Noche en las clausuras de España

(Pedro Aliaga– Trinitario. Historiador) Faltaron poetas en el romanticismo que cantaran el heroísmo de las religiosas de clausura en España durante el siglo XIX. Las medidas desamortizadoras las privaron de sus bienes, aunque no las obligaron a abandonar los claustros. La mayoría de aquellas mujeres resistió al formidable embate. La decisión de las claustrales en el siglo XIX hizo posible una singularidad de la Iglesia española: que la mayoría de los antiguos conventos de clausura hayan llegado con sus comunidades hasta nuestros días.

Que las clausuras de España atraviesan la más grave crisis de su historia es un dato tan evidente cuanto disimulado. Hace muy pocos días me enteré del cierre de dos monasterios andaluces, de los más antiguos de sus capitales de provincia. Si estos cierres fueran noticia, no ya en los grandes medios de comunicación, sino siquiera en los medios eclesiales, el elenco daría cifras muy preocupantes para quienes dicen (al menos durante una jornada al año) apreciar el valor de la vida contemplativa.

La mayoría de estas monjas de hoy representan lo que a mí me parece la encarnación de ancestrales características del espíritu ibérico. Con una fuerza de voluntad rayana en lo heroico, unas permanecen en sus conventos a pesar de venerables edades y de mengua de fuerzas físicas, empeñadas en duros trabajos y en cumplimientos de horarios con ánimo impertérrito.

Falta una palabra en la Iglesia española sobre sus monjas de clausura. Una palabra de aprecio, cierto, que es verdad que nunca falta en las visitas que de vez en cuando les hacen los prelados y en los homenajes que les brindan los alcaldes de pueblo.

Pero, sin lugar a dudas, la palabra que más se necesita es la de la cercanía, la de la ayuda hacia nuestras monjas. Porque las veo solas. Solas de amparos, solas de solicitud, solas de preocupaciones verdaderas en este momento en que más lo necesitan. Faltan hechos en el momento presente que demuestren con buenas razones ese cariño, entrañable como el beso a una madre, que la Iglesia española debe a sus monjas de clausura.

Más información en el nº 2.727 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el artículo íntegro aquí.

Compartir