vive en paz se interesa por su propio desarrollo.

Otro modelo de ayudas

Cuando se ven tantas necesidades, uno se pregunta: ¿por qué fracasan tantas ayudas oficiales en países africanos?

Hay ayudas de emergencia que llegan cuando ha habido calamidades como sequías y hambrunas, y que son necesarias. El problema es que no podemos quedarnos siempre en las emergencias y tenemos que dar el paso adelante hacia el desarrollo. Además, hay que involucrar a las comunidades en las que queremos realizar las intervenciones, y esto significa que hay que terminar con formas de actuar que consideran a los africanos como meros receptores de ayudas. Mientras a África se la considere como el continente donde otros intentan hacer los cambios sin contar con los propios africanos, nada saldrá bien. Hay que planificar juntos e implementar junto a la gente, y no hacer las cosas sólo a niveles oficiales. Estoy convencido de que éste es el enfoque que hay que seguir cuando se planifican intervenciones de desarrollo. Tampoco hay que olvidar que lo más importante para el desarrollo es la educación, es decir, hay que transferir conocimientos y tecnología. Si la gente no tiene estudios, es muy difícil que pueda cambiar su entorno.

Un tema espinoso en Etiopía es el conflicto que mantiene con su vecina Eritrea desde hace ya mucho tiempo. La guerra terminó en el año 2000, pero las tensiones siguen. ¿Les afecta mucho esta situación?

Por desgracia, la situación actual podría definirse como un estancamiento en el que no hay guerra, pero tampoco hay paz, porque las relaciones entre los dos países están suspendidas. Es una situación muy triste entre dos países que comparten una historia común, la misma cultura e incluso la misma lengua, y que tendría que terminar de una vez. Los obispos etíopes sólo podemos encontrarnos con nuestros hermanos en el episcopado de Eritrea en encuentros de obispos africanos realizados en un tercer país. Poco podemos hacer, aparte de rezar juntos para que Dios cambie los corazones de nuestros líderes. Nosotros siempre predicamos a la gente que con guerra no hay desarrollo y que en las guerras no hay ganadores porque todos perdemos. No nos cansaremos de repetir que en este conflicto, como en todos, el diálogo es el único camino.

¿Cómo son sus relaciones con la Iglesia ortodoxa?

Nos respetamos mutuamente. En mi diócesis, el obispo ortodoxo y yo nos visitamos con frecuencia y rezamos juntos. Intentamos centrarnos en lo que nos une, pero aún hay mucho por hacer para mejorar nuestras relaciones.

¿Y con los musulmanes?

En Etiopía, el cristianismo y el islam han convivido de forma pacífica durante muchos siglos y no hemos tenido conflictos ni tensiones de importancia. Creo que esto es debido a que en ninguna de las dos denominaciones hemos tenido fanáticos, que son los que causan los problemas. Quizás otros lugares del mundo pueden aprender de nosotros, aunque también nosotros tenemos que tener cuidado de no aprender malos ejemplos de lugares donde hay extremismos religiosos.

Primeros frutos del Sínodo

Ha pasado un año desde el segundo Sínodo Africano, celebrado en Roma. Usted estuvo allí. ¿Qué ha sido lo más significativo de él?

El Sínodo es algo que llevamos a Roma desde África y lo trajimos de vuelta a casa. Nos sirvió para relacionarnos mejor entre las Iglesias africanas, en comunión con el Papa, y para reflexionar más sobre la paz, los derechos humanos y la reconciliación. El resultado ha sido que las Iglesias de África hemos hablado con una sola voz para decir que el punto número uno de nuestra agenda es la paz y el desarrollo. Esto es muy importante en un continente donde muchos de sus países aún sufren conflictos que no cesan.

jcrsoto@vidanueva.es

En el nº 2.728 de Vida Nueva.

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