El cardenal Newman ya está en los altares

Benedicto XVI ha querido beatificar personalmente a uno de sus maestros

(Antonio Pelayo– Enviado especial) Una de las grandes satisfacciones –tal vez la mayor– de Benedicto XVI durante su viaje apostólico al Reino Unido ha sido la beatificación del cardenal John Henry Newman (1801-1890), en la mañana del domingo 19 en el Cofton Park de Birmingham, ante unas 70.000 personas allí congregadas a pesar de la lluvia, que, por fortuna, se interrumpió poco después de iniciarse la ceremonia. Para llevar a cabo dicho acto, el Papa, tan respetuoso de las ordenanzas, infringió la regla por él dada de que las beatificaciones no las presida el Obispo de Roma.

Pero la relación entre Joseph Ratzinger y Newman viene de muy atrás: el que fuera estudiante y profesor de Teología en las universidades alemanas admiró siempre al que fue nombrado fellow del prestigioso Oriel College de Oxford a la insólita edad de 21 años. El discípulo se leyó las 36 obras publicadas por el pastor anglicano convertido al catolicismo en 1845. La Apologia pro vita sua la consideró como una obra maestra del pensamiento, comparable a las Confesiones de san Agustín, y en el centenario de su muerte, siendo ya Ratzinger cardenal y el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó un ensayo sobre el significado religioso y cultural de J. H. Newman, referencia obligada para todos aquellos estudiosos del prolífico autor inglés.

Pero el beatificado no era sólo el pensador original y profundo, sino, sobre todo, el hombre, el sacerdote y cardenal de la Iglesia católica y romana. Ratzinger ha querido poner de relieve cómo su figura puede servir de modelo a los cristianos de nuestro tiempo. “Al final de su vida –dijo en la Vigilia de Oración en Hyde Park– Newman describe el trabajo de su vida como una lucha contra la creciente tendencia a percibir la religión como un asunto puramente privado y subjetivo, una cuestión de opinión personal. He aquí la primera lección que podemos aprender de su vida: en nuestros días, cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar las bases de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres, a imagen y semejanza de Dios fuimos creados para conocer la verdad y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas”.

Ya en la Misa del domingo, el Papa expuso otro criterio por el cual merecía sin duda ser elevado a los altares: “El específico servicio al que fue llamado el beato John Henry Newman llevó consigo la aplicación de su sutil inteligencia y de su prolífica pluma a muchos de los más urgentes ‘problemas del día’. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el espacio vital de la religión revelada en la sociedad civilizada y sobre la necesidad de un acercamiento a la educación ampliamente fundado y de largo alcance no fueron solamente de profunda importancia para la Inglaterra victoriana, sino que continúan hoy inspirando e iluminando a muchos en el mundo (…). Sumamente contrario a cualquier aproximación reductiva o utilitarista, intentó conseguir un ambiente educativo en el cual la formación intelectual, la disciplina moral y el compromiso religioso caminasen juntos”.

Importante legado

Newman ciertamente ha ejercido una influencia muy profunda en la clases intelectuales de las islas británicas, pero no sólo, como lo demuestra el que Lewis Carroll fuese un entusiasta lector de sus libros, o que el compositor Dvorak quisiera poner música a El sueño de Geronte. Literatos como Evelyn Waugh, Graham Greene, T. S. Elliot y el mismo Chesterton deben no poco a la revolución literaria e ideológica que él puso en marcha. “Siempre he sostenido –escribió el autor de la Carta al Duque de Norfolk–que obedecer a la propia conciencia incluso cuando se desvía es el único modo de llegar a la luz y que importa poco por dónde se comienza, siempre que se comience por lo que está a nuestro alcance y con espíritu de fe”. En la prensa española, el único artículo reseñable sobre el impacto de este cardenal es el aparecido en ABC firmado por el diputado del PP Eugenio Nasarre.

Antes de Benedicto XVI, Pablo VI inspiró su renovación conciliar en la obra de Newman (del que se dijo que fue uno de los “padres ausentes” del Vaticano II) por haber sabido aunar el amor encendido a la Iglesia con un culto a la libertad individual, como demostró al estudiar la definición del dogma de la infalibilidad pontificia.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.722 de Vida Nueva.

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