Marcelo Sánchez Sorondo: “La Iglesia sigue vigilante frente a la modernidad gracias a la ciencia”

Canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias

(Texto y fotos: Darío Menor) En la Casina Pio IV, uno de los edificios más hermosos de los Jardines Vaticanos, tiene su sede la Pontifica Academia de las Ciencias. Su canciller es el argentino Marcelo Sánchez Sorondo, quien también ocupa este cargo en la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Con más de cuatro siglos de historia, la antigua Academia de los Linces sigue siendo hoy el ágora donde se encuentran la fe y la ciencia. Sánchez Sorondo pide a ésta que busque la verdad y la justicia, y se interese “por dar de comer a todos los hombres”. Exige, además, que “el desarrollo se haga según las posibilidades positivas” de la Tierra para evitar que “la naturaleza se revuelva” contra el hombre. Y da un consejo a los obispos: “Deben tener como consejeros a filósofos y a científicos”.

La ciencia se desarrolla hoy con una enorme velocidad. ¿Resulta difícil entablar un diálogo con ella?

Se trata de uno de los diálogos más importantes de los que mantiene la Iglesia. Es, además, ya añejo, pues la Academia cuenta con 400 años. Los grandes descubrimientos de la modernidad, como el átomo o la genética, han cambiado la imagen del mundo. Hoy, más que nunca, la Iglesia sigue vigilante frente a la modernidad gracias a la ciencia, por ejemplo, en el tema de las nuevas cosmologías, de la vida o del código genético.

¿Resulta difícil poner barreras éticas a la ciencia?

Debemos hablar primero de la verdad. La auténtica verdad de la ciencia, como las leyes profundas de la naturaleza, no es una simple hipótesis, no se puede falsificar. La ciencia descubre verdades, algunas de ellas absolutas, como la composición de la materia, del átomo o la existencia de la vida mediante la célula y el código genético. Es decir, la correspondencia entre lo que mi mente piensa y lo que existe en la naturaleza es real, aunque no es unívoca, sino análoga. Ésa es la primera obligación de la ciencia: buscar esa verdad y tratar de imitar la naturaleza, o sea, copiar algunos de los procesos que la naturaleza ha realizado. Por ejemplo, todavía no entendemos bien cómo funciona la fotosíntesis de las plantas. Sin ellas, no habría vida en la Tierra. Nosotros no sabemos utilizar el Sol como ellas lo hacen.

¿Piensa que ha existido siempre en el hombre una ambición por emular a Dios y crear la vida?

Hay que distinguir dos cosas. La primera se ve con el mito de Prometeo de los griegos, quienes intuyen la tentación diabólica del ser como dioses que narra la Biblia en el pecado de Adán. Por otro lado, está la vocación de servicio al bien común. Dios da al hombre una misión de administrar la Tierra. Cuando Dios da la investidura al hombre de dar un nombre a las cosas, no lo hace para que las domine arbitrariamente, sino para ser el vicario de Dios en la Tierra. El hombre tiene como misión colaborar con Dios para administrar el globo. Es una misión enorme, pero parcial: puede cambiar poco o mucho las cosas de la Tierra, pero no puede manejar las leyes del universo que, sin embargo, busca conocer para utilizarlas en su favor. Ahí está toda la visión positiva que han mostrado los discursos de los Papas a la Academia. La naturaleza tiene potencialidades escondidas que el científico debe descubrir y aplicar para el bien de los otros hombres y del ambiente humano y ecológico. El desarrollo debe hacerse según aquellas posibilidades positivas de la naturaleza. Si se hace de otro modo, la naturaleza se revuelve también contra el ser humano.

¿Un ejemplo de esta situación sería el cambio climático?

Sí; otro caso es el de la bomba atómica. Cuando al papa Pío XII le plantearon la posibilidad del uso nuclear para la guerra dijo que iba a ser como el pecado original de la ciencia, que le crearía no poco descrédito entre las nuevas generaciones. Y así fue. Otro ejemplo cercano es el de la ‘vaca loca’. Hay que respetar las leyes profundas de la naturaleza que los científicos van descubriendo. El científico debe conocer la naturaleza y desarrollarla imitándola, según sus posibilidades reales.

¿Está a favor de la energía nuclear para uso civil?

Es difícil, primero por el problema irresuelto de los residuos nucleares y, luego, por el riesgo de su uso para la muerte, la injusticia y la guerra. Hay que desarrollar las renovables, aunque parezcan una utopía. Pero muchas utopías de hoy son realidades de mañana. Piense en el avión. Para Leonado da Vinci era pura fantasía; para nosotros es tan rutinario que nos parecen como carretas del espacio, por lo lentos que van cuando podrían ir a velocidades supersónicas. Hay que luchar contra los lobbies del petróleo, que no sólo hacen guerras por el crudo, también consiguen que el Estado lo subvencione en algunos países, incluso de los del Primer Mundo. Se debe cambiar el sistema económico para que impere la moralidad.

Grandes desafíos

¿Cuáles serán los grandes desafíos de la ciencia en este siglo?

La ciencia tiene que buscar la verdad, pero ésta no puede ser independiente del bien y la justicia. La verdad, el bien y el ser tienen una dinámica interna de mutua pertenencia. El bien humano global hoy se llama justicia. La primera justicia global es dar el pan de cada día a todos los hombres. La ciencia debe colaborar en esto. Luego está el asunto del calentamiento global, que es un problema real que debe ser solucionado. No menos central es la cuestión de la energía y sus formas posibles.

¿Por qué cree que el tema del calentamiento global está tan contaminado por condicionamientos políticos?

No lo niegan los verdaderos científicos, sino aquellos manejados por los lobbies y los políticos dependientes de ellos. Crutzen, Molina, Ramanathan son miembros de la Academia y hablan de clima antrópico para explicar la responsabilidad humana en el cambio negativo del clima actual. Según los distintos modelos que se manejan, el clima podría aumentar en tres grados en el próximo siglo.

Imagínese las consecuencias, sobre todo para los menos protegidos. Todo el problema viene con el uso de las energías fósiles, que impregnan el aire. Providencialmente, Benedicto XVI es el más convencido de la alta jerarquía eclesiástica del cambio climático, y apuesta por el uso de las energías renovables.

¿Cómo se puede fomentar el diálogo entre fe y ciencia?

Una posible idea sería que en cada diócesis se copiase el modelo que el Pontífice tiene en la Santa Sede con su “senado científico”, o bien que las universidades católicas tuvieran verdaderos departamentos de ciencia. Los obispos y los laicos responsables de las instituciones de la fe deberían tener cada vez más como amigos y consejeros a buenos filósofos y científicos. Ya decía Platón que los hombres de gobierno deben estar muy cerca de los pensadores. Como seres humanos, no vemos la Verdad absoluta directamente en todas las cosas. Aquí participamos de la verdad que nos aportan los diversos conocimientos, que son como fragmentos de un todo a recomponer. Por esto hacen falta la interdisciplinariedad y el estudio del tratado de la creación con el aporte de los nuevos datos probados de la ciencia. Hoy, como siempre, poca ciencia aleja de Dios; mucha, en cambio, lleva a Él.

dmenor@vidanueva.es

En el nº 2.724 de Vida Nueva.

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