Universidad católica: ¿un acento propio?

(Vida Nueva) La universidad católica, ¿aporta un plus, una exigencia, un elemento diferenciador con respecto a la universidad civil? Debaten sobre ello el profesor de Comillas Miguel García-Baró y el rector de la UCV, J. Alfredo Peris.

————

Buscar y compartir la verdad

(Miguel García-Baró López– Doctor en Filosofía. Universidad Pontificia Comillas) La vida de la universidad es la verdad, o sea, la búsqueda de la verdad, a la vez individual y compartida; y, en segundo lugar, la formación de personas que puedan animar con sentido y pasión este mismo empeño en el futuro, para las generaciones venideras. Sólo en tercer término, y sólo en aquellos casos en que lo investigado es un problema y no un misterio, entra también en la vida de la universidad la aplicación técnica de las verdades obtenidas. Y en un plano aún más alejado del núcleo están la capacitación profesional y las bolsas de trabajo.

En cierto modo, habría que dividir la universidad –para que las cosas fueran suficientemente claras– en facultades dedicadas a los misterios y facultades dedicadas a los problemas. Un problema, como los lectores recordarán sin duda, es algo que se puede resolver para siempre y de tal modo que no sea preciso, en el futuro, rehacer, revisar y revivir cómo fue resuelto. Se cuenta en adelante, simplemente, con la respuesta que lo cancela, que, en muchos casos, puede ser una fórmula matemática.

Los misterios quizá se respondan también, pero tienen la particularidad de que jamás cabe contar con las soluciones que los demás les encontraron: siempre cada nuevo ser humano debe recomenzar el proceso; cada uno de nosotros debe enfrentarse al misterio como por primera vez, luchar con él con toda su alma (y con todo lo que en general somos) y adoptar una actitud que esté guiada por la razón y luego venga a cumplirse mediante la existencia entera. Porque el misterio es el enigma que afecta a la totalidad de la vida y del mundo. Y nadie evita ni evitará jamás entrar, gracias a Dios, en contacto con misterios.

Las facultades dedicadas a los misterios son, pues, el corazón de cualquier universidad; desde luego, también de la universidad católica. He escrito “son”, pero queda claro que me refiero a la esencia de la universidad y que trato de no mirar demasiado a lo que encontramos habitualmente establecido como tal. Allí donde una de estas instituciones se atreve a llamarse católica, la facultad de Teología, junto a la de Filosofía y a la de Humanidades, no puede faltar.

La base de este corazón de la universidad es la filosofía. Porque este trabajo del alma y de toda la existencia consiste en procurar obedecer un mandato moral y existencial que afecta a todos los hombres: que no se debe vivir sin procurar examinar por uno mismo el valor que tienen las verdades sobre las que está montada nuestra acción. Porque no se olvide que lo que hacemos depende de lo que creemos que es verdad. Y lo que hacemos es lo que somos.

Decía san Pablo que el hombre que empieza amando la realidad bella creada que siente de continuo a su alrededor, seguirá, si es consecuente con su amor, pensándola. Y si la piensa lo suficiente, de tanto como la ama, descubrirá, incluso aunque no viva en la tradición bíblica, que es posible que el conjunto de lo sensible y de lo inteligible exista gracias a la libertad de un Dios trascendente.

Este pensar libre, potente, amante, apasionado, hacia la libertad de Dios no necesita de la universidad; sólo que ésta está creada para subrayar semejante aventura, para hacerla lo más explícita posible. La universidad católica la fundan personas que, por haber pensado así, filosóficamente, en el riesgo de extraer consecuencias muy diferentes, como ha ocurrido a tantos en todos los tiempos, están plenamente convencidos de haber llegado a poder confiar en el Logos de la Cruz, como dice el mismo Pablo. Han puesto una confianza y una esperanza absolutas en este Logos asombroso y escandaloso, porque han visto su misteriosa continuidad con la razón. Han experimentado un reflejo real del insondable amor divino y no quieren, ni apenas pueden, guardarlo sólo para ellos mismos. Lo exponen, pues, codo a codo con los demás buscadores sinceros de qué se deba responder existencialmente a los misterios.

Sobre esta necesidad de verdad buscada, compartida, gozada, celebrada, expuesta, siempre consciente del modo tan delicado como la verdad de los misterios actúa sobre los seres humanos, una universidad católica edifica también facultades para los problemas. Y al hacerlo tiene a la vista ante todo las desdichas sociales que piden buen tratamiento técnico con más urgencia. Pero continúo hablando de la esencia…

————

Un sentido que dinamiza el ser y la misión

(José Alfredo Peris Cancio– Rector de la Universidad Católica de Valencia) Toda universidad católica forma parte de un sistema universitario. No surge aisladamente. Recibe y participa de los logros –y limitaciones– de los demás universitarios. La formación del profesorado, el desarrollo de los currículos académicos, la sistematización de los distintos saberes, la investigación y la innovación, el compromiso con la educación superior son notas propias de la universidad que unen a todos los universitarios.

Toda universidad se beneficia de la existencia de otras, al tiempo que es capaz de aportar a las mismas. Resulta, por tanto, ineludible que en la reflexión estratégica de una universidad se plantee qué es lo que puede aportar al conjunto del sistema universitario, pues esa será siempre su primera fortaleza.

El pasado día 21, en la apertura de curso, realicé una serie de reflexiones que creo que responden a este interrogante. Permítanme volver sobre ellas.

El núcleo de sentido que dinamiza el ser y la misión de la universidad es ponerse al servicio de la incondicional dignidad de todo ser humano, especialmente de los que más lo necesitan, incidiendo en sus capacidades más altas: conocer la verdad y desenmascarar la mentira y el error; escoger el bien y evitar el mal; contribuir a la belleza y aminorar lo insoportable; favorecer la unidad y desacreditar la intriga y la división; promover la paz y desterrar la violencia, sin exclusiones por razón de edad, sexo, raza, religión o cultura.

La universidad católica busca, por tanto, animar a que todo el sistema universitario renueve su compromiso por la dignidad humana, como es inherente a la educación superior. Para ello no cuenta sólo con el “ala de la razón”. También está en condiciones de ejercitar el “ala de la fe”, garantía y firmeza para la altura y buen rumbo del vuelo.

Las orientaciones básicas, que son firmes y seguras, como universidad católica, no sólo las compartimos por esfuerzo de dilucidación racional, sino que las recibimos como don en la misma persona de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, que se encarnó para liberarnos de cuanto nos separa de Dios y amenaza nuestra dignidad; que compartió nuestra vida cotidiana y familiar; que se entregó hasta dar su vida, rompiendo las ataduras que oprimen la inteligencia, la libertad y la capacidad de amar de los seres humanos; que resucitó al tercer día, como prenda de la nueva humanidad liberada del mal y del pecado, restaurada en amistad definitiva con su Padre y Creador; y que envió el Espíritu Santo para que a través de la proclamación de la palabra, la celebración de los sacramentos y la actuación en la caridad, el reino de la amistad con Dios se fuera extendiendo por todas las tierras y culturas, por todas las generaciones. El relato del credo original de nuestra fe es la fuente segura para ajustar en qué se basa nuestro humanismo, conscientes de que un regalo así no se debe a nuestras débiles –y tantas veces confusas– fuerzas.

Con humildad y determinación, la universidad católica quiere poder testimoniar que el humanismo que tiene que acompañar su labor encuentra en las virtudes de Cristo un suplemento de alma que se pone al servicio de los diversos humanismos que acompañan y alientan la vida de las universidades.

Y esto debe impregnar el día a día de la universidad: docencia, investigación, trasferencia de resultados. En el caso de la Universidad Católica de Valencia, la reforma de las titulaciones universitarias nos ha permitido ajustar mejor un diseño de las mismas en las que el ejercicio profesional sitúe los conocimientos científicos en mejores condiciones de contribuir al bien de las personas y al bien común de la sociedad. Cada proposición de un nuevo plan de estudios ha venido precedida por esta inquietud compartida, por esta pregunta nuclear: cómo transmitir mejor a nuestros estudiantes unos conocimientos que les permitan renovar su dignidad como personas, sirviendo eficazmente a los demás en el ejercicio de su profesión y ampliando sus fronteras más allá del propio territorio para favorecer una movilidad internacional que le permita reconocer la incomparable grandeza de la familia humana.

Este mismo humanismo se proyecta en la necesidad de optimizar los conocimientos científicos con la investigación, el desarrollo y la innovación, con mucha cercanía con los otros actores que en nuestra sociedad investigan e innovan. El humanismo también se verifica en una responsabilidad social corporativa que lleva a devolver a la sociedad y a los que más lo necesitan el caudal de riquezas impagables que es la universidad, cuidando de modo especial las acciones de voluntariado. En definitiva, el humanismo propone a la libertad de las personas, de profesores y alumnos, un ejercicio activo de la libertad religiosa, con la plena convicción de que Dios es el amigo de todo ser que viene a este mundo, y que mirar el rostro de Jesucristo reconcilia el corazón humano con su más íntima verdad acerca de nuestros orígenes y nuestra meta. Precedidos de un Amor sin medida, caminamos a la Plenitud de ese Amor, acompañados por la Misericordia de ese mismo Amor.

En el nº 2.723 de Vida Nueva.

————

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir