Gaudí y Mateo

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal Arzobispo emérito de Sevilla)

“¡Cuánto me gustaría oír la conversación de tan afamados artistas acerca de la visita del papa Benedicto XVI a sus respectivas obras maestras! El Maestro Mateo hablaría de multitudes y peregrinaciones, de una tumba abierta a la fe, de maravillosos pórticos de glorias esperadas . (…) A  a Gaudí le interesa lo bien hecho y sin mayor desperdicio alguno. Todo por el honor de Dios”

Si lo prefieren, el arquitecto Antoni Gaudí y el Maestro Mateo. A uno se le conoce, entre otros importantes edificios, por el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona. Al otro, por la catedral compostelana dedicada al apóstol Santiago. Junto a ellos trabajaron otros buenos maestros y oficiales. Pero Mateo y Gaudí son nuestros protagonistas.

¡Cuánto me gustaría oír la conversación de tan afamados artistas acerca de la visita del papa Benedicto XVI a sus respectivas obras maestras! El Maestro Mateo hablaría de multitudes y peregrinaciones, de una tumba abierta a la fe, de maravillosos pórticos de glorias esperadas. Dice que le gusta más el jubileo de la gran perdonanza que todo el curioso movimiento del Xacobeo. Porque lo primero es espiritualidad y conversión. Lo segundo parece como si fuera utilización y marketing de un acontecimiento que, por muy cultural que sea –y está muy requetebién eso de guardar los modos y costumbres de los pueblos– se queda en la estacada de una peregrinación sin santuario.

Que Gaudí fuera un magnífico arquitecto, más que a la vista está, y así se le reconoce. Ahora bien, como teólogo tampoco anda a la zaga. Hay que ver lo bien que habla de las cosas de Dios, usando las piedras y los materiales que se ponen al alcance de su inteligencia y de sus manos.

En la conversación celestial de la que hablamos, a Gaudí le interesa lo bien hecho y sin mayor desperdicio alguno. Todo por el honor de Dios. La más pequeña de las piedras se talla y pule para que en ella se pueda leer un versículo de los salmos, la significación de los sacramentos y hasta la trascendencia de lo divino.

Antoni Gaudí, en la conversación con el Maestro Mateo, le deja caer su preocupación por los momentos de laicismo y de ramplonería en la aceptación de los signos religiosos. Aquí, en medio de una de las ciudades más modernas del mundo –también en lo de la mentalidad y las ideas– se levanta este imponente y maravilloso templo, que habla de Dios en todas y cada una de sus formas e imágenes. Y nadie medianamente sensato  se siente agredido por ello. Barcelona y el templo de la Sagrada Familia son inseparables. Igual que, se quiera o no, la cultura de los pueblos y sus grandes valores religiosos.

En honor a la Sagrada Familia se levantó el impresionante templo de Barcelona. Ahora lo va a consagrar Benedicto XVI. El templo, como la imagen, es camino hacia lo divino a través del original representado. Pues arte y arquitectura están al servicio de la economía de Dios. Realizan esa maravillosa tarea de ayudar en la relación del hombre con lo transcendente…

Decía Benedicto XVI que España tiene “un patrimonio envidiable, que denota una brillante historia, imbuida profundamente de valores cristianos y enriquecida también por la vida de eximios testigos del Evangelio, dentro y fuera de sus fronteras. Si esto se ignorara o acallara, perdería buena parte de su atractivo y significado, pero seguirían siendo, por decirlo así, ‘piedras que hablan’” (Al Embajador de España, 20-5-06).

En el nº 2.723 de Vida Nueva.

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