Flores para un puzzle

Amador

(J. L. Celada) Durante el periplo promocional de su último trabajo, Fernando León de Aranoa no se ha cansado de repetir que Amador “habla antes que nada de la vida, de cómo a veces ni siquiera la muerte se basta para detenerla”. Escueto pero ajustado comentario, suficiente para ponernos sobre aviso de que el creador de Barrio (1998) o Los lunes al sol (2002) permanece fiel a su compromiso con la realidad: la que bulle, se duele y sigue apelando al coraje de cuantos empeñan a diario sudor y sueños por hacerla más habitable.

Ahora bien, conviene advertir que aquel cineasta de diálogos rotundos y discurso fluido ha evolucionado aquí hacia la contención, la pausa y el silencio, sabedor quizá de que éste es el mejor lenguaje para que vida y muerte se comuniquen cuando ambas comparten tan estrecho vínculo. Y tan reducido espacio, porque el austero testigo de sus confidencias es un dormitorio de un viejo piso en las afueras de una ciudad cualquiera (escenario familiar, por otra parte, en la filmografía de León de Aranoa).

El realizador madrileño cita en esta lúgubre estancia a un anciano enfermo (el Amador del título, encarnado con serena madurez por el veterano Celso Bugallo) y a la inmigrante latinoamericana que ha sido contratada para cuidarlo (una espléndida Magaly Solier, a la postre, absoluta protagonista del filme). Los secretos, la desconfianza o la complicidad que median entre uno y otra son las piezas que le faltan al rompecabezas de sus vidas (metáfora socorrida, pero útil para el encaje definitivo del paisaje); vidas que se arman como puzzles y que, como tales, exigen tomar decisiones, por complejo que se presuma el desafío.

Es entonces cuando surgen las dudas, los debates éticos (entre lo que nuestra joven es y lo que la oportunidad le brinda ser) y los dilemas morales (lo que sugiere la conciencia o lo que obliga la necesidad). Una encrucijada que esta historia resuelve alentada por el convencimiento de quien se aferra desesperadamente a la posibilidad de una vida mejor, circunstancia que proporciona también a la cinta una extraña y sorprendente luminosidad en forma de esperanza para la que alguien ya reservó un lugar.

No faltan tampoco en Amador la solidaridad entre supervivientes, las gotas de humor que alivian el peso del drama y el aroma de las flores (otra metáfora recurrente, pero felizmente incorporada a la narración); esas flores que acompañan la celebración de los tres grandes momentos de la vida: el nacimiento, el amor y la muerte. Como lo pueden hacer la oración o el mismo Dios, aunque a menudo parezca esconderse detrás de las nubes por vergüenza (propia o ajena).

Un apunte final a propósito de esta dimensión religiosa tan presente en la película: nunca la escatología cristiana explicó de modo tan terrenal cómo los muertos nos ayudan a seguir viviendo. Sencillo pero elocuente mensaje, como todos los que comparte con el espectador esta valiente y sincera mirada sobre el alma humana para grandes minorías.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Amador

GUIÓN Y DIRECCIÓN: Fernando León de Aranoa

FOTOGRAFÍA: Ramiro Civita

MÚSICA: Lucio Godoy

PRODUCCIÓN: Fernando León de Aranoa y Jaume Roures

INTÉRPRETES: Magaly Solier, Celso Bugallo, Pietro Sibille, Sonia Almarcha, Fanny de Castro

En el nº 2.725 de Vida Nueva.

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