Laicos, ¿qué tipo de formación necesitan?

ilustracion-formacion-laico(Vida Nueva) La tarea de la formación es una necesidad fuertemente sentida en toda la Iglesia, también la de los laicos. Pero, ¿les ayuda a responder a lo que la Iglesia y la sociedad esperan de ellos? En los ‘Enfoques’, el presidente de la Asociación Cultural Karl Rahner, José Eduardo Muñoz Negro, y el secretario general de la Delegación de Apostolado Seglar de Madrid, Rafael Serrano, reflexionan sobre un tema siempre actual.

Algo más que formación doctrinal

rafael-serrano-p(Rafael Serrano Castro– Secretario General de la Delegación de Apostolado Seglar de Madrid) La tarea de la formación es una necesidad fuertemente sentida en toda la Iglesia. Es más, en todas las reuniones, asambleas, congresos y sínodos aparece la formación como una tarea urgente que hay que potenciar. Tanto es así que el capítulo V de la Exhortación Apostólica Christifideles laici, así como el III capítulo del documento pastoral de los obispos españoles Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, están dedicados íntegramente a la formación. 

Sin embargo, en las circunstancias actuales, donde lo religioso impregna cada vez menos la vida social y pública, no es suficiente con una formación doctrinal: se hace cada día más urgente la formación de un laicado capaz de realizar una presencia evangélica en la vida social y pública. Laicos cristianos adultos en la fe que, a través de su conversión personal y su actividad apostólica, llevan el Evangelio a todos los rincones de la tierra, trabajando por construir una Iglesia mucho más auténtica y un mundo más humano y mucho más acorde con la voluntad de Dios.

Desde el principio, en la iniciación cristiana, en la catequesis, en los catecumenados de adultos y en los diferentes planes y materiales de formación se debe contemplar la formación en la dimensión pública de la fe para que los cristianos podamos dialogar con el mundo de la increencia sin complejos, con un testimonio explícito, dando razón en lenguaje actual de lo que creemos y ofreciendo las razones que tenemos para proponer la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte, del relativismo y del laicismo. 

También la formación debe de estar orientada a cultivar en los cristianos, desde pequeños, la sensibilidad de la caridad para ser compasivos, solidarios y eficaces en la defensa del pobre, del necesitado, del enfermo, de los mayores solitarios, de los niños y de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Si no tomamos en serio la formación de los seglares, el catolicismo español está abocado a convertirse en algo residual, minoritario, sin alcance social ni relevancia pública, y lo que es peor: a muchas personas se les privará de encontrarse con el Dios de Jesucristo. En esta tarea, la parroquia y los movimientos tienen mucho que aportar. La parroquia desempeña una tarea esencial en la formación más inmediata y personal de los laicos. Pero las asociaciones y los movimientos complementan, y concretan, una formación más específica que la que se puede dar en las propias comunidades parroquiales.

Merece la pena ser cristiano. La fe cristiana, cuando es madura, da a luz unas actitudes activas que transforman el mundo. La experiencia cristiana compromete la globalidad de la persona y la impulsa a la generosidad, a vivir, a amar y a entregarse al bien de los demás de forma desinteresada. El cristianismo, en definitiva, es una llamada a la conversión, a anunciar la Buena Nueva de Jesucristo y a construir un mundo donde reine la justicia para todos. 

Pero no podemos olvidar que la fortaleza de nuestra presencia pública está en el testimonio y en la coherencia de vida, que sólo se consigue a través de una auténtica formación cristiana y de una espiritualidad. Por eso hay que afirmar que la espiritualidad del laico no es un aspecto más de la vida cristiana, pues se concreta en una manera de ser, de sentir y de actuar que sea acorde y coherente con el ser cristiano laico en medio del mundo, donde se siente llamado a realizar la voluntad del Padre, y este modo de ser cristiano no se consigue sin la oración, la vida sacramental y el ejercicio de la caridad. Si la formación de los cristianos no cuida estos aspectos fundamentales de la vida cristiana es muy difícil que en nuestras Iglesias particulares vaya surgiendo ese nuevo cristiano evangelizador que hoy necesita la Iglesia para responder a los retos y desafíos de un mundo cada vez más secularizado e indiferente.

Creyentes y ciudadanos del siglo XXI

jose-eduardo-munoz(José Eduardo Muñoz Negro– Presidente de la Asociación Cultural Karl Rahner) Recuerdo cuando, en mi primer día de prácticas de anatomía, me encontré con aquellos cadáveres. Esa sensación de irrealidad, ese olor tan penetrante, y una pregunta que me surgió de lo hondo, mientras miraba aquel muerto que me parecía de plastilina: ¿dónde está el alma? Poco después, enfrascado en el estudio de neuronas, genes y neurotransmisores, empecé a pensar que tal vez mi cristianismo fuera un absurdo, algo bonito, pero irracional. Sin embargo, sentía que mi fe era algo valioso que no debía abandonar, a pesar de que algunos elementos del mensaje cristiano me pareciesen incompatibles con la razón científica, tal vez incluso, con la mera razón. Si no pasé rápidamente al grupo de los agnósticos, como muchos de mis compañeros, fue porque encontré gente, lecturas y experiencias que me demostraban que era posible ser creyente sin dejarme la honestidad intelectual entre aquellos cadáveres. La formación laical debe posibilitar y apoyar el paso de una fe heredada a una fe adulta. Ese paso requiere tiempo, ganas, estudio, debate, reflexión, acción, acompañamiento personal y grupal, y, sobre todo, una decisión personal e insustituible. 

Le debo mucho a teólogos como Hans Küng, y sus extraordinarios ¿Existe Dios? y Ser Cristiano; González de Carvajal y su Teología para Universitarios; y a ese Rahner capaz de hablar del Misterio en clave existencial, y de retorcer los dogmas como nadie, para hacerles decir lo que pueden decir en el mundo contemporáneo. Y más recientemente, a un Jesús de Pagola infinitamente más humano que todos nosotros. Y, por supuesto, a otras muchas personas concretas: compañeros de camino, reflexión, acción, de formación dialogada y permanente. A debates con gente con tantas dudas y perplejidades como yo, pero con los que, en el fondo, compartía un lenguaje de las profundidades. Que se plasmaba en preguntas vitales e inquietudes sociales. A curas y monjas que no adoctrinaban ni daban respuestas rebuscadas a preguntas que no hacíamos, pero sabían escuchar y acompañar. 

Subrayo las palabras de Karl Rahner cuando comenta que el cristiano del siglo XXI será un místico o no será. Sin experiencia de Dios, sólo quedan creencias vacías. Y también echo de menos a una Iglesia que ayude a tener, en palabras de este último, “una experiencia inmediata de Dios”.  Partiendo siempre de una espiritualidad centrada en el Evangelio, desde las preguntas, dudas e inquietudes de las personas de hoy. Aún quedan en la Iglesia oasis, la mayoría de las veces alejados de las rutas oficiales, donde es posible partir del Jesús de la historia para llegar al Cristo de la fe. Porque en una sociedad tan crecientemente secularizada como la nuestra, con una mentalidad descreída y postmoderna, es inútil catequizar a la gente desde el dogma. Pero sí es posible entrar en diálogo con el Evangelio para recrear la experiencia cristiana del siglo XXI, que no es la de tiempos pasados, sino la del diálogo entre la fe, la cultura y la justicia. 

Se impone una formación centrada en lo “simplemente cristiano del cristianismo, Jesucristo” (K. Rahner). Una espiritualidad que sepa superar tantas escisiones y fracturas como hemos ido acumulando. En definitiva, una espiritualidad laical, formulada en preguntas de hoy, que se plasme en el compromiso por un mundo más justo y humano. Una formación que capacite para hacer poderosos análisis de la realidad, que permita hacerse cargo de ella y encargarse de su transformación. Análisis de la realidad que incluyan la injusticia global y a las mujeres, tan marginadas en la Iglesia y fuera de ella, pero sostenedoras de tantas realidades. Habrá que formar profetas críticos, ecologistas responsables y reformadores capaces de luchar por una Iglesia más evangélica. Personas críticas, mediadores que sirvan de puente, no violentos, pero enérgicos. Que sepan distinguir lo que es de Dios y lo que es del César. Lo que pertenece a la esencia del cristianismo y lo que es ganga y desgaste histórico. Y, sobre todo, formar creyentes y ciudadanos capaces de dialogar con el mundo que les ha tocado vivir, que nos guste o no, no es cristiano. Formación para un diálogo intraeclesial y en la sociedad civil, con otras religiones y con otras Iglesias cristianas. Diálogo en el que algunos ven la pérdida de identidad del catolicismo y otros vemos la condición de posibilidad de un cristianismo encarnado y actual. Me impresiona que un hindú como Gandhi se inspirara en Jesús para su resistencia no violenta. ¿También será la Iglesia capaz de formarse y aprender de otros? Ya no me pregunto dónde está el alma, sino dónde está la Iglesia.

En el nº 2.662 de Vida Nueva.

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