Antes del amanecer

(Jorge Juan Fernández Sangrador– Director de la BAC)

“A causa de la escasez de vocaciones sacerdotales, se va haciendo cada vez más difícil el que las diócesis puedan desprenderse de curas para que estos hagan estudios superiores en instituciones académicas alejadas de los lugares en los que desempeñan su labor pastoral. Y, sin embargo, la vida intelectual del clero no debe venir a menos por sobrecarga de trabajo”

Fran Carriscondo, lúcido columnista de Vida Nueva, da cuenta en el libro que acaba de publicar (La épica del diccionario. Hitos lexicográficos del XVIII) de lo dura que ha sido siempre la vida de los lexicógrafos. Y es que para ese menester, el de confeccionar un diccionario, se requiere método, dedicación y espíritu de sacrificio.

Para ese cometido, y para cualquier tarea intelectual que aspire a ser rigurosa. Máxime si, en aras de su realización, hay que sacar tiempo de debajo de las piedras. Carmen Laforet, autora de Nada, escribía, debido a sus obligaciones familiares, de 5 a 8 de la mañana, según se refiere en una biografía reciente de la novelista (Carmen Laforet. Una mujer en fuga). Y como ella, muchos literatos.

Actualmente, a causa de la escasez de vocaciones sacerdotales, se va haciendo cada vez más difícil el que las diócesis puedan desprenderse de curas para que estos hagan estudios superiores en instituciones académicas alejadas de los lugares en los que desempeñan su labor pastoral. Y, sin embargo, la vida intelectual del clero no debe venir a menos por sobrecarga de trabajo.

Habrá que buscar, pues, la forma de solventar ese problema, e ir desarrollando, mientras tanto, el hábito de leer y escribir en horas previas al surmenage, antes de la amanecida y de la entrega plena al servicio de los demás: de 5 a 8 de la mañana, cuando, tras un sueño reparador, el pensamiento está como recién nacido y las musas se muestran particularmente propicias.

jjfernandezs@vidanueva.es

En el nº 2.722 de Vida Nueva.

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