La Virgen de los Pañales

(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“La vida de Jesús en sus diversos estadios es el modelo de todo cristiano: su infancia, su vida oculta, su predilección y servicio a los más necesitados, etc., aunque hay una etapa a la que no llegó: la ancianidad, y así, nos falta ese modelo. Pero, al menos, tenemos el ejemplo de María. Y si ella no pudo ser abuela, sí que llegó a ser anciana”

Entre tantas y hermosas advocaciones a la Virgen María, creo que falta una, especial para los ancianos y achacosos: la Virgen de los Pañales.

Sin duda, como madre de un bebé, que no puede todavía controlar sus esfínteres, María tendría que recurrir a los pañales para mantener la higiene y la limpieza de su niño, en una actividad que era al mismo tiempo tan humana y tan divina, como una liturgia del cielo en la tierra. Pero la Virgen no sólo tuvo por misión engendrar y cuidar el lado corporal de Jesús, sino también el aspecto digamos espiritual, enseñándole a hablar y a rezar, a dialogar con los hombres, sus hermanos, y con Dios, su Padre.

Algunos, algunas veces o siempre, tenemos que llevar pañales, y quisiera creer que María se preocupa especialmente de nosotros, que en nuestra ancianidad vamos siendo como niños en algunos aspectos.

La vida de Jesús en sus diversos estadios es el modelo de todo cristiano: su infancia, su vida oculta, su predilección y servicio a los más necesitados, etc., aunque hay una etapa a la que no llegó: la ancianidad, y así, nos falta ese modelo.

Pero, al menos, tenemos el ejemplo de María. Y si ella no pudo ser abuela, sí que llegó a ser anciana. Según aquella época, la madre de un hijo de treinta o cuarenta años así se consideraría. Y de aquel tiempo, la mejor discípula del Maestro nos dejó dos admirables ejemplos que pueden servirnos especialmente a los ancianos: uno, en las bodas de Caná, ejerciendo lo que podríamos llamar su omnipotencia suplicante en favor de los apurados esposos.

El otro, al pie de la Cruz, acompañando y ofreciendo a su Hijo y ofreciéndose a sí misma con él por la salvación del mundo.

Dos ejemplos –la asidua oración de intercesión y la unión de nuestros sufrimientos a la cruz de Cristo– que la ancianidad no sólo no impide, sino que propicia especialmente a vivir. Incluso con pañales.

ainiesta@vidanueva.es

En el nº 2.720 de Vida Nueva.

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