Fray Alfonso Ramírez Peralbo: “Fray Leopoldo sabía escuchar los problemas que angustian el corazón”

Vicepostulador de la causa de Fray Leopoldo

(Texto: Antonio Pelayo– Fotos: Jaime Vázquez) Fray Leopoldo de Alpandeire gozó de fama de santidad en vida y después de muerte. El próximo 12 de septiembre, con su proclamación como beato en una ceremonia que se celebrará en el recinto de la base militar aérea de Armilla (Granada), se cerrará un proceso iniciado el 26 de junio de 1961 y que cobró impulsó con la curación de Ileana Martínez del Valle, enferma de lupus. El vicepostulador de su causa, Alfonso Ramírez Peralbo, analiza para Vida Nueva la trascendencia de este monje capuchino que hizo de calles y plazas su claustro y lugar de santificación.

¿Cómo podría resumirse el mensaje de Fr. Leopoldo para la España de hoy?

En los primeros albores del siglo XXI, cuando la Iglesia beatifica a un humilde hijo de Francisco de Asís, el beato Leopoldo de Alpandeire, se puede decir que en el horizonte de la Vida Religiosa de nuestro país aparecen negros nubarrones que pretenden ocultar la imagen sagrada de Dios que es amor y quieren hacer callar la voz de quienes pretenden hacer presente a Dios en nuestra vida y en nuestra historia. Pero Dios vuelve a hacerse presente en nuestro tiempo bajo la pequeña y atractiva figura de este pequeño capuchino, nacido en el corazón de la serranía de Ronda y abierto al mundo como limosnero en las calles y plazas de Granada. Un hombre de corazón limpio que se enamoró de lo único que puede llenar el corazón insaciable del hombre y que jamás desilusiona: Cristo.

El beato, como Francisco, se sentirá arrastrado hacia Cristo como el Amor que seduce y trastorna. Siguió, como el Seráfico Padre, el camino de la pobreza absoluta, como liberación de todo lo que ensucia, de todo lo que estorba, de todo lo que encadena. Con la atracción irresistible de su alegre pobreza, que la convertirá en el ideal secreto de todos los que sientan hambre y sed de justicia.

Testigo de la paz

Hablando de esto, ¿cuáles son sus características más “franciscanas”?

Hay un detalle eminentemente franciscano y que vivió admirablemente. Él, que se había hecho religioso para llevar una vida contemplativa en el silencio del claustro, fue lanzado por la obediencia a librar en la calle y entre la gente la dura batalla del Evangelio como limosnero. Pero para él, que ya había aprendido a sublimar el trabajo y a convertirlo en oración, las calles y las plazas, los caminos y las sierras fueron el claustro y el lugar diario de su santificación. En un mundo hostil hacia todo lo religioso, en un mundo de hermanos enfrentados entre sí, él pasó, como san Pablo, rodeado de peligros, pero siendo para todos el testigo de la paz y el bien predicados por Francisco de Asís. Ante tantas hostilidades, tuvo que oír frases como: “¡Holgazán, trabaja, en lugar de ir como un vago pidiendo limosna!”. Caminando por esos campos de Dios, un segador, mostrándole la hoz, le dijo: “¡Con ésta te vamos a cortar el pescuezo!”. En un pueblo fue apedreado y estuvo a punto de morir, si no hubiese sido por la ayuda que le prestaron unos señores. Ante tanta hostilidad, no se arredró, ni se echó atrás, continuó su trabajo, con idéntica serenidad y siendo un bondadoso testigo de la paz y el bien entre los hombres.

¿Qué impacto tuvo en vida el nuevo beato en Granada y Andalucía?

Pasó por Granada “haciendo el bien”, como Jesús de Nazaret. Pasó como un “bienhechor del pueblo”. Esto lo sabía la gente, y ante cualquier problema físico o moral salía a su encuentro por la calle y a pedirle oraciones o a implorar su consejo ante cualquier dificultad. Consciente de que era un ser humano, ponía como mediadora a la Virgen, a la que rezaba con fervor tres Ave Marías; lo demás era cosa de Dios. La gente salía a la calle sólo a verlo pasar, porque, dicen, sólo el verlo llevaba a Dios. Iba pidiendo limosna pero, a ciencia cierta, no se sabe si dio más Granada a Fr. Leopoldo o Fr. Leopoldo a Granada. Por supuesto que hoy forma parte de toda esa riqueza que encierra en sí el solo nombre de Granada. También de toda Andalucía; a cualquiera que preguntes, hasta los mismos obispos y los políticos, te dicen: “He visto su imagen en las camas de los hospitales”. Y un tanto por ciento elevadísimo de personas la llevan en su cartera o monedero.

Una hermosa figura

La obra póstuma José Mª Javierre fue ‘Un desafío. Beato Leopoldo de Alpandeire’. ¿Qué destacaría de ella?

Hay que decir que Javierre tiene sus seguidores y también sus detractores. Pero yo, que he seguido y crecido con el autor y con el libro, tengo que decir que se trata de una excelente biografía desde un principio, entre los avatares históricos del tiempo, de la Orden Capuchina, de las costumbres y usos de los capuchinos. Aborda la figura de Francisco Tomás (su nombre de pila) desde aquellos dos misteriosos reales que echó a las ánimas siendo niño, en lugar de comprar el aceite que su madre le había encargado, y luego los encontró la madre en los bolsillos del niño. “Un dato que no conviene olvidar porque es una de las primeras pinceladas que compondrán el cuadro final”, subraya Javierre, quien incluye lo apacible y sosegado que es estar tomando café en Plaza Nueva, con el escenario de la Alhambra arriba, hacia donde Fr. Leopoldo subía tantas veces por la Cuesta Gomérez a pedir la limosna, porque allí el aire es mucho más puro y el pensamiento le abre a Dios, sin quedar enredado con las cosas de este mundo. Javierre ha trazado una hermosa figura, “gente bondadosa para andar por casa”, que “murió al fin como todos pero con alguna diferencia…”, un personaje encantador que pateó las calles de Granada, que le cayó bien a sus gentes y que hoy sigue siendo un abierto desafío para todos, porque “esto”, fray Leopoldo, es lo que, según los Evangelios de Jesús, se llama amar.

¿Qué sentido puede tener hoy la limosna y la figura del limosnero?

Más que la limosna material en sí para ayuda y sustento del convento y de los pobres, lo que no se puede olvidar nunca en la figura del limosnero Fr. Leopoldo es su trato directo  con las gentes del pueblo. Su ir y venir por las calles era algo tan impresionante que la gente salía a la calle sólo por verlo pasar, a él acudían en sus dificultades, le pedían que intercediera por este o aquel problema, por esta o aquella enfermedad (como lo siguen haciendo hoy cuantos llegan hasta su tumba) y Fr. Leopoldo a todos escuchaba, a todos consolaba, su corazón era una puerta que se abría para todo el que a ella llamaba. Éste es el mensaje nítido y claro de Fr. Leopoldo ayer, hoy y siempre: el haber sido un oyente atento de la Palabra de Dios y el haber sido, al mismo tiempo, un oyente atento a las angustias, preocupaciones, necesidades y problemas de toda persona que a él se ha acercado. Nuestro mundo, nuestra flamante sociedad del siglo XXI, está llena de altavoces, de habladores, de predicadores, de oradores…, de gente que habla demasiado. Nuestro mundo necesita, hoy más que nunca, de personas que, como Fr. Leopoldo, sepan oír y escuchar a los demás, los problemas que angustian siempre el corazón del ser humano.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.719 de Vida Nueva.

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