Joseph Tobin: “Los religiosos no pretendemos construir una Iglesia paralela”

Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica

Texto y fotos: DARÍO MENOR | Joseph Tobin estaba pintando un almacén en la finca de su madre en Ontario (Canadá), cuando recibió una llamada de teléfono desde Europa. El interlocutor era el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede, quien se ponía en contacto con el ex superior general de los redentoristas para informarle de que Benedicto XVI quería que fuese el nuevo secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Aunque tenía previsto trasladarse a Cuba o volver a los Estados Unidos para recuperar sus inicios y trabajar nuevamente con inmigrantes hispanos, aceptó el nuevo encargo que le hacía el Pontífice. [Siga aquí si no es suscriptor]

Este estadounidense de 58 años –y el mayor de trece hermanos– tendrá que lidiar ahora con las tres “patatas calientes” que afronta su dicasterio: las visitas apostólicas a Irlanda, a los Legionarios de Cristo y a las congregaciones femeninas de los Estados Unidos. En los tres casos destaca que se tratan de oportunidades para ayudar y animar, y no de inspecciones de corte policial. Aunque reconoce que no parece “una estrategia muy cristiana” enviar desde Roma a “vigilantes que controlen la vida en otros países”, Tobin sostiene que “hay que examinar si se debe remediar algún punto de nuestro comportamiento para que seamos más fieles a la apuesta” que supone la Vida Consagrada.

¿Piensa usted que durante una época una parte de la jerarquía vaticana se olvidó de la Vida Consagrada?

Es una pregunta delicada. La impresión es que más de un pastor, tanto dentro del Vaticano como fuera de él, quería apostar por los nuevos movimientos laicales. Éstos son un fruto del Espíritu Santo, pero ello no significa que la Vida Consagrada no tenga más futuro en la Iglesia. El problema es que a veces nos falta un conocimiento mutuo. Hay un poeta latino, Horacio, que dice: “Yo no puedo amar lo que no conozco”. Para que los pastores hablen con los religiosos y religiosas tienen que conocerlos, y viceversa. Los religiosos no pretendemos construir una Iglesia paralela, sino una Iglesia, como dice san Pablo, que es un cuerpo de Cristo, un tesoro de dones pero con un solo Espíritu.

Comunión

¿De dónde nace la falta de conocimiento mutuo?

Hay diversas razones. Sin embargo, he visto países durante mi etapa como Superior de los redentoristas en los que la situación es diferente, como Brasil, en donde la relación en general entre obispos y consagrados es excelente. Hay otros lugares donde hace falta más comprensión. No debemos exagerar y decir que esta falta de conocimiento es una condición universal. También se peca tal vez de una eclesiología y teología demasiado superficial. La comunión es un intercambio de dones para mayor gloria de Dios, y donde ésta existe no hay problemas de conocimiento.

Usted tiene una larga trayectoria en puestos de decisión de la Vida Religiosa. ¿Cree que con Benedicto XVI hay una mayor preocupación por ella que en otras épocas?

Las comparaciones son odiosas, pero no cabe duda de que Benedicto XVI ha mostrado un interés por la Vida Consagrada. A pocos meses de su elección mantuvo un encuentro con los Superiores Generales en Roma. Luego se entrevistó con los representantes de la Unión de Superiores Generales, tanto masculina como femenina. Fue la primera vez en veinticinco años que ocurría algo así. Creo que tal vez muestra demasiada comprensión hacia la Vida Religiosa cuando nombra arzobispos a personas como yo, cuya vocación va por otras líneas.

En los próximos meses deberá afrontar varias cuestiones delicadas, como las visitaciones apostólicas a los Legionarios de Cristo, a las congregaciones femeninas de los Estados Unidos y a las diócesis y congregaciones irlandesas afectadas por casos de pederastia. Usted, de hecho, era uno de los visitadores que tenía que viajar a Irlanda, responsabilidad que ha debido dejar por su nuevo cargo. ¿Qué va a ocurrir con la Iglesia de aquel país?

Durante el último año he convivido en Irlanda con mis hermanos redentoristas y de otras congregaciones, y he comprobado que existe un ambiente de tristeza, dolor y veneno. Yo soy de ascendencia irlandesa; para nosotros es la cuna de la cultura y de la fe. Es tremendo ver el efecto que han provocado en los católicos los escándalos sexuales y los abusos en la administración de los pastores.

¿Cómo cree que se puede salir de esa situación?

El Santo Padre, en su Carta a los católicos de Irlanda, anunció la visita apostólica tanto a las diócesis, que llevan a cabo cinco obispos, como a las congregaciones, que realizan cuatro religiosos –dos hombres y dos mujeres–, con la colaboración de este dicasterio. Está todavía en sus primeros momentos. Desde el punto de vista irlandés, esta visita se ve como un castigo para corregir y castigar a los pecadores. Sin embargo, en este dicasterio se ve más como una oportunidad para ayudar.

Vergüenza

¿Y usted, personalmente, cómo afronta la cuestión?

Creo que los consagrados de Irlanda necesitan mucho ánimo. Sienten vergüenza por culpa de algunos que se han desviado de nuestros ideales. Lamentablemente, ha habido más de un caso. No podemos llegar ni con soluciones prefabricadas ni con una ideología superficial. La visita debe escuchar, intentar entender y luego animar. Es un desafío.

Pasemos a la visita apostólica a las congregaciones femeninas de los Estados Unidos. Muchas de las superioras de aquel país están muy dolidas…

No se trata de un sentimiento sin base. Curiosamente, poco después del anuncio de mi nombramiento tuve una cita con los religiosos de los Estados Unidos para dar una conferencia a su asamblea nacional. En aquel encuentro estuvieron presentes algunas de las líderes de las congregaciones femeninas y pude hablar con ellas. Por un lado, existe el riesgo del predicador: lo importante no es lo que se dice, sino lo que se entiende. Cuando yo realizaba la visita a mis hermanos les decía: no vengo aquí como un policía, pero tampoco como un turista; vengo como un hermano que apuesto mi vida en un ideal. Creo que el punto de la Vida Consagrada es que hemos apostado la vida en algo y, por tanto, hay que examinar si se debe remediar algún punto de nuestro comportamiento de modo que seamos más fieles a la apuesta.

¿Qué conclusiones podemos esperar de esta visita apostólica?

Todavía habrá que esperar un año; es pronto. No soy un hombre ingenuo, pero no veo la situación sin salida. Creo que en un diálogo respetuoso con las religiosas podremos descubrir juntos cómo sacar vida de esta situación, tal vez fruto de la mala comprensión.

¿Podemos esperar nuevas visitas a congregaciones de otros países?

Muchos olvidan que hubo una visita a las casas de formación de los religiosos y diocesanos hace cinco años en los Estados Unidos. Aquella visita no tuvo el peso de ésta, ya que la rama femenina supone el 80% del total de la Vida Consagrada.

Entonces, ¿debemos esperar nuevas visitas?

Ahora mismo no podría decir que sí o descartarlo. La Santa Sede cuida todas las vocaciones, pero pensar en vigilantes que van desde Roma para controlar la vida en otros países no creo que sea una estrategia muy cristiana.

Vamos con el último de los polémicos asuntos a los que ha de hacer frente: los Legionarios de Cristo…

No he entrado todavía en el tema. Sé que es una situación muy dolorosa, sobre todo para ellos y para el pueblo de Dios, que queda escandalizado.

¿Cómo se explica que no hubiese antes una reacción ante la situación que se vivía? ¿Por qué no se intervino?

No me lo puedo explicar, y hacer una hipótesis supondría caer en el riesgo de repetir rumores. Lo que yo sé no se basa en hechos. Una conclusión que sí he sacado, y que va contra los que quieren pintar a Benedicto XVI como alguien que quería esconder cosas, es que el Papa se dirigió a esta situación cuando tuvo finalmente la posibilidad de pronunciarse y adoptar una solución definitiva respecto al padre fundador. Ahora hay un delegado para acompañar a los Legionarios. Veremos qué resultados obtiene.

¿Cree que en un caso así hay que optar por renovar totalmente el carisma?

Es un problema muy profundo. No he tenido tiempo suficiente para reflexionar. Sé que todos los institutos de Vida Consagrada sentimos reverencia hacia nuestro fundador. Cuando un fundador parece tan desordenado, ¿cómo volver a él?, ¿a quién dirigirse? Es un problema teológico. Se trata de una cuestión muy compleja y no quiero caer en facilismos, pero creo que es algo que la Iglesia y este dicasterio se tienen que tomar en serio.

Vocaciones

El descenso de las vocaciones es uno de los principales problemas que han de afrontar la mayoría de las congregaciones. ¿Cómo se debe encauzar esta cuestión, evidente de una manera muy especial en los países de Occidente?

Empezaré a contestarle con un testimonio que me dio mi amigo, el superior general emérito de los capuchinos. Me contó que cuando la gente le pregunta por el problema de las vocaciones, él responde con humor diciendo que se ha solucionado, ya que mientras en Inglaterra, Francia o España sí que existe, no ocurre lo mismo en Asia o África. Hace 50 años sí que había un problema muy grande de vocaciones entre los jóvenes africanos y asiáticos, pero ahora no. El desafío, por tanto, se da en Occidente. Creo que la meta de la Vida Consagrada no es duplicarse. Nuestra existencia y la prolongación histórica no deben ser las prioridades supremas. Creemos que nuestro carisma y que la Vida Consagrada son un don para la Iglesia y, por ello, nos preocupamos cuando los jóvenes no nos toman como una alternativa real para su vida. Echando la vista atrás, hay momentos en la historia en los que la Vida Consagrada se ha retomado con energía tras una situación que era un desierto, como ocurrió en Francia después de la Revolución. Debo decir, eso sí, que la Vida Consagrada ha de interrogarse sobre qué es lo que la hace menos atractiva para los jóvenes. También hay que respetar que éstos no son los mismos que los de generaciones anteriores, cuando se exigía el derecho a ser distinto. A veces queremos hacer clones.

¿Qué hay que hacer entonces: cambiar el lenguaje de la pastoral vocacional?

Sí, por lo menos hay que reconocer los valores de una generación de jóvenes y no imponer las experiencias y etiquetas de otra época. Ya no vale decir liberal, conservador, derecha o izquierda. A mí no me gustan las etiquetas, son tal vez testimonio de flojedad intelectual.

A usted, no obstante, ya le han puedo una etiqueta: aseguran que es moderado.

La acepto, pero no vivo de etiquetas. Yo quiero conocer al prójimo como persona y espero que el otro quiera conocerme a mí. La mejor etiqueta es la que nos da la Biblia, cuando dice: “Yo soy José, vuestro hermano”. Ésa es la etiqueta que prefiero.

Hay congregaciones que pueden haber llegado al final de su vida; también hay algunas con carismas similares a otras, por lo que cabría la posibilidad de una fusión. ¿Tiene previsto este dicasterio animar la unión entre institutos afines?

Es ésta una realidad que la Congregación reconoce. Hace dos años hubo un congreso de los cardenales y obispos que estudiaban los problemas de la vida contemplativa femenina, y en el que se puso de manifiesto la situación dramática de monasterios que en el pasado florecieron y hoy sufren una enorme escasez de hermanas debido a la falta de vocaciones. En mi opinión, la intercongregacionalidad no se limita a las fusiones. La colaboración entre institutos es una posible fuente de nueva energía. El ex superior general de los jesuitas, el P. Peter-Hans Kolvenbach, insistía en que en la Iglesia perdemos mucho porque a veces ni siquiera nos conocemos, por lo que no se nos ocurre trabajar juntos. Un ejemplo de un nuevo modo de pensar es el del proyecto de “Solidaridad con el Sur de Sudán”.

Sí, de esa iniciativa ya informamos en Vida Nueva (número 2.714). ¿Puede profundizar en la cuestión de las fusiones entre congregaciones?

Hemos de reconocer que el problema va más allá de la solución pragmática que supone juntar a dos religiosos de allí, otros tres de allá y ponerlos a todos en un mismo monasterio. Las congregaciones e institutos tienen sus dones, sus carismas, por lo que no es fácil meter a todos en una misma comunidad. No niego o rechazo esta posibilidad; sólo pongo de relieve algunos de los desafíos que supone, sobre todo en la vida monástica. El monasterio es sede, la raíz principal de la familia monástica. Para los misioneros, la comunidad es casi una base, no alcanza el significado estático de un monasterio.

dmenor@vidanueva.es

En el nº 2.723 de Vida Nueva.

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