En la beatificación del Cardenal Newman

(Vida Nueva) El próximo día 19, en el marco de su viaje apostólico al Reino Unido, Benedicto XVI presidirá en el Cofton Park de Rednal, en Birmingham, la beatificación del cardenal John Henry Newman (1801-1890). Aunque nacido en el seno de la Comunión anglicana, su trayectoria intelectual y religiosa nos pone en la senda de quien sería luego uno de los católicos ingleses más influyentes del siglo XIX. Hoy, a punto de subir a los altares, su figura resplandece también como referente del necesario diálogo fe-razón y abanderado del ecumenismo, tal y como refleja el teólogo y ecumenista Pedro Langa Aguilar en el ‘Pliego’ que dedica al nuevo beato en el nº 2.720 de Vida Nueva.

Además de hacer un recorrido por su vida y su obra, el autor de este trabajo explica algunas de las principales razones por las que considera que, a pesar de haber sido tachado en vida de poco leal a Roma e incluso de hereje, Newman merecería ser también canonizado. “Obviamente, no se canoniza a los santos por su brillante inteligencia, sino por la excelsitud de su vida. La reina de las virtudes cristianas es la caridad, no la sabiduría, lo que, aplicado al capítulo de canonizaciones, nos podría explicar que falten en ellas destacados pensadores y escritores. Y, por si fuera poco, Newman trataba los más controvertidos asuntos de su tiempo yendo a veces en contra de los vientos de Roma.

Eminente hombre de letras, magistral estilista en prosa y quizás el predicador inglés más fino del XIX anglosajón, tampoco le dolían prendas en afirmar que no eran éstos los dones que la Iglesia más aprecia en sus santos. Buscaba la mutua integración de fe y conocimiento, historia y humana experiencia, continuidad y cambio. Aspiraba, en suma, a dar cabida en su modus operandi a la razón y la fe juntas. De ahí que, como pensador y escritor, procurase en todo momento dirigirse a aquella zona de controversia y preocupación donde la religión y la cultura se funden en fraterno abrazo.

Destaca en nuestro hombre de Dios sobre todo el misterio de la cruz del Señor: fue el centro de su misión, la verdad absoluta que no se cansó de contemplar, la luz amable a la que nunca cesó de seguir. El dolor de Cristo se hizo presencia de amor en su propio dolor. Porque –la verdad sea dicha– le hicieron sufrir mucho algunos cardenales y conversos ultramontanos.

Ser tachado de poco leal a Roma, del hombre más peligroso de Inglaterra y hasta de un hereje por defender el papel activo de los laicos en la Iglesia y su vocación a la santidad –tesis hoy, por cierto, conciliares de la cruz a la fecha–, lo dice todo. Newman así lo plasmó en su archiconocida oración Irradiar a Cristo.

Sólo Dios hace santos, sin duda. Por eso mismo, la historia de un santo es siempre historia de amor, la del Dios que ama y la de un ser por Él amado que aprende a corresponder a su divino amor. Pero, precisamente por ello, es también, y no estará de más que lo destaquemos, historia que incluye malentendidos y desengaños, traiciones y ultrajes”.

Más información en el nº 2.720 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el ‘Pliego’ íntegro aquí.

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