José Fuentes: “La gente de Bolivia me ha robado el corazón”

Secretario para la Pastoral de la CEB

(José Luis Celada) Conoció Bolivia en 1989, cuando pasó dos meses en El Alto. Allí José Fuentes quedó impresionado por la pobreza del lugar, hasta el punto de que aquella realidad supuso todo “un desafío a la conciencia sacerdotal” de este murciano de 49 años, “una segunda llamada”. Sintió entonces que Jesús mismo le preguntaba: “¿Eres capaz de dejar todo lo que tienes y seguirme hasta aquí?”. Y en 1991 llegó para quedarse.

Han pasado ya casi dos décadas y, durante este tiempo, ha sido párroco de Jesús Obrero, ha colaborado con el obispo de la Diócesis de El Alto, su paisano Jesús Juárez, y, a partir de ahora, trabajará en el seno de la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB) como secretario para la Pastoral, cargo para el que fue nombrado hace apenas unos meses. Otro “nuevo desafío” al que ahora se enfrenta “con mucha confianza en los obispos de Bolivia, que son pastores llenos de preocupación por este pueblo”.

Hoy, aunque recuerda con cariño el bonito pueblo de Blanca en la Vega del Segura, que le vio nacer y echa de menos a “la familia y esos amigos con los que converso y el tiempo pasa sin sentirlo”, el P. Fuentes reconoce que en su nueva patria ha encontrado “con creces” todo lo demás. “La gente de Bolivia me ha robado el corazón”, confiesa. También le ha brindado “la fuerza para continuar” en los momentos de desánimo y un ejemplo de “respuesta al Evangelio mucho más visible que en otros lugares”, que en su parroquia se concreta en “celebraciones más vivas que en España” y en actividades que son “un modelo de misión y de generosidad de los laicos, especialmente de los más jóvenes”.

La pobreza, la desigualdad, el indigenismo o el sincretismo religioso del país  constituyen para el nuevo secretario para la Pastoral de la CEB “un reto de enorme interés”. Y a él tratará de responder como lo ha hecho hasta la fecha: tanto en “lo material” (ahí están los diferentes proyectos educativos y de salud que forman la Fundación Sembrando Esperanza) como en la evangelización, porque “la gente tiene mucha necesidad de conocer al Dios de Jesús, que ha venido a darnos vida plena y verdadera”. Para ello, el sacerdote de origen español propone “tomar en serio el Evangelio” y vivir los sacramentos como “dones de Dios, regalos tan bellos que deben ser celebrados por comunidades vivas de fe; lo otro es sacramentalizar”.

Formar laicos y seminaristas

El P. Fuentes reivindica, asimismo, la necesidad de “formar laicos y confiar en ellos, dándoles el protagonismo que su bautismo reclama”. “Necesitamos comunidades vivas que contagien su fe en Cristo –añade–, y comunidades corresponsables, también en el sostenimiento económico de nuestra Iglesia, que cada vez debe ser menos dependiente de la ayuda externa”. Todo un logro, sin duda, pero que pasa, además, por “mejorar la formación de los futuros presbíteros en los seminarios”.

La suya tuvo lugar en el de San Fulgencio, en Granada, hasta que en 1986 fue ordenado. Por aquella época, el P. Fuentes sólo conocía la Iglesia española. Su llegada a Bolivia, sin embargo, le ayudó a “experimentar la catolicidad y a mirar con mirada más amplia”. Junto a aquellas gentes descubrió que “hay otras formas de ser Iglesia, otras culturas, formas variadas de vivir la fe y de responder a los desafíos pastorales”. Por eso, “la misión me ha enriquecido más de lo que hubiera imaginado jamás”, admite. Incluso sostiene que le ha hecho “más misionero en España, porque me ha puesto en contacto con gente de la frontera que ha aportado mucho en mi comprensión de la fe”. Una España cuya misión atraviesa su particular “noche oscura”, huérfana quizá de esas “semillas del Verbo” que reúne “un pueblo sencillo y muy religioso” como el boliviano y que facilitan la acogida del Evangelio.

En esencia

Una película: Invictus, de Clint Eastwood.

Un libro: Las Moradas de Santa Teresa.

Una canción: Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat.

Un deporte: la natación.

Un rincón del mundo: la parroquia de Jesús Obrero de El Alto.

Un deseo frustrado: ser médico.

Un recuerdo de infancia: la cocina de mi abuela.

Una aspiración: el progreso de la educación.

Una persona: mi padre.

La última alegría: un joven que cambió su vida.

La mayor tristeza: las personas que están esclavas del odio y no caminan.

Un sueño: mayor justicia e igualdad.

Un regalo: los jóvenes de mi comunidad vocacional.

Un valor: la amistad.

Que me recuerden por… ser una persona sencilla y feliz que hizo el bien, siguiendo a Jesús de Nazaret.

En el nº 2.719 de Vida Nueva.

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